martes, 29 de enero de 2013

Sin Perdón


En los años 70 David Webb Peoples (también guionista de Blade Runner) escribió el guión de Sin Perdón, Francis Ford Coppola tuvo una opción de compra sobre los derechos del guión que tras no ejercer expiró, momento en el cual Clint Eastwood se hizo con ellos. Sin embargo, no rodó la película hasta casi diez años después, ya que quería tener la edad del protagonista de la historia. En 1992 Sin Perdón se hizo con los Oscar a mejor película, director, actor secundario y montaje.

Estamos ante la película que para algunas personas termina con el western, algo que se puede entender en una doble vertiente. Por un lado, se puede pensar que la película está tan bien hecha que ya no se podría hacer nada mejor; y por otro lado, se puede pensar que termina con el western porque lo desmitifica. Aceptamos las dos interpretaciones.

Ciertamente “Sin Perdón” es una gran película, lo es por su guión, también por su fotografía, por su banda sonora y cómo no, por unas interpretaciones a la altura de la historia. Por ello, realmente será difícil hacer un western al menos de esta calidad. Sin duda, Eastwood está a la altura de los grandes directores de western como Howard Hawks o el inigualable John Ford. De hecho, enlaza muy bien con una cierta desmitificación que ya se pudo ver en las obras de este último, como es el caso de la que para Spielberg es la mejor película de la historia: “Centauros del desierto”.

Lo que sabemos del pasado de William Munny (Clint Eastwood) no es mucho y se nos dice nada más empezar la película, que fue un hombre de mala vida, un pistolero, borracho y mujeriego. Justo en esta primera presentación se nos habla también de un personaje al que no veremos en toda película, pero cuya presencia se nos hará patente en varias ocasiones: la mujer de Munny. Nadie sabe por qué una chica como ella se casó con un tipo como él, nadie sabe qué vio en un hombre violento y desalmado para dejarlo todo y darle su vida. Puede que Munny fuese un gran pistolero, rápido y sin escrúpulos, pero la primera imagen que se nos da no encaja con esa descripción, ya que le vemos arrastrado por el barro separando a sus cerdos enfermos. Es el ocaso de los tipos como él y la búsqueda de algo que dé sentido a sus vidas.


Big Whisky es un pueblo pequeño gobernado con mano férrea por su sheriff, Little Bill (Gene Hackman). Una noche dos vaqueros maltratan a una prostituta hasta desfigurar su cara. La justicia del sheriff no es suficiente para el resto de prostitutas, así que deciden juntar todos sus ahorros y ofrecer una recompensa para aquél que mate a los dos vaqueros. Vemos aquí el primer tema de la película: en un mundo donde la justicia terrenal es insuficiente, en donde prevalece la ley del más fuerte; sólo cabe ajusticiar con violencia. Ojo por ojo y diente por diente. De hecho, una de las grandes razones que justifican al entender de los habitantes del lugar la muerte de los vaqueros es el hecho de haber marcado a una dama. Incluso siendo prostituta sigue habiendo un código moral y social por decirlo de alguna forma, que se debe respetar. En palabras de una de las furcias: “Que dejemos que nos monten como a caballos no significa que nos puedan marcar como a caballos”.

Así las cosas, la noticia corre como la pólvora, llegando a oídos de un joven que aspira a ser un gran asesino y que se hace llamar Schofield Kid, el cual va a buscar a Munny para ofrecerle matar juntos a los dos vaqueros y repartirse la recompensa. En un primer momento Munny declina la invitación, según dice es un hombre reformado gracias a su mujer. Pero contemplar sus cerdos enfermos y la miseria en la que vive le hace cambiar de idea, ya que quiere darles algo mejor a sus hijos. Munny sólo exige una condición a Kid, y es que les acompañará su amigo Ned Logan (Morgan Freeman) y el dinero se repartirá entre los tres.


Poco a poco, Eastwood nos va descubriendo quién había sido Munny a través de leyendas que cuenta Kid. Así conocemos de su violencia y de cómo Logan y él recorrieron juntos el oeste robando y matando. A pesar de que Munny habla constantemente de que se ha rehabilitado, es su amigo Ned el que le recuerda que si su mujer siguiese con vida no se habría embarcado en este negocio. Además, Munny en sueños y delirios tiene pavor a la muerte, no por cobardía, sino como aquél que se sabe en deuda moral con la vida, como aquél que no ha expiado sus pecados y sabe que aún ha de cumplir penitencia, es la clara imagen del reo que no ha conocido expiación, que no ha experimentado una misericordia total frente a su maldad. La redención aún no ha llegado.

El tono de la película es de una aparente nostalgia por un tiempo pasado que llega a su fin, la época de los pistoleros, del salvaje oeste por conquistar, de un mundo sin leyes ni autoridad se está acabando, ya sólo quedan recuerdos y vaqueros a los que les cuesta subirse a un caballo. Además, antiguos pistoleros como Little Bill, ahora están aparentemente al servicio de la ley, aunque sea la ley que ellos dictan. El final del tiempo de los pistoleros es patente en toda la película, lo vemos en varios detalles. El más claro es que todos los pistoleros con fama son ya viejos, Munny, Little Bill y Bob el inglés; no hay ningún pistolero joven con un nombre que infunda tanto temor como los de estas viejas glorias, el único joven que desea convertirse en uno de ellos desistirá. Por ello, son los últimos de una especie a punto de extinguirse. Además, Bob el inglés, no llega a caballo al pueblo, como correspondería a un vaquero, sino que utiliza el tren y se hace acompañar de un cronista que se dedica a recoger y narrar todas sus aventuras pasadas, haciéndolas superlativas para maquillar una realidad a todas luces decadente. Un último apunte, Munny monta una yegua, no un caballo, y monta muy mal.


Sin Perdón” nos habla sobre lo que su título indica, qué sociedad es la que se construye teniendo como cimientos la venganza; y es más, aceptando que los crímenes que uno haya cometido no pueden ser perdonados, y algún día se pagará por ellos. Por eso Munny cree merecer que le maten, y sólo espera a que llegue alguien a hacerlo; de hecho, es lo primero que le pregunta a Kid cuando va a buscarle. Incluso cuando uno intenta enmendar de alguna forma su error, como hace uno de los dos vaqueros que maltrataron a la prostituta (precisamente el que menos culpa tenía) se encuentra con que un atisbo de perdón en los ojos de la víctima es barrido por una ola de violencia y gritos del resto de compañeras.

Nos parece muy interesante el personaje del joven Schofield Kid, que ha crecido escuchando las historias de Munny y otros pistoleros, y quiere ser uno de ellos. Podemos decir que está empapado de un cierto romanticismo que le hace ver esa vida como un ideal a  alcanzar, encontrando aquí una de las genialidades del guión, y es que este joven romántico es corto de vista, lo cual le impide acertar disparando a más de 50 metros. No ve bien hasta que no tiene las cosas cerca, y no entenderá lo que es quitar una vida hasta que no tenga la muerte frente a frente. Cuando Munny, Logan y Kid deben matar al primer vaquero, apreciamos la torpeza de unos pistoleros desentrenados y el absurdo de un asesinato. En primer lugar, Logan no puede disparar, ha dejado atrás esa vida, y se ve incapaz de quitar otra vida más, él es uno que sí ha alcanzado una auténtica redención. Munny no se lo echa en cara, decide hacerlo él mismo, necesitando varios intentos para acertar, hasta que al final el joven muere desangrándose mientras pide agua para beber. Después de este suceso, Logan abandona el grupo para volver a casa junto a su esposa.


Será entonces cuando los hombres del sheriff capturen a Logan, que muere por los golpes recibidos bajo tortura. Al conocer la noticia Munny vuelve a beber por primera vez en muchos años lo que significa que recupera plenamente su pasado para vengar a su amigo; es decir, vuelve a su época de pistolero, a juzgar y valorar la realidad con sus criterios de antes, sin que la vida junto a su mujer pueda aportar ninguna luz para enfrentarse de una forma distinta a este suceso. Durante toda la película, Munny no se ha presentado a la gente del pueblo ni al sheriff con su verdadero nombre, lo hará cuando en la escena final entra para acabar con todos; una escena inolvidable, y que todos esperábamos ansiosos, porque en buena parte y erróneamente, creemos que la justicia es eso y que esa venganza podría calmar nuestro dolor. Mientras, Kid, tras haber matado al otro vaquero (el primer hombre al que mata) se da cuenta del horror de la muerte y decide abandonar, no quiere seguir con esa vida. Quitar una vida es algo muy duro, algo que Munny hacía sin miramientos porque siempre iba bebido. Vemos cómo la conciencia (el corazón del hombre) debe ser adormecido de alguna forma para que las cosas no le afecten entendiendo que el mal es antinatural y por tanto antihumano. El propio Munny reconoce la dureza de quitar una vida cuando le dice a Kid que “cuando matas a alguien no sólo quitas lo que es, sino también lo que podría llegar a ser”.


Ahí se da a entender también el anhelo de la misericordia, de la misteriosa redención de un hombre; pues ¿quién decide dónde reside el valor de su vida? ¿Acaso el mal cometido es determinante o hay algo más allá? Éste es uno de los conceptos básicos que se puede ver con claridad en otras películas como “Los miserables” en el enfrentamiento entre Jan Valjean –el ladrón- y els inspector Jabert –la justicia humana-.

Sin Perdón” es un homenaje al western, muy claro en la dedicatoria a Don Siegel y Sergio Leone, y presente en planos que recuerdan a John Ford, o en el sobrenombre de Bob el inglés, el Duque, que era el apodo de John Wayne. Sin perdón desmitifica al western porque baja del imaginario colectivo a la realidad humana. Presenta personajes de carne y hueso, pone frente a frente la leyenda y la realidad, lo romántico y lo veraz. Es una obra maestra no sólo por su confección, sino porque revaloriza un género a la altura de lo humano, hace trascender en un asesino, en una leyenda del Far West, ese atisbo de infinito, ese grito humano que busca el bien, la plenitud y el perdón; aún cuando todo conspire para acallarlo. Eastwood, consigue que entendamos lo que se presenta como interrogante en la película: ¿qué vio su mujer en un asesino? Puede decirse que acaba con un género porque ya no se usa para reinventar la historia, para el mero goce con un género más o menos pintoresco; sino que cuenta al fin y al cabo la mejor historia que se pueda contar; la vida de un hombre.


                                                                                                      Alberto Ribes

jueves, 24 de enero de 2013

Toy Story 3



La factoría Pixar vuelve a regalarnos otra joya con la tercera y conclusiva entrega de los conocidos juguetes. En esta parte se nos cuenta cómo Andy se ha ido haciendo mayor y llega el momento en que debe abandonar a sus antiguos juguetes. La historia habla sobretodo de la pertenencia y de la amistad. La pertenencia acontece con multitud de referencias, desde signos palpables como el nombre de Andy escrito en los pies de cada juguete, hasta la imposibilidad de éstos de ser ellos mismos sin la relación con su dueño que les conoce y les da significado (la película empieza con una escena de “acción” donde cada juguete desarrolla su papel). Son los mismos juguetes quienes ya de inicio lo reconocen: “nuestro cometido no es simplemente que jueguen con nosotros, sino estar siempre ahí para Andy”.



Por un lado, la película muestra cómo una verdadera amistad sólo es posible en el contexto de un amor previo, alguien que te ha amado a ti antes y que permite que tú ames a los demás generando una comunidad de amigos, que lo son en tanto que han pertenecido antes. Esto se muestra en cómo la comunidad de juguetes de Andy se mantiene unida y posibilita luego el “cambio” de los juguetes de la guardería. Tanto es así que mientras Woody anda solo, no es capaz de lograr nada e incluso “pierde” simbólicamente el sombrero, signo de su autoridad en tanto que juguete principal del grupo. De hecho no lo recupera hasta que no vuelve junto con sus amigos, pues aunque uno sea la autoridad, por sí mismo no puede hacer nada. Se ve ahí también cómo un seguimiento verdadero en la obediencia, en el ir todos a una, sólo es posible en esa misma pertenencia, es decir, constatando el vínculo de amistad que los une en tanto que son los juguetes de Andy.


Por otro lado, se enseña la alternativa a una vida en la cual ese vínculo original con un dueño bueno se rompe. Ello se encarna en la figura de Lotso, el osito que tras ser olvidado por su dueña, se siente rechazado y encarna una espiral de violencia y escepticismo que deviene en un régimen dictatorial que aplica con mano férrea en la guardería, sometiendo a los juguetes más débiles. Ciertamente, cuando la posición ante la vida es nihilista (“no somos más que plástico esperando a ser desechado”), sólo vale la lógica del poder político en donde el individuo es un mero objeto a ser manipulado y sometido, es decir, gobernado desde una lógica de imposición del más fuerte; pero no del bien común y de la valoración de cada uno en tanto que individuo único con valor incalculable.

Además, en la figura de Lotso se representa con sutil genialidad la figura posmoderna del hombre hecho a sí mismo y que está completamente perdido, desvinculado de todo origen bueno al que pertenecer y que renuncia a toda relación (“sin relación no hay dolor”, “soy dueño de mí mismo, nadie me dice lo que tengo que hacer”); que se afirma en última instancia a sí mismo y que al final sólo consigue su propia perdición al ser incapaz de aceptar la redención –que Woody le ofrece– de una realidad que se presenta más amplia y más buena que el propio plan.


La película en su transcurso muestra geniales guiños a películas como “La gran evasión” en la escapada de la guardería y deja escenas brillantes para el recuerdo, como el momento en que los juguetes se aproximan a su inminente y fatídico final en el horno del vertedero y deciden afrontar tan importante instante cogiéndose de las manos, juntos, ante lo que el destino les depara. Es ahí donde sólo un imprevisto da lugar a la esperanza, sólo lo impensable obra el milagro…

Lejos de hacer pasar el rato y acabar con un final feliz vacuo, la película cierra genialmente el círculo. Los juguetes consiguen volver a casa y reencontrarse con su dueño. Éste al descubrirlo, entiende el valor de éstos, y de forma análoga a como su madre le deja marchar a él para que sea más él mismo (que vaya a la universidad y conforme su persona lejos del hogar), decide regalar sus juguetes precisamente a la niña en cuya casa Woody había “aterrizado” durante la película. Aquí se ve tanto el paradigma del proceso educativo como del verdadero amor. 

Por un lado, Andy regala sus juguetes a alguien que sabe que los cuidará bien y no sólo eso, sino que introduce a la niña en la realidad, la educa, explicándole quién es cada uno de sus juguetes y jugando con ella antes de marcharse. Por otro lado, la decisión de aceptación de la voluntad del otro y por tanto de su persona, se da también en los juguetes, que mediante Woody “ayudan” a Andy a tomar la decisión y entienden que si bien le pertenecen a él en origen, ahora están llamados a abandonarle para un nuevo tipo de vida. Tanto es así, que incluso en la guardería las cosas cambian, pues la experiencia de pertenencia de Woody y los demás a Andy, ha generado en ellos un modo de tratarse y una comunidad que ha quedado como método para esos juguetes.

Aprendiendo de éstos, ya no se tratan con violencia según una lógica de poder, sino que más bien con una lógica de caridad, se entregan y ayudan unos a otros para que los niños puedan jugar con ellos así como posibilitando también que entre ellos mismos puedan convivir en paz. Se ve cómo sólo una dinámica amorosa de relaciones a las que uno pertenece en tanto que le permiten ser más él mismo (uno no podría explicarse a sí mismo sin la historia de sus padres, sus maestros, sus amigos, etc.), permite construir y valorar positivamente la realidad; hasta el punto de desapegarse de los planes propios que se muestran siempre como una reducción de la infinita amplitud de lo real.

Marc Massó

viernes, 18 de enero de 2013

The dark knight (El Caballero Oscuro)


Christopher Nolan nos presenta un interesantísimo recorrido sobre la figura del superhéroe Batman a través de una trilogía. Si bien cabría entender las 3 películas como un todo (inicio-desarrollo-resolución); nos centraremos principalmente en la segunda, por ser la que ahonda más en aspectos de gran interés humano y con claras analogías hacia nuestra sociedad. La inteligencia principal de Nolan reside en presentar un Batman creíble, en bajarlo del imaginario del cómic al barro de lo real, intrincándolo en una sociedad y ciudad reales –aun conservando el nombre de Gotham–, ya que salvando las distancias, la corrupción y el mal que la azotan bien podrían identificarse con muchas de las actuales. Nolan rompe así cierta distancia que existe entre el relato en forma de mito o fantasía y su relación con lo real. Hay que reconocer en el género del cómic su éxito y difusión en la sociedad moderna, a la vez que en su origen está la transmisión de ciertas ideas o preocupaciones que son solubles en la historia, las cuales siempre apuntan hacia problemáticas reales del autor del mismo y del entorno en el que vive. 

No obstante, la doble vertiente que en sentido simplista sería atribuible al cómic, esto es, entretener y transmitir un mensaje; por cierta inercia pragmatista centrada en el mero entertainment, hace que se considere dicho género como un pasatiempos más, relegado a un estrato social clasificable incluso como freak. La maestría de Nolan reside pues en romper esa barrera de clichés proponiendo una profunda película que ahonda en la dialéctica del mal, la libertad, los valores, la política, el bien común, etc. además de un soberbio rodaje que la hace un título perfectamente entretenido. Lo primero que sorprende es el desarrollo del personaje de Batman y su relación con el villano, el Joker.  Batman sufre una clara evolución desde la primera entrega (Batman begins, 2005) hasta la última (The dark knight rises, 2012), teniendo que afrontar la pregunta por el objetivo de sus actos y el sentido de su vida; qué quiere ser, Bruce Wayne, Batman o ambos. 
Vemos aquí como ya de inicio, la vida del personaje se juega en relación a un ideal que viene siempre de la mano de la propia experiencia. Batman no surge de la nada, sino que a través de la historia particular de Bruce (Christian Bale), éste tiene que afrontar el sentido de su vida y a qué motivo da sus aspiraciones más hondas. Así Wayne pasa de una mera venganza instigada por el odio, a un dar la vida por lo que se podría llamar el bien común, extensión del propio bien personal, entendido como la correspondencia que la justicia y la verdad ejercen sobre el ánimo humano, frente a la villanía y el terror del mal. Cabría aquí discutir sobre los medios, los fines y la justificación última de la acción del superhéroe, sin embargo, consideramos que tales cuitas alejan y entorpecen más que ayudan, a ir hasta el fondo realmente interesante de la historia. No en vano, Nolan es consciente de tal frontera entre el bien y su consecución y deja el debate de alguna forma abierto, admitiendo con todo, mediante el título del film, esa aparente contradicción o límite del superhéroe.
La evolución del personaje viene además sostenida por las relaciones fundamentales del héroe con Alfred (Michael Caine), el fiel mayordomo, y su amada Rachel (Katie Holmes o Maggie Gyllenhaal, según película). Así pues, ya no tenemos la simplista dialéctica bueno/malo. Batman es una persona de carne y hueso que fracasa, yerra, toma decisiones y se juega su libertad y acción en pos de algo verdadero. Ya no se tiene al superhéroe bueno que defiende valores ideales -y como tales siempre algo abstractos- frente al villano malísimo que sólo ofrecen una confrontación maniquea; sino que tenemos a un hombre que ante el mal del mundo toma posición.

Ello lleva a una interesante evolución, donde Bruce deja de ser Bruce para ser cada vez más Batman. Así, Batman, según las palabras del propio Bruce Wayne al final de la primera entrega, es un símbolo, una máscara. Ello lleva al quid de la cuestión: como todo símbolo/máscara, indica/esconde otra cosa. La analogía se hace transparente en la película gracias precisa y formidablemente al Joker (Heath Ledger). Este es otro de los golpes maestros de Nolan en la concepción de la lucha contra el mal. Desarrollando la afirmación del anterior párrafo con la introducción, la película no habla sólo de un hombre y su lucha, sino que esa lucha, como la que cada uno puede tener interiormente frente a las tentaciones, se traslada a una ciudad entera, esto es, es un problema del hombre que afecta a la comunidad entera en cuanto a lugar donde éste desenvuelve su vida.
Lo que Batman es, precisamente, es la posibilidad de relación/confrontación de la ciudadanía de Gotham con el mal. Podría decirse que el protagonista real de la película, en una suerte de reificación, es el pueblo de Gotham, entendido como cada uno de sus singulares ciudadanos, que se enfrentan al mal de los tiempos. Así el mal ya no es algo meramente externo contra lo que hay que luchar –úsense los medios que se quieran–, sino que deviene una posición vital de cada uno frente a la realidad. De manera que Batman es el acicate que pone a la ciudad en movimiento: es la gente la que condena al Joker, es la ciudadanía la que pide a Dent que actúe, es cada uno de los ciudadanos quien condena o no a Batman, es en pos de la gente y la ciudad que Batman lucha. Se lo recordará Dent a la multitud enfurezida contra Batman cuando afirme que fueron ellos quienes lo eligieron, al dejar que el mal se apoderara de la ciudad.

El Joker es, de forma brillante, ese catalizador que permite que cada uno elija, que lleve su libertad hasta el extremo, que elija lo fácil, lo cómodo, lo malo o lo bueno, que elija por conciencia del bien o atenazado por el miedo, pero que elija. El Joker mismo lo dice, “esta ciudad necesita un criminal mejor”. Los criminales habituales ejercen el mal por el interés propio, por dinero, por poder. El Joker, en cambio, logra de la mano de Nolan un salto magistral desde el personajillo bufón que intenta molestar a Batman a una auténtica personificación del mal. De hecho pone a prueba el modo de vida burgués que goza bajo la aparente ilusión de que las cosas están controladas y funcionan según lo previsto –aunque funcionen mal–. El Joker lo dice: “Yo no tengo esquemas […] los polis tienen, la gente tiene esquemas, siempre intentando controlar sus pequeños mundos […] Nadie entra en pánico mientras las cosas van según lo planeado. […] Soy un agente del caos.”. 
Él quiere la anarquía, la rotura del orden establecido, el mal por el mal (quema el propio dinero que roba), se nutre de un ejército de enfermos mentales (incapaces de discernir el bien del mal, perturbados), ¡pone contra las cuerdas a los propios delincuentes de la ciudad! Con ello Nolan destroza otra mentira muy postmoderna: la ingenua creencia de que una ciudad perfectamente normativizada, legislada, con una justicia eficiente, etc. es capaz de ordenar adecuadamente la polis. Esta concepción, si bien buena e ingenua, olvida que la polis está hecha de individuos cuyo deseo va más allá del mero orden establecido y que la vida no se juega sólo en el seguimiento de normas más o menos correctas; sino en el poner en juego la libertad por un bien mayor.  Las normas responden a que esa libertad en busca de un significado a la existencia personal se pueda poner en juego, pero nunca pueden sustituir la voluntad humana. Un normativismo férreo sería el otro extremo respecto de un caos total. Es ese mismo deseo reducido el que se contenta con que las cosas vayan tirando o es esa misma libertad la que se posiciona frente al mundo.

El Joker demuestra que hasta el caballero blanco, Harvey Dent (Aaron Ekhart), flamante paladín de la justicia y héroe de Gotham, por contraposición a las oscuras técnicas de Batman –siempre al amparo de las sombras, de ahí el singular nombre de Caballero Oscuro–; puede ser corruptible cuando se le quita lo que más anhela. Es el ejemplo concreto donde se ve que el deseo de amor del hombre no puede ser sostenido por unas reglas, sino por una realidad que proponga la posibilidad de su cumplimiento. 

En este punto es interesante el simbolismo y la figura de Dent, pues mientras él sucumbe al mal, Batman no lo hace en el mismo sentido. La diferencia reside en que uno parte de un ideal no resuelto o abstracto, mientras que el segundo parte de la realidad. Dent se llama dos caras precisamente porque personifica el personaje postmoderno, que al no encontrar el bien en la realidad, lo concibe como algo abstracto, apartado de la concreción; por lo que en última instancia vive dualizado, dividido (precisamente como el diablo), entre el mundo real y el ideal. Así sucumbe al azar que el Joker le propone. Si la vida no es más que una serie de reglas sin sentido que no dan respuesta a la muerte (su amada Rachel muere), lo más justo es el azar, porque implica no tener que jugarse la libertad por nada. Dent acaba actuando sólo para sí mismo.
Batman no se corrompe porque sea un héroe ideal, sino porque se mantiene pegado a la realidad y fiel a su deseo humano, es decir, la exigencia de bien, justicia, belleza y verdad a la que siempre nos referimos. Tanto es así que equivocadamente intenta utilizar la mentira para contener el caos –también sufre de la tentación de intentar él mismo “salvar” a la gente–, algo que se resolverá en la tercera entrega haciéndole ver que la mentira sólo engendra a la postre mayor mal y entendiendo que la salvación no vale nada si no es a condición de la aceptación libre e íntegra de cada sujeto. Por otro lado, siguiendo con la idiosincrasia del Joker, vemos cómo él mismo afirma que necesita a Batman para vivir y que Batman lo necesita a él.

Pensamos que esta afirmación es cierta en el primer sentido pero no en el segundo, y que es usada maquiavélicamente por el Joker para llevar a Batman –en conflicto consigo mismo– al equívoco. Cierto es que el Joker, al estilo del demonio utiliza siempre lo más querido (la novia, los ciudadanos,…) para el mal, no sólo los destruye, sino que los asimila para sí, los hace diabólicos. Ejemplo claro de ello es el experimento de los barcos donde el Joker pretende que la gente entre en la lógica moderna y calvinista de que el valor de la persona se da sólo en función de sus méritos, de lo que se debería entender que el barco de los presos habría de hundirse, haciendo así cómplice del crimen a la ciudad entera. De ahí se deduce una crítica a la democracia, pues como se ve otra vez, el problema no está en tener el sistema correcto con la estructura adecuada, sino en la hondura humana de quien lo compone y lo usa. ¿Quién tiene la potestad para infligir o no la muerte? ¿Quién decide dónde está la dignidad de la vida humana?

De hecho en la votación fría, bajo la tenaza del miedo, el resultado es favorable al desenlace inmoral: hundir el barco de presos. Sin embargo, se demuestra cómo para toda acción se requiere un protagonista, alguien que tome la iniciativa y actúe. En ese punto nadie querrá apretar el botón. La acción concreta, la propia moral, no puede ya ampararse en la multitud, no puede disolverse en el todo; sino que debe tomar la forma de uno que actúa y ahí no puede haber separación entre bien propio y bien común. La moral es precisamente eso: adecuar la propia acción a la realidad según una hipótesis de verdad. Uno no puede apretar ese botón sin renunciar a su humanidad, sin renunciar a la tesis inhumana de que una vida es ponderable, es mensurable y por tanto carece de valor, en tanto que puede ser despreciada, y ello incluye la propia vida. Las leyes pueden ser usadas justa o injustamente, al igual que la democracia, por lo tanto el verdadero problema por el que lucha Batman es para que la gente sea capaz de escoger con libertad el bien. Así el Joker necesita a Batman para dañarle, porque Batman es el símbolo que da esperanza al pueblo y que por tanto, mantiene el diálogo del mismo con el bien y el mal.
De forma contraria, Batman no debería necesitar al Joker –de ahí el conflicto del protagonista– porque él lucha en pos del bien, no contra el mal (es una consecuencia, no un fin en sí mismo). Por tanto, si el Joker desaparece, no desaparece el problema de fondo, es decir, que la gente sea libre de elegir entre bien o mal; pero sí las trabas que su personaje implica. Por lo tanto, y para concluir, podría afirmarse que Nolan lejos de revisitar una versión de Batman para entretener con originalidad, plantea una película seria gracias a la alegoría del superhéroe. Pone sobre la mesa temas centrales de nuestro mundo y sociedad, pasando el testigo al espectador, que tendrá que interrogarse y contestarse, dado que muchas de las cosas que aparecen no se resuelven por entero o sencillamente no se da una respuesta que contente a todos, sino que, las más de las veces, la respuesta tiene que ver con la actitud que uno toma frente a la vida y lo que la sostiene. ¿Qué haría yo en la situación de Dent? ¿Cómo combatir al Joker, debe morir? ¿Por qué Batman sigue? ¿Es correcto? ¿Qué es el bien y cuál su precio para conseguirlo?
Marc Massó