Christopher Nolan nos presenta un interesantísimo recorrido sobre la figura del superhéroe Batman a través de una trilogía. Si bien cabría entender las 3 películas como un todo (inicio-desarrollo-resolución); nos centraremos principalmente en la segunda, por ser la que ahonda más en aspectos de gran interés humano y con claras analogías hacia nuestra sociedad. La inteligencia principal de Nolan reside en presentar un Batman creíble, en bajarlo del imaginario del cómic al barro de lo real, intrincándolo en una sociedad y ciudad reales –aun conservando el nombre de Gotham–, ya que salvando las distancias, la corrupción y el mal que la azotan bien podrían identificarse con muchas de las actuales. Nolan rompe así cierta distancia que existe entre el relato en forma de mito o fantasía y su relación con lo real. Hay que reconocer en el género del cómic su éxito y difusión en la sociedad moderna, a la vez que en su origen está la transmisión de ciertas ideas o preocupaciones que son solubles en la historia, las cuales siempre apuntan hacia problemáticas reales del autor del mismo y del entorno en el que vive.
No obstante, la doble vertiente que en sentido simplista sería atribuible al cómic, esto es, entretener y transmitir un mensaje; por cierta inercia pragmatista centrada en el mero entertainment, hace que se considere dicho género como un pasatiempos más, relegado a un estrato social clasificable incluso como freak. La maestría de Nolan reside pues en romper esa barrera de clichés proponiendo una profunda película que ahonda en la dialéctica del mal, la libertad, los valores, la política, el bien común, etc. además de un soberbio rodaje que la hace un título perfectamente entretenido. Lo primero que sorprende es el desarrollo del personaje de Batman y su relación con el villano, el Joker. Batman sufre una clara evolución desde la primera entrega (Batman begins, 2005) hasta la última (The dark knight rises, 2012), teniendo que afrontar la pregunta por el objetivo de sus actos y el sentido de su vida; qué quiere ser, Bruce Wayne, Batman o ambos.
Vemos aquí como ya de inicio, la vida del personaje se juega en relación a un ideal que viene siempre de la mano de la propia experiencia. Batman no surge de la nada, sino que a través de la historia particular de Bruce (Christian Bale), éste tiene que afrontar el sentido de su vida y a qué motivo da sus aspiraciones más hondas. Así Wayne pasa de una mera venganza instigada por el odio, a un dar la vida por lo que se podría llamar el bien común, extensión del propio bien personal, entendido como la correspondencia que la justicia y la verdad ejercen sobre el ánimo humano, frente a la villanía y el terror del mal. Cabría aquí discutir sobre los medios, los fines y la justificación última de la acción del superhéroe, sin embargo, consideramos que tales cuitas alejan y entorpecen más que ayudan, a ir hasta el fondo realmente interesante de la historia. No en vano, Nolan es consciente de tal frontera entre el bien y su consecución y deja el debate de alguna forma abierto, admitiendo con todo, mediante el título del film, esa aparente contradicción o límite del superhéroe.
La evolución del personaje viene además sostenida por las relaciones fundamentales del héroe con Alfred (Michael Caine), el fiel mayordomo, y su amada Rachel (Katie Holmes o Maggie Gyllenhaal, según película). Así pues, ya no tenemos la simplista dialéctica bueno/malo. Batman es una persona de carne y hueso que fracasa, yerra, toma decisiones y se juega su libertad y acción en pos de algo verdadero. Ya no se tiene al superhéroe bueno que defiende valores ideales -y como tales siempre algo abstractos- frente al villano malísimo que sólo ofrecen una confrontación maniquea; sino que tenemos a un hombre que ante el mal del mundo toma posición.
Ello lleva a una interesante evolución, donde Bruce deja de ser Bruce para ser cada vez más Batman. Así, Batman, según las palabras del propio Bruce Wayne al final de la primera entrega, es un símbolo, una máscara. Ello lleva al quid de la cuestión: como todo símbolo/máscara, indica/esconde otra cosa. La analogía se hace transparente en la película gracias precisa y formidablemente al Joker (Heath Ledger). Este es otro de los golpes maestros de Nolan en la concepción de la lucha contra el mal. Desarrollando la afirmación del anterior párrafo con la introducción, la película no habla sólo de un hombre y su lucha, sino que esa lucha, como la que cada uno puede tener interiormente frente a las tentaciones, se traslada a una ciudad entera, esto es, es un problema del hombre que afecta a la comunidad entera en cuanto a lugar donde éste desenvuelve su vida.
Lo que Batman es, precisamente, es la posibilidad de relación/confrontación de la ciudadanía de Gotham con el mal. Podría decirse que el protagonista real de la película, en una suerte de reificación, es el pueblo de Gotham, entendido como cada uno de sus singulares ciudadanos, que se enfrentan al mal de los tiempos. Así el mal ya no es algo meramente externo contra lo que hay que luchar –úsense los medios que se quieran–, sino que deviene una posición vital de cada uno frente a la realidad. De manera que Batman es el acicate que pone a la ciudad en movimiento: es la gente la que condena al Joker, es la ciudadanía la que pide a Dent que actúe, es cada uno de los ciudadanos quien condena o no a Batman, es en pos de la gente y la ciudad que Batman lucha. Se lo recordará Dent a la multitud enfurezida contra Batman cuando afirme que fueron ellos quienes lo eligieron, al dejar que el mal se apoderara de la ciudad.
El Joker es, de forma brillante, ese catalizador que permite que cada uno elija, que lleve su libertad hasta el extremo, que elija lo fácil, lo cómodo, lo malo o lo bueno, que elija por conciencia del bien o atenazado por el miedo, pero que elija. El Joker mismo lo dice, “esta ciudad necesita un criminal mejor”. Los criminales habituales ejercen el mal por el interés propio, por dinero, por poder. El Joker, en cambio, logra de la mano de Nolan un salto magistral desde el personajillo bufón que intenta molestar a Batman a una auténtica personificación del mal. De hecho pone a prueba el modo de vida burgués que goza bajo la aparente ilusión de que las cosas están controladas y funcionan según lo previsto –aunque funcionen mal–. El Joker lo dice: “Yo no tengo esquemas […] los polis tienen, la gente tiene esquemas, siempre intentando controlar sus pequeños mundos […] Nadie entra en pánico mientras las cosas van según lo planeado. […] Soy un agente del caos.”.
Él quiere la anarquía, la rotura del orden establecido, el mal por el mal (quema el propio dinero que roba), se nutre de un ejército de enfermos mentales (incapaces de discernir el bien del mal, perturbados), ¡pone contra las cuerdas a los propios delincuentes de la ciudad! Con ello Nolan destroza otra mentira muy postmoderna: la ingenua creencia de que una ciudad perfectamente normativizada, legislada, con una justicia eficiente, etc. es capaz de ordenar adecuadamente la polis. Esta concepción, si bien buena e ingenua, olvida que la polis está hecha de individuos cuyo deseo va más allá del mero orden establecido y que la vida no se juega sólo en el seguimiento de normas más o menos correctas; sino en el poner en juego la libertad por un bien mayor. Las normas responden a que esa libertad en busca de un significado a la existencia personal se pueda poner en juego, pero nunca pueden sustituir la voluntad humana. Un normativismo férreo sería el otro extremo respecto de un caos total. Es ese mismo deseo reducido el que se contenta con que las cosas vayan tirando o es esa misma libertad la que se posiciona frente al mundo.
El Joker demuestra que hasta el caballero blanco, Harvey Dent (Aaron Ekhart), flamante paladín de la justicia y héroe de Gotham, por contraposición a las oscuras técnicas de Batman –siempre al amparo de las sombras, de ahí el singular nombre de Caballero Oscuro–; puede ser corruptible cuando se le quita lo que más anhela. Es el ejemplo concreto donde se ve que el deseo de amor del hombre no puede ser sostenido por unas reglas, sino por una realidad que proponga la posibilidad de su cumplimiento.
En este punto es interesante el simbolismo y la figura de Dent, pues mientras él sucumbe al mal, Batman no lo hace en el mismo sentido. La diferencia reside en que uno parte de un ideal no resuelto o abstracto, mientras que el segundo parte de la realidad. Dent se llama dos caras precisamente porque personifica el personaje postmoderno, que al no encontrar el bien en la realidad, lo concibe como algo abstracto, apartado de la concreción; por lo que en última instancia vive dualizado, dividido (precisamente como el diablo), entre el mundo real y el ideal. Así sucumbe al azar que el Joker le propone. Si la vida no es más que una serie de reglas sin sentido que no dan respuesta a la muerte (su amada Rachel muere), lo más justo es el azar, porque implica no tener que jugarse la libertad por nada. Dent acaba actuando sólo para sí mismo.
Batman no se corrompe porque sea un héroe ideal, sino porque se mantiene pegado a la realidad y fiel a su deseo humano, es decir, la exigencia de bien, justicia, belleza y verdad a la que siempre nos referimos. Tanto es así que equivocadamente intenta utilizar la mentira para contener el caos –también sufre de la tentación de intentar él mismo “salvar” a la gente–, algo que se resolverá en la tercera entrega haciéndole ver que la mentira sólo engendra a la postre mayor mal y entendiendo que la salvación no vale nada si no es a condición de la aceptación libre e íntegra de cada sujeto. Por otro lado, siguiendo con la idiosincrasia del Joker, vemos cómo él mismo afirma que necesita a Batman para vivir y que Batman lo necesita a él.
Pensamos que esta afirmación es cierta en el primer sentido pero no en el segundo, y que es usada maquiavélicamente por el Joker para llevar a Batman –en conflicto consigo mismo– al equívoco. Cierto es que el Joker, al estilo del demonio utiliza siempre lo más querido (la novia, los ciudadanos,…) para el mal, no sólo los destruye, sino que los asimila para sí, los hace diabólicos. Ejemplo claro de ello es el experimento de los barcos donde el Joker pretende que la gente entre en la lógica moderna y calvinista de que el valor de la persona se da sólo en función de sus méritos, de lo que se debería entender que el barco de los presos habría de hundirse, haciendo así cómplice del crimen a la ciudad entera. De ahí se deduce una crítica a la democracia, pues como se ve otra vez, el problema no está en tener el sistema correcto con la estructura adecuada, sino en la hondura humana de quien lo compone y lo usa. ¿Quién tiene la potestad para infligir o no la muerte? ¿Quién decide dónde está la dignidad de la vida humana?
De hecho en la votación fría, bajo la tenaza del miedo, el resultado es favorable al desenlace inmoral: hundir el barco de presos. Sin embargo, se demuestra cómo para toda acción se requiere un protagonista, alguien que tome la iniciativa y actúe. En ese punto nadie querrá apretar el botón. La acción concreta, la propia moral, no puede ya ampararse en la multitud, no puede disolverse en el todo; sino que debe tomar la forma de uno que actúa y ahí no puede haber separación entre bien propio y bien común. La moral es precisamente eso: adecuar la propia acción a la realidad según una hipótesis de verdad. Uno no puede apretar ese botón sin renunciar a su humanidad, sin renunciar a la tesis inhumana de que una vida es ponderable, es mensurable y por tanto carece de valor, en tanto que puede ser despreciada, y ello incluye la propia vida. Las leyes pueden ser usadas justa o injustamente, al igual que la democracia, por lo tanto el verdadero problema por el que lucha Batman es para que la gente sea capaz de escoger con libertad el bien. Así el Joker necesita a Batman para dañarle, porque Batman es el símbolo que da esperanza al pueblo y que por tanto, mantiene el diálogo del mismo con el bien y el mal.
De forma contraria, Batman no debería necesitar al Joker –de ahí el conflicto del protagonista– porque él lucha en pos del bien, no contra el mal (es una consecuencia, no un fin en sí mismo). Por tanto, si el Joker desaparece, no desaparece el problema de fondo, es decir, que la gente sea libre de elegir entre bien o mal; pero sí las trabas que su personaje implica. Por lo tanto, y para concluir, podría afirmarse que Nolan lejos de revisitar una versión de Batman para entretener con originalidad, plantea una película seria gracias a la alegoría del superhéroe. Pone sobre la mesa temas centrales de nuestro mundo y sociedad, pasando el testigo al espectador, que tendrá que interrogarse y contestarse, dado que muchas de las cosas que aparecen no se resuelven por entero o sencillamente no se da una respuesta que contente a todos, sino que, las más de las veces, la respuesta tiene que ver con la actitud que uno toma frente a la vida y lo que la sostiene. ¿Qué haría yo en la situación de Dent? ¿Cómo combatir al Joker, debe morir? ¿Por qué Batman sigue? ¿Es correcto? ¿Qué es el bien y cuál su precio para conseguirlo?
Marc Massó
Hay que decir que ese estilo serio y realista está ya en muchos comics de Batman que inspiran a Nolan: el cómic es un arte injustamente generalizado como infantil y simple.
ResponderEliminarEn cuanto a la película, creo que es muy interesante un tema que aparece mucho en el cine de Nolan: la identidad, qué nos hace ser lo que somos, cómo influye nuestro pasado.
Bruce Wayne decide ponerse al servicio de Gotham honrando a su padre, un benefactor de la ciudad como se veía en Batman Begins. De ahí viene su identidad, además de su propia libertad como individuo (pues en la propia Begins tiene la opción de elegir el camino de la venganza, que rechaza).
El Joker, por contra, es un personaje sin identidad, sin rostro propio (cubierto por maquillaje): no se conoce su nombre, no están registradas sus huellas, cuenta dos historias distintas sobre sus cicatrices...
Pero sí hay una pequeña pista: un rechazo a la figura paterna (una de las historias habla de un padre alcohólico y maltratador, y en la fiesta de Wayne amenaza con un cuchillo a un hombre mayor diciendo "me recuerdas a mi padre, y yo odiaba a mi padre". Es como un reverso de Wayne.
Así, en su condición de personaje simbólico, es el mal en sí mismo: un mal que, más allá de un daño inmediato (herir o matar) busca que los demás hagan el mal. Ya se ve en la primera secuencia, donde hace que todos los atracadores se maten entre ellos. Y cómo cuándo Batman lo tira del edificio, cae riendo triunfal pensando que ha conseguido que Batman mate.
En una sociedad post- 11 de septiembre, Nolan se plantea si ante un mal (com puede ser el terrorismo islámico) que nos busca algo tangible, una ganancia propia, sino destruir los principios de la misma sociedad a la que ataca, la respuesta correcta es responder causando una guerra.
Genial contribución F.A. Absolutamente de acuerdo en todo y además completa cosas que en la crítica no se han dicho con esta claridad. Gracias.
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