sábado, 12 de enero de 2013

Up in the air



De la mano de George Clooney y a las órdenes de Jason Reitman, se nos ofrece aquí una película entretenida y sencilla, pero que a la vez, mirada con mayor atención, ofrece interesantes puntos de contraste al espectador con respecto a en qué consiste la vida y cómo la afronta uno. Ryan Bingham es un claro ejemplo del hombre moderno hecho a sí mismo. Alguien, que según se deja entrever en algunos diálogos, ha renunciado a la vida como promesa de un bien mayor al que uno puede imaginar y esperar, y que, por tanto, ha decidido cortar todo lazo vinculante con lo real que le aleje de su plan de vida. No tiene hogar, pues se pasa la vida viajando. Nada le ata o le arraiga; moderno éste –y creemos que erróneo– concepto de libertad. Su lugar está en el aire, una forma irónica de afirmar que no toca con los pies en el suelo. Trabaja despidiendo a gente, teniendo que soportar situaciones penosas que requieren muchas veces, grandes dosis de cinismo para no caer en el sentimiento empático y que le permita ser profesional.


Su vida pasa entre dramas de personas que intenta que no le afecten y saludos y relaciones artificiales en el marco de los hoteles, aerolíneas, azafatas o restaurantes. Todas las relaciones que entabla son cordiales, adecuadas, placenteras, pero ni una real, que toque ningún sentimiento ni tenga más profundidad que un charco. Su vida es como una gigantesca representación, donde el yo personal e íntimo no se pone nunca en juego y donde bajo el aparente gentío que concurre aeropuertos y hoteles, él en efecto, está sólo.

Bingham es un hombre en el fondo infantil, alguien que tiene un sueño un tanto estúpido como es conseguir la friolera de 2 millones de millas viajadas y que afronta la vida recogiendo sólo aquello que se le antoja. De hecho, va dando conferencias sobre cómo dejar atrás todas las cosas de la vida que generan un peso en una “mochila” existencial imaginaria. Ya sea la mujer, la casa, los hijos o las posesiones, deben quedar fuera para que la persona pueda realizarse (avanzar sin el insoportable peso de la mochila, como si el compromiso fuera una losa bajo la cual sólo cupiera esconder un cadáver de vida). Lejos de concebir la realidad como lugar donde el deseo humano encuentra respuesta, se concibe como un medio en el cual uno debe prevenirse y “ordenarlo” metódicamente, para conseguir unos fines completamente autogestionados y que a la postre, como muestra la película, se revelan irrelevantes.

En cualquier caso, Bingham es un hombre honesto, ya que quien no ha aprendido –pues nadie se lo ha mostrado– a mirar más allá de las meras apariencias y a no tratar la realidad según los caprichosos designios propios, no se le puede exigir que tenga una postura vital encomiable. Lo que sí cabe exigírsele, y en eso se desenvuelve bien la película, es que sus vivencias las afronte según su humanidad, esto es, que cuando encuentre algo verdadero, deje atrás sus imágenes para lanzarse a la aventura de descubrir qué entraña una realidad nueva más prometedora que el propio sueño.

Esta realidad viene de la mano de la atractiva Alex Goran (Vera Farmiga), una mujer que encuentra por casualidad en un bar y con la que comparte tanto objetivos como modus vivendi. Por otro lado aparecerá también Natalie Keener (Anna Kendrick), una joven promesa que está revolucionando la empresa donde trabaja y está llamada a cambiar su forma de trabajar y por tanto de vivir. Natalie aporta las ilusiones juveniles frente a la vida y la energía de empezar con cierta ingenuidad proyectos con ilusión, lo cual pondrá en claro contraste la experiencia, en muchos casos cínica, de Alex y Ryan, para quienes la vida sólo es una extraña y patética función donde la plenitud no es sino una quimera. En cambio, con Alex, lo que empieza como un romance pasajero y casi adolescente –mensajitos por el móvil incluidos–, va madurando, a medida que conviven, en un afecto creciente que llega a cotas cercanas al enamoramiento.

Tanto es así que Ryan decidirá cambiar su parecer, dando un giro a su forma de vivir y de pensar, cuando se da cuenta que el amor es un sentimiento más real que sus fantasías, en tanto que se basa en un hecho objetivo, fuera de él, que no puede controlar, que es Alex. Aquí viene a colación el verso del poeta Cernuda: “Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien”, poema éste más que recomendable, donde al igual que en la película, se pone manifiesto la correspondencia del otro como condición y cumplimiento no sólo de la vida, sino también de la libertad. O dicho de otra forma, la libertad sólo es tal cuando se puede escoger entre bienes reales, es decir, cuando hay una verdad que importa a la que dar la vida, moviendo la voluntad; o lo que es lo mismo, adheriendo la propia persona, el propio ánimo a una propuesta mayor que la que uno mismo puede concebir y que por tanto requiere de un acto completamente libre pues se compromete por entero el destino de uno. 

La libertad es mayor cuando afirma un bien, no cuando se trata meramente de la posibilidad de elegir ese bien. Esto en palabras de san Agustín se desdoblaría en lo que él llamó libertas, entendiendo la libertad como capacidad de escoger el bien que cumple la vida o liberum arbitrium que se reduce a la mera capacidad de escoger. Ryan parece darse cuenta que la realidad empieza a desvelarse como más profunda y prometedora de lo que su corto e ingenuo esquema interior había logrado elucidar. 
Aquí la película da un vuelco tan sorprendente como bien escogido, dado que pone en la palestra dos hechos interesantes. Alex demuestra ser una persona profundamente dualizada, alguien que con un cinismo sin parangón vive una doble vida: por un lado el romance entre hoteles y aeropuertos con Ryan, y por otro, su familia residente en Chicago, hijos incluidos. En cuanto Ryan descubre esto, ella lejos de aceptar el desafío de escoger una opción como verdadera le anuncia a Ryan en una durísima conversación telefónica que él no es más que un pasatiempo, que es un nodo más en su plan de vida reducido, donde las cosas están puestas a su libre albedrío para su goce y disfrute, sin un ápice de seriedad ni de verdad. Ello conlleva dos juicios fundamentales para el desenlace.

Ryan debe elegir si prefiere volver a su vida preconcebida en sus banales sueños o seguir dando crédito a una realidad que se ha mostrado a la vez prometedora y decepcionante. No obstante, como tantas veces se dice en el amor: es preferible haber amado sin ser correspondido, que jamás haber amado. ¿Acaso la mentira que representa Alex quita algo a la amplitud del deseo que ha despertado en Ryan? Creemos que no, pues en efecto, Ryan vuelve a su rutina, que al fin y al cabo es su trabajo; pero el juicio que emite al final de la película conlleva una melancolía, una nostalgia. De hecho, deja la última de sus conferencias a medias al darse cuenta de la mentira que entraña su discurso. 
Ello pone de manifiesto que él es distinto, es mucho más hombre, en la medida en que es capaz de afrontar la vida con el drama que conlleva, que es buscar en la realidad algo que sacie el deseo infinito del corazón aunque a priori no se sepa en qué consiste. No es más hombre por haber dado con la respuesta –cuestión que queda desafiantemente abierta al final del film–, sino por encarar con seriedad la pregunta. De hecho, en un bonito y logrado contraste hacia el final de la película, se muestran imágenes a modo de entrevista de distintas personas a las que Ryan ha despedido. Éstos cuentan cómo han superado la dificultad gracias al amor por sus seres queridos. La hondura humana no reside en la consecución de los propios logros, sino en la constatación de un vínculo afectivo, amoroso y por ende, bueno; que le permite a uno vivir.

El deseo en vez de ser reducido tras despertarse, deviene el radar existencial con que Ryan mira ahora las cosas, pues una vez se ha visto algo verdadero sólo hay dos opciones: o negarlo, mintiéndose a uno mismo, o afrontarlo con el valor de saber que no se tiene la respuesta. Una postura que contrasta claramente con la que defiende Alex, quien habiendo negado ya desde un cinismo vital la posibilidad de algo verdadero a lo que dar su vida, mantiene una postura dualista y por ende contradictoria, es decir inhumana; sin reparar en que en el fondo, ello no soluciona su vacío de significado en la vida.

Marc Massó

No hay comentarios:

Publicar un comentario