En el año 2004 Clint Eastwood volvió a mostrar al mundo su talento y su capacidad para contar historias muy humanas con una sensibilidad única. "Million Dollar Baby" triunfó en los Oscar consiguiendo cuatro de los siete premios a los que optaba: mejor película, director, actriz y actor secundario; sin duda, todos ellos más que merecidos. En esta ocasión, Eastwood plantea un tema espinoso como es la eutanasia, y lo hace de tal forma que aunque no compartamos su desenlace, reconocemos que lo que nos quiere contar y cómo lo hace, es algo que nos interesa. El desarrollo de la historia, lejos de un debate ideológico se centra en la narrativa desde la humanidad de los personajes, algo en lo que cualquiera de nosotros podría verse reflejado y que por tanto, pone en juego el propio juicio y la exigencia de significado.
Frankie Dunn (Clint Eastwood) es un entrenador de boxeo que regenta un gimnasio tan viejo como él y que se cae a pedazos, como su vida. De nuevo Eastwood interpreta a un personaje del cual no vemos a su esposa, pero cuya presencia es patente. Dunn tiene una hija con la que no se habla desde hace años y a la que le escribe cartas que continuamente le son devueltas sin siquiera ser leídas. Además de al gimnasio, Frank acude cada día a misa y disfruta poniendo a prueba al joven sacerdote. Su ayuda en el gimnasio es su amigo Scrup (Morgan Freeman) que fue un gran boxeador al cual le faltó un combate. El gimnasio es un protagonista más de la película, tiene luces y sombras como el resto, tiene quizás demasiados años, pero en su interior alberga la esperanza de que la vida puede ser diferente para todos los que pasan por él.
Maggie Fitzgerald (Hillary Swank) tiene un sueño, ser boxeadora profesional, pero como a los demás parece que se le ha pasado su momento, ya que supera los 30 años de edad. Vemos cómo cada mañana madruga para entrenar, luego trabaja como camarera y come lo que otros se dejan en sus platos. Cuando termina su turno va al gimnasio de Frank a seguir entrenando. Su ideal es el boxeo y hará lo que sea necesario para alcanzar lo que se ha propuesto. Ve en Frank al hombre adecuado para entrenarla, pero hay un problema, y es que Frank no quiere entrenar a una mujer, así que la ignora. Pero Scrup se conmueve viéndola entrenar sola una noche en el gimnasio y le empieza a dar consejos. Ella mejora y finalmente Frank da el paso. Se nos muestra visualmente como el momento en que deja de observar a Maggie desde una cierta altura y desciende a su lado para guiarla en un combate; este paso cambiará sus vidas por completo.
Eastwood nos presenta de nuevo unos personajes que arrastran en sus vidas un dolor que les hace vivir entre esas sombras que tiene el gimnasio, caminar en los claroscuros buscando algo que dé luz a sus vidas y les permita dejar de tener miedo o de sentirse culpables. Frankie Dunn vive determinado por la distancia que su hija ha tomado con él, lo cual le genera un sentimiento de culpa y acude a la iglesia buscando una respuesta, a la vez que entrena a sus chicos intentando llenar su vida dándose de alguna forma a otros. Puede parecer un viejo gruñón y cascarrabias, asqueado con la vida, pero su forma de mirar a los demás no nos dice eso. Vemos cómo lo da todo por su primer boxeador, cómo se compromete con Maggie, cómo no cesa de tender una mano a su hija contra toda esperanza o cómo es su amistad con Scrup. Maggie, por su parte, vive con el dolor por la ausencia de un padre que perdió siendo niña y con la antipatía de su familia (unas personas deleznables, incapaces de dar su vida a algo más que la televisión por cable o Disneylandia) hacia lo que ella ha elegido como profesión; a pesar de todo, Maggie siempre busca ayudarles. Scrup vio truncada su prometedora carrera en el boxeo al perder la visión en un ojo durante un combate y desde entonces vive esperando un último asalto, que le llegará en forma de acto de justicia. Hay otra persona en esta historia que no queremos pasar por alto: el joven que se hace llamar “Peligro”, un chico de Texas al que el novio de su madre abandonó en Los Ángeles sin dinero y que busca en el gimnasio un hogar del que ha sido expulsado. Sin ninguna aptitud o habilidad para el boxeo se pasa los días entrenando (o intentándolo), bajo la mirada protectora y paternal de Scrup, el único que le ha acogido sin pedirle nada a cambio.
De esta forma, podemos ver como el gimnasio es el lugar en el que se cruzan vidas rotas y desahuciadas, una especie de purgatorio en la tierra, en el cual uno puede ser rescatado cuando un mirada más verdadera sale a su encuentro. Frank tendrá en Maggie a la hija cuyo afecto busca insistentemente. Y Maggie recuperará en la figura de su entrenador al padre que perdió, el único que será capaz de enjuagar sus lágrimas y transmitirle que no está sola en este mundo. Ya que este es el drama que viven los personajes de “Million dollar baby”, la soledad, y todos buscan una compañía que les rescate, aunque sea a base de derechazos en un ring.
Cuando todo parece ir bien, Maggie ya está en lo más alto, la gente corea su nombre o el apodo que Frankie le ha dado y cuyo significado le revelerá al final, de pronto Eastwood nos golpea con la misma fuerza e imprevisibilidad que la vida, para dejarnos tumbados y lanzarnos a la gran pregunta sobre el sentido de la misma. A partir del momento en que Maggie queda postrada en una cama sin poder mover su cuerpo, deja de entender que su vida sea un bien, que su existencia tenga un sentido y termina pidiendo a Frank, tras una tenaz lucha por quitarse la vida, que le ayude a morir. Desde esta petición las imágenes van perdiendo luz, simbolizando la oscuridad en la que se adentran los personajes. No se trata de juzgarles sino de dar a entender que la decisión que Frankie tome no tendrá vuelta atrás; no solamente para Maggie, sino también para él. Por ello, una vez que Frank hace lo que Maggie le pide, desaparece, nunca más nadie volverá a verle, y termina en una escena casi onírica en la que le vemos sentando en una bar perdido en medio de ninguna parte, un lugar atemporal y sin una ubicación física.
La película muestra con una cuidada crudeza y con un pulcro realismo cómo incluso el alcanzar el propio sueño no basta, cómo el tesón y todos los esfuerzos humanos encuentran un último freno, una última incapacidad para saciar el propio deseo. ¿Quién no siente la desproporción entre lo que anhela y lo que consigue? ¿Quién, como Maggie, no ha visto la fragilidad de la vida y cómo no depende de uno mismo su cumplimiento? ¿Es que acaso podemos dar razón de por qué late nuestro corazón ahora? ¿Es que hay alguien que por sí sólo consiga darse un segundo más de vida? Son preguntas durísimas, posiblemente sea imposible dar una respuesta sin haber hecho experiencia. Por ello, valoramos en Eastwood una exquisita y delicada honradez en reconocer la inconmensurabilidad de dichas preguntas a la vez que la incapacidad del ánimo humano para responderlas, ni tan siquiera para sostenerlas. De esta forma, Scrup habla de Frankie como un hombre bueno, un hombre que no pudo soportar tanto sufrimiento porque amaba. Sin embargo, acallar ese sufrimiento no lo elimina, casi lo multiplica. Acabar con una vida no da sentido a esa vida. Entonces la pregunta queda abierta, sin tregua para el espectador: ¿qué da consistencia a la vida? ¿Qué vence el dolor y la muerte? Una vez más Eastwood pone las cartas sobre la mesa, no desde el debate partidista, sino desde la humanidad que reside en cada uno y que exige una respuesta.
Alberto Ribes
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