Estamos ante una película atípica, que no deja indiferente y que utiliza la caricatura mezclada de un humor extravagante, para hacer llegar al espectador, como en forma de parábola, una historia de amor y afecto como pocas veces se cuentan. Lars (Ryan Gosling) es un chico extremadamente tímido que apenas tiene relación con la gente y que vive sólo en un garaje –por voluntad propia–, junto a la casa de sus fallecidos padres; en la que viven su hermano Gus (Paul Schneider) y su mujer Karin (Emily Mortimer). La preocupación de éstos ante el “autismo” de Lars parece desvanecerse al conocer la noticia de que tiene novia. Si bien, cuando se la presenta, al ver que es una muñeca sexual, la preocupación no va sino en aumento. Es aquí fundamental la aparición de la doctora del pueblo (Patricia Clarkson) que ante el agobio del hermano, que sólo piensa en meterlo en un psiquiátrico; es capaz de mirar un poco más allá de la superficie de Lars y entender que esa muñeca es ante todo un signo, cuyo significado cabrá desvelar en el tiempo.
Propone entonces un camino, primero de aceptación de Lars tal cual es, y segundo de sacrificio, pues deberán “seguirle la corriente” tratando a la muñeca como si en efecto estuviese viva, igual que lo hace Lars. Lo interesante de la película, es cómo en un pueblo del norte que siempre está nevado, sin grandes paisajes y con personajes más bien freaks y extraños, se consigue una profundidad en la evolución de los mismos y una transmisión de la historia brillante. La aversión de Lars al contacto ajeno podría explicarse, haciendo algunas concesiones, por el hecho de que su madre murió al darle a luz. Si bien esto no determina la naturaleza humana, pues uno es querido por más gente en su vida, sí que se puede establecer una analogía entre el amor que a uno lo engendra antes de que uno mismo decida y el cumplimiento de la propia persona. En efecto, nadie se genera a sí mismo, el nacimiento siempre es consecuencia de un amor previo que engendra, pero Lars al nacer no recibe ese primer abrazo maternal que le permite a todo ser humano querer luego –por eso de que uno no puede dar lo que no ha recibido–. Así, con una metáfora más bien peculiar se transmite una idea para nada deleznable, especialmente si se tiene en cuenta todo el desarrollo de la historia.
Hasta tal punto se refleja esto en la película que el contacto humano directo le produce a Lars dolor físico, como si la alteridad fuera un elemento extraño, cuando, de hecho, es la condición de existencia de toda persona: uno es uno mismo por otro –que le genera– y para otro –con quien se relaciona–. Si bien, su muñeca Bianca, será la vía por la que esa naturaleza humana incompleta quede sanada. Será gracias a Bianca como Lars se relacionará con todo el mundo de nuevo y le permitirá entender el amor y la amistad con los demás, incluyendo el vínculo familiar. Nótese que no es que Lars esté incompleto, pues en sucesivos detalles de la película se nos muestra que está bien hecho, por ejemplo cuando le regalan unas flores a Bianca: “¿Has visto? Son de plástico así no se mueren y duran para siempre. Es genial que las cosas duren para siempre ¿no crees?”. Vemos como Lars es plenamente humano, no está reducido, pero requiere que eso aflore, pues está como enterrado.
Aquí surge otro punto que resulta extraño hoy en día, por la dinámica de lo público en nuestras sociedades, pero que es de suma importancia: la dimensión comunitaria. En efecto, es en la comunidad del pueblo donde Lars recobra el valor de sí mismo y entiende quién es. Además, el hecho de que todo el pueblo colabore en la obra común de “curar a Lars”, permite que los vínculos entre todos queden aún más fortalecidos, provocando una humanidad y vida que se hace transparente en el transcurso de la película, especialmente y en forma de resumen, en el final. Cuando una comunidad está unida en una obra común buena, se genera lo que podría llamarse un pueblo; entendiéndose como lugar comunitario donde la vida de cada individuo queda valorada y recogida, condición para su cumplimiento en tanto que esa comunidad mantiene los aspectos fundamentales para la dignidad de la vida como: caridad, belleza, amistad, amor, etc. No sólo eso, es también evidente cómo dicha tarea sería imposible sólo para su hermano y su mujer, desvelándose la interrelación siempre necesaria entre la familia, la propia vida y la dimensión social y de amistad que implica.
Otro personaje interesante es Gus, que hace un camino evolutivo en el que cualquiera de nosotros podría verse identificado. Es un hombre tranquilo, sencillo, bueno, con sus más y sus menos, que vive de una forma podría decirse que llana, sin complicaciones. Tiene su casa, su mujer, espera un hijo. Si bien, como se demuestra ya al inicio, su existencia es francamente superficial, banal; pues no se da cuenta, a pesar de la insistencia de su mujer, de lo evidente y es que a su hermano le pasa algo. El comportamiento de Lars no se explica sólo por el hecho de que sea más o menos “rarito”. Pero Gus parece contentarse con el “todo va bien” que le suelta Lars cada vez que le pregunta. Tanto es así que ante el delirio que presenta su hermano, lo primero que intenta es “cosificarlo”, objetivar el hecho, intentar rebajar a su hermano y su condición a algo mensurable, cuantificable; esto es en lenguaje actual, diagnosticarle clínicamente. Es decir, parece que su hermano sea sólo un objeto con algún tipo de tara que debe ser arreglado por profesionales. Si bien ante el desafío de la doctora -¿y vosotros, también le miraréis como un tarado?- y la inestimable ayuda de su mujer, que presenta ese punto de sensibilidad y afecto que tantas veces se nos escapa; podrá hacer un camino.
Hasta tal punto es así que acaba aceptando a su hermano y pidiéndole perdón por haber huido de casa cuando su madre murió, dejándolo sólo con su padre. Se da cuenta de cómo su postura, aún pudiendo considerarse justa, ha sido egoísta y no ha tratado a Lars correctamente. Es algo en lo que cualquiera hoy podría identificarse: yo me encargo de lo mío, porque ya hay suficientes problemas. Sin embargo, la realidad es mucho más amplia que nuestros cálculos y pretensiones. La película muestra de forma más que peculiar, cómo la verdadera vida no se da entre gentes civilizadamente correctas (parece un pueblo de chiflados), sino en relaciones donde cada uno es tratado con gratuidad y por lo que es, compartiendo la vida en la sencillez de la cotidianidad y dejando que la propia humanidad se desarrolle en la compañía a su debido tiempo. Una lección magistral de dónde reside la fecundidad de la vida en tiempos donde la esperanza recae vanamente en lo que uno cree que puede controlar y no en la aceptación del desafío que la realidad presenta.
Marc Massó
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