lunes, 8 de abril de 2013

El club de los poetas muertos




En 1989 Peter Weir (El Show de Truman, Master and Commander) dirigió esta película que ha sido alabada y denostada dependiendo de la interpretación que se ha hecho de lo que se nos quiere transmitir. Nominada a varios Oscar (Película, Director, Actor…), finalmente sólo consiguió el de mejor guión original, quedándose Robin Williams sin su estatuilla. Junto a él, un grupo de jóvenes actores entre los que destacamos a Robert Sean Leonard (Swing kids, House) y sobretodo a Ethan Hawke (Viven, Training Day), sin duda, el personaje más interesante de la película.

Welton es una escuela privada de Nueva Inglaterra con 100 años de historia y reconocida como la mejor del país. Sus alumnos son en su mayoría los hijos de las familias más adineradas que buscan prepararse para entrar en las mejores universidades y estudiar lo mismo que sus padres. Nada más comenzar la película, se nos muestra en la ceremonia de inicio del curso escolar cuáles son los principios que sustentan esta institución: tradición, honor, disciplina y grandeza. El error vendrá, a nuestro juicio, cuando se confunda grandeza con elitismo, disciplina con autoritarismo o uniformidad, honor con éxito y tradición con inmovilismo. Sus cuatro pilares son buenos en la medida en la que ayuden al joven a introducirse en la realidad y en tanto que sean el vehículo para generar hombres libres, pero si se convierten en una forma de servilismo al poder (en este caso de los padres) y se hace de ellos metas y no medios, se pierde de vista el sentido auténtico de la educación, que no es hacer de los alumnos sujetos disciplinados, sino hombres que entiendan el valor de la disciplina, de la grandeza, del honor o de la tradición.

Si el fin de Welton es que sus alumnos vayan a Harvard, Yale o Princeton está claro que lo consigue, pero debe haber algo más, y eso es lo que irán descubriendo algunos alumnos. John Keating (Robin Williams) es un antiguo alumno de Welton que tras una estancia en Inglaterra vuelve para dar clases de literatura en sustitución del anterior profesor ya jubilado. Su forma de enseñar y de tratar a sus alumnos rompe con el estilo del colegio y se sale de lo establecido. En su primer día, saca a sus alumnos del aula y les lleva a contemplar unas fotografías de antiguos alumnos ya fallecidos. Mientras leen a Horacio, les apremia a aprovechar el momento dado que “la misma flor que hoy admiráis mañana estará muerta”. También les hace romper la introducción de su libro de texto en la que se explica cómo medir la belleza de un poema con unos ejes de coordenadas, patente ejemplo de un racionalismo radical. Keating busca que sus alumnos se conviertan en hombres libres y tiene una confianza absoluta en su corazón, entendiendo que ellos, mejor que nadie serán capaces de descubrir aquello que les cumpla del abanico de posibilidades que la realidad ofrece. Cree que ese es el fin de la educación, el problema es a dónde orientamos esa libertad.


Después de realizar un ejercicio con los alumnos para hablarles del peligro de la conformidad y de la importancia de mantener sus convicciones frente al mundo aunque el mundo opine lo contrario, el director de Welton y Keating mantienen este diálogo:
Director: “Nuestro sistema ya está establecido y demostrado, funciona. Si usted lo pone en duda hará que ellos también duden”.
Keating: “Creía que el fin de la educación era enseñar a pensar por uno mismo”
Director: “¿A la edad de esos chicos? Nada de eso, tradición John. Disciplina. Prepáreles para la universidad y lo demás llegará por sí solo”.
Vemos, tal y como apuntábamos al inicio, una reducción del sentido pleno de la tradición o la disciplina, que son puestas al servicio de un sistema que busca simplemente generar universitarios.


Si hay un autor que sobresale de entre los que se citan durante las clases del profesor Keating es Walt Whitman, y no es casual. Whitman además de un gran escritor y poeta era alguien que se afirmaba a sí mismo, de hecho, uno de sus poemas se titula “Canto a mí mismo” y comienza diciendo: “Me celebro y me canto a mí mismo”. La interpretación que puede hacerse de lo que enseña Keating es que busca destruir la tradición y el resto de valores para colocar en su sitio hombres que en su obrar, en la toma de sus decisiones, no recurran a ningún criterio externo a ellos para valorarlos, que ellos sean los que establezcan lo que es bueno o malo, lo que deben o no deben hacer. Ciertamente esta es una forma de actuar que alguno de sus alumnos adopta, como Dalton que decide actuar por su cuenta y publicar un escrito en contra del colegio, pero ante este hecho es Keating quien le recuerda que no todo vale y que lo que ha hecho es una estupidez. Es decir, no necesariamente les está llevando a un vacuo relativismo, aunque de alguna forma queda poco claro en la película.

Vemos en Keating el paradigma de la autoridad bien entendida, en contraposición a la autoridad “poderosa” que viene impuesta. Keating es autoridad para los muchachos porque por un lado les da un método para juzgar cuanto acontece, les enseña a poner en juego el criterio del corazón frente a la realidad; es decir, a medir su deseo de bien, justicia, verdad y felicidad frente a lo que la realidad propone. Por otro lado, éstos pueden hacer la misma experiencia de autenticidad que ven en él. Por ello muchos le seguirán, le preguntarán por qué vive así y decidirán “resucitar” la asociación de la que el señor Keating formaba parte cuando estudiaba, llamada El club de los poetas muertos. La única finalidad de la asociación era vivir intensamente lo real, huir de lo vano para encontrar lo verdadero, leer poesía, discutir sobre los mejores autores y poner en común con los amigos los propios deseos y esperanzas. No obstante, como decíamos, se antoja incompleto, pues en la medida que educar es introducir en lo real, acompañar (viene del latín educere que significa conducir); la asociación está coja pues está formada para y por los chicos, es autoreferencial y no siguen ninguna propuesta concreta que les ayude a madurar ese deseo que están descubriendo.


Además del profesor Keating, hay dos personajes que sobresalen y reclaman nuestra atención. Uno es Neil (Robert Sean Leonard), un alumno brillante tanto en lo académico como en actividades extraacadémicas, pero que vive aplastado por la presión a la que le somete su padre, quien constantemente le recuerda que está haciendo un esfuerzo muy grande para que pueda estudiar en Welton; que le está dando oportunidades que él nunca tuvo y que por ello debe hacer lo que él diga. La voluntad de su padre es que estudie medicina en Harvard, algo que evidentemente en sí mismo no es nada malo. No es que el padre quiera algo malo para su hijo, pero no tiene en cuenta dos factores fundamentales: la libertad y el deseo de su hijo. Sin tener en cuenta estos factores, algo tan bueno como el estudiar una carrera en la que probablemente sea la mejor universidad del mundo se convierte de inmediato en un mal. El padre de Neil no está abierto a que la felicidad de su hijo no dependa de lo que él ha previsto, no tiene en cuenta la gratuidad que debe acompañar a cada gesto, y por ello entiende que el esfuerzo que hace para que su hijo tenga buenas oportunidades académicas debe ser recompensado en la forma que él ha previsto. No hay una gratuidad que nace de un amor por la persona concreta de su hijo, sino que hay una economía última basada en la propia imagen de lo que la realidad debería ser y lo que el propio esfuerzo permite. Neil es probablemente el primero en fascinarse con lo que Keating les propone, en sus clases descubre un ámbito de libertad que hasta ahora le era desconocido, un modo de gustar lo real que no habría imaginado bajo el yugo del acatamiento acrítico de las normas, y en su trato con el profesor puede ser más él mismo de lo que lo ha sido con sus padres.


El otro personaje que nos interesa es Todd Anderson (Ethan Hawke), un chico extremadamente tímido que llega nuevo al colegio. Todd vive a la sombra de su hermano mayor que fue uno de los alumnos más brillantes de Welton nada más llegar el director le dice que su hermano le puso el listón muy alto. Los padres de Todd son casi inexistentes, tampoco le tienen en cuenta. De nuevo estamos ante unos padres que han decidido el futuro de su hijo de antemano. Todd es, probablemente, el alumno que hace un auténtico recorrido de crecimiento durante la película, pasa de no tener voz a ser el primero en levantarse para despedir a Keating. Es a través de las clases del profesor y de la exigencia de este para con él, como Todd consigue vencer su miedo a hablar en público, deja de considerar que no tienen nada importante que decirle al mundo. Vivir a la sombra de su hermano mayor y con unos padres que no escuchan lo que él tiene que decir, le ha hecho adoptar una posición de espectador ante la vida, siempre observando pero nunca siendo auténtico protagonista. Son las clases de literatura y su amistad con Neil lo que posibilita un cambio en él. Por primera vez alguien le mira sin exigirle que sea como su hermano mayor, sino que es acompañado para encontrar su voz y darla a conocer al mundo.

No son solamente los alumnos los que descubren una novedad en Keating. El profesor de latín que en un primer momento le critica a su compañero la forma que tiene de dar clase y lo que explica, termina paseando con sus alumnos por el patio para enseñarles, es decir, introduciéndolos en la realidad desde lo concreto. Vemos cómo sus diferencias no impiden que entre ellos nazca una verdadera amistad, ya que ninguno de los dos está ideologizado, sino abierto a confrontar su vida con el otro, única forma de ser amigos de verdad.


Durante la película vemos como Neil descubre una pasión por el teatro, y decide actuar en una obra sin decírselo a su padre, quien al descubrirlo le prohíbe participar en la representación teatral. Ante esta negativa, Neil habla con Keating y éste le dice que debe contarle a su padre lo mismo que le ha dicho a él. Para Neil el teatro se ha convertido en el ideal, en aquello a lo que dirige su vida, y entiende que conseguirlo justifica cualquier medio (mentirle a su padre y a su profesor). Una vez que ese ideal le es vetado, cuando ve que no podrá seguir actuando, decide que su vida ya no tiene sentido porque para él lo que le daba sentido era actuar. Vemos aquí un punto de debate, que probablemente deba quedar abierto, porque es prácticamente imposible adentrarse en las circunstancias concretas y toda la historia previa de cada personaje. Podría decirse no obstante, que la educación de Keating es incompleta, o cuando menos, así queda en la película –bien porque no le dejan, bien por las circunstancias-. Pero resulta claro que despertar el deseo de infinito en los chavales no basta, porque si la circunstancia concreta se muestra contraria a ese deseo, como se ve, la consecuencia sería el suicidio. No decimos que sea mejor dejar a los chavales como estaban, sino que el deseo del corazón debe encontrar resonancia en lo real de forma auténtica (no sólo aquella parte de lo real que coincide con el deseo).

Falta un punto totalizante, un hilo que una todo en la realidad, pues ¿qué permite seguir afirmando la vida aun cuando la relación con tu padre te impide ser tú mismo? Lo amable es fácil de querer, pero ¿qué permite mirar con ternura lo injusto, lo horrendo? ¿Qué permite el perdón y el amor sin condiciones?


Son estas preguntas fundamentales las que quedan abiertas tras ver la película. Mezcladas con la angustia por la muerte, de la mano de la rabia por la injusticia a la par que con una paradójica sensación de liberación al ver a los chicos comportarse como sujetos libres. Hay verdad en lo que el profesor Keating les muestra a los chavales, pero la verdad es incluso más amplia que el propio deseo. Debe ser total, debe ser capaz de abrazar toda la realidad, incluido un padre inflexible o un joven timorato. Algo que dé sentido a la vida en su totalidad, al momento presente –ese carpe diem-, que no sea una mera huida de lo establecido, sino una relación verdadera con todo. Hay, de alguna forma, la tentación de reducir maniqueamente la película a la disyuntiva entre la férrea norma mala y el pensamiento libre y desligado bueno. Ni un extremo, ni el otro. Pues un deseo, por verdadero que sea, si no permite gustar más lo real, afirmar más la vida como un bien, deviene falaz. Es el paradigma del romántico, que cegado por lo puro y brillante de su idea –lo cual confunde con verdadero e inmutable- se desapega de lo real, hasta el punto que la realidad deja de ser amable por constante contraposición con lo ideado y deja de ser el lugar donde el propio ánimo y lo que lo cumple se encuentran, dando espacio al terreno de batalla donde la idea intenta ahormar cuanto acontece según su preforma.

Ante la muerte de Neil, sus padres reclaman una investigación al colegio y quieren que les presenten un culpable, de modo que no deban cuestionarse si su forma de educar a su hijo, su forma de tratarle y de no contar con su libertad han podido influir en su suicidio. Otra vez no quieren conocer la verdad, del mismo modo que nunca quisieron conocer realmente quién era y qué quería su hijo. La respuesta del colegio es igual a la de los padres: quieren a alguien que cargue con la culpa para que de esta forma no tengan que cuestionarse su tan perfecto sistema. De esta manera, el poder señala a Keating como responsable arguyendo que su forma de enseñar confundió de tal modo a Neil que le llevó a quitarse la vida. Para sostener esta argumentación obligan a los alumnos, que junto con Neil formaban parte de El club de los poetas muertos, a que firmen una declaración en la que sostienen esta mentira.


Es trágico ver cómo los padres de Todd están más interesados en que su hijo no sea expulsado que en conocer la verdad de las cosas, esa es la educación que le dan. A pesar de todo, el corazón del hombre está bien hecho, y uno no puede vivir en la mentira sino haciendo un gran esfuerzo por negarse a sí mismo. Por ello, cuando Keating entra en clase para recoger sus cosas, al mirarle a los ojos, Todd no soporta el haber firmado la declaración que condena a un hombre inocente, su forma de disculparse y mostrar su gratitud a aquel profesor que le ha ayudado a descubrir que tiene voz y que es alguien es subirse a la mesa y gritar “Oh Capitán, mi Capitán!”, tal como el profesor les enseñó en los primeros días. Algunos alumnos le siguen, otros se mantienen sentados sin siquiera levantar la mirada, tratando de negar con su actitud lo que allí está sucediendo: unos jóvenes se han descubierto hombres libres y sienten que unos versos de Tennyson vibran en sus corazones diciéndoles "Venid amigos, No es tarde para buscar un mundo nuevo, pues sueño con navegar más allá del crepúsculo y, aunque ya no tengamos la fuerza que antaño movió cielos y tierra, somos lo que somos: un mismo temple de corazones heroicos debilitados por el tiempo, pero voluntariosos para luchar, buscar y encontrar y no rendirse".

                                                                                                                  Alberto Ribes

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