lunes, 17 de diciembre de 2012

Sophie Scholl


Y la piadosa Rosa Blanca/Con su cascada de rizos dorados/Quiere pagar toda la culpa/ Lo que te queda, Rosa Blanca/Dalo a los pobres o sacrifícalo/¡Ve en nombre de Dios!” Estos versos del poeta alemán Clemens Brentano inspiraron el nombre del movimiento de resistencia y oposición al nacionalsocialismo conocido como “La Rosa Blanca”. Como podremos ver, fueron una premonición de lo que acabaron siendo sus vidas.

Hemos querido que fuese esta película la que cerrase nuestro particular ciclo cinematográfico sobre ideologías, ya que en nuestra opinión, muestra cuál es la verdadera postura humana que permite al hombre mantenerse frente a un poder ideológico sin sucumbir a él. A pesar de ello, la película no es, para nosotros, una cinta del todo bien realizada. Aspectos como la música o el montaje no están a la altura de una historia como esta, pero es precisamente la intensidad de lo que se cuenta y algunas interpretaciones muy dignas, lo que permite que uno se enganche a la película y llegue a emocionarse con ella.

El 18 de febrero de 1943 los hermanos Hans y Sophie Scholl son detenidos en la universidad de Munich tras haber arrojado octavillas que contienen un texto crítico con Hitler y el nacionalsocialismo, en él se podía leer: “El nombre alemán permanecerá para siempre mancillado si la juventud alemana no se alza para vengar y expiar, al mismo tiempo; para aniquilar a sus opresores y construir una nueva Europa espiritual”. Esta es la sexta octavilla que los jóvenes de la Rosa Blanca han distribuido y será también la última. La película de Marc Rothemund se inicia con la noche previa a la detención de los hermanos Scholl y se centra en mostrar el interrogatorio a Sophie, el juicio y su ejecución.



Nos parece importante hacer una breve semblanza de quiénes eran los principales miembros de la Rosa Blanca, así como de qué tipo de vida pudo nacer un movimiento de resistencia al nacionalsocialismo tan singular. Los hermanos Scholl crecen en Ulm, en el seno de una familia protestante. Su padre se opuso al nacionalsocialismo desde su triunfo en 1933, pero sus hijos, y en concreto Hans, en un principio se sintieron atraídos. En 1936, Hans fue el encargado de llevar la bandera de su ciudad en el congreso del Partido celebrado en Nuremberg, y fue allí donde entendió que no era aquél el ideal que él deseaba seguir. Al respecto comentó su hermana Inge que: “cuando volvió, apenas dábamos crédito a nuestros ojos y en su rostro se apreciaba una gran decepción. Paulatinamente supimos que la juventud que allí se presentaba como ideal era completamente distinta de la imagen que él se había formado”. Con este hecho, unido a la prohibición de leer a determinados autores, en especial a su favorito Stefan Zweig –por ser judío–, se fue afianzando el rechazo de Hans al nacionalsocialismo. Más que una rebeldía es una constatación: el nacionalsocialismo, como ideología, impide ciertos aspectos bellos de lo real, es reductivo.


Los hermanos Scholl junto con su amigo Otl Aicher dedican tiempo a reunirse para hablar de arte, literatura y música. Su pasión por la belleza, en todas sus manifestaciones, será el punto fundamental sobre el que se asienta toda su lucha contra Hitler. Gracias a la mediación de Otl, entrarán en contacto con dos hombres de una gran talla intelectual, Carl Ruth y Theodor Haecker, que serán a la vez maestros y amigos. La educación y el estudio serán dos pilares fundamentales en sus vidas, pues en tanto que la realidad se les abre como lugar de cumplimiento, su conocimiento se convierte en la postura más razonable para afrontar sus anhelos. El punto que marcará el paso de una resistencia pasiva a la acción es el encuentro en la universidad entre Hans Scholl y Alexander Schmorell, un joven nacido en Rusia que nunca renunció a sus orígenes y fue educado en la fe ruso-ortodoxa.



Poco después se les unirá Willi Graf, un joven que en 1933 es el abanderado de un movimiento de jóvenes católicos, que les conoce a través del encuentro en una reunión con amigos. Esta forma de conocerse la resaltó Reginna Renner, miembro de la Rosa Blanca, con estas palabras: “a través de uno conocíamos a otro. Era una red de relaciones”. Christl Probst, un joven de 23 años casado y padre de tres hijos, se une a ellos ya que es amigo de Alexander Schmorell. Probst será juzgado y condenado a muerte junto a Hans y Sophie Scholl, recibiendo horas antes de su ejecución el bautismo y la comunión de manos de un sacerdote católico. Serán ellos los que redactarán las primeras octavillas y las distribuirán. Sophie se unirá a ellos cuando se traslade a vivir a Munich para realizar sus estudios universitarios, por ello no participó en la redacción y distribución de las primeras octavillas.


En la película, como ya hemos dicho, todo empieza con la impresión de la sexta y última octavilla en un estudio, Hans, Sophie, Alexander y Willi dedican horas a hacer copias y preparar sobres para enviarlas por correo, que era su forma habitual de distribución. Esa vez, les sobró un gran número de hojas y es entonces cuando Hans decide que las dejará en la universidad. A la mañana siguiente Hans y Sophie Scholl son detenidos después de haber distribuido cientos de octavillas en la universidad de Munich. A partir de este momento la película se centra en Sophie, es el suyo, el único interrogatorio al que asistimos. En un primer momento, niega cualquier participación en la preparación o distribución de las octavillas, pero con el fin de que su hermano no cargue con la culpa y para poder proteger al resto de amigos, decide confesarse culpable.

El interrogatorio es la confrontación entre dos formas de entender la vida y al hombre. Por una parte, vemos al oficial de la Gestapo, profundamente ideologizado, frío y convencido de que es el Estado, encarnado en la persona de Adolf Hitler, el que le da al hombre su dignidad y su razón de ser. Por ello, la vida del hombre no puede ser otra cosa que el servir dócil y fielmente al Führer y al nacionalsocialismo. Fuera de ese cometido, la vida del hombre no tiene sentido y por ello todo aquél que se aleje de esta misión o incite a otros a hacerlo debe ser apartado y eliminado. El hombre, en el nacionalsocialismo, debe ser útil para el Estado, de no ser así deviene un inútil, una carga que nadie tiene por qué soportar; naciendo de este razonamiento la práctica de la eugenesia con discapacitados y enfermos mentales. Son constantes las alusiones que hace el oficial de la Gestapo durante el interrogatorio a lo agradecidos que deberían estar los jóvenes alemanes porque el Führer les permite estudiar, y por ello deberían mostrarle absoluta lealtad, de lo contrario serán sólo unos parásitos que se aprovechan de la buena voluntad del Estado.


Mientras unos acotan y delimitan lo real según el propio ideal, la Rosa Blanca concibe la realidad como don, es decir, como dato gratuito positivo que hay que acoger, en la medida que ahí ya está todo. Su oposición es pacífica precisamente porque no van contra algo –eso es la consecuencia-, sino que afirman una realidad que les está siendo arrebatada. Entienden que el mal nunca puede vencer, ni como fin ni como medio. No triunfa en ellos la rabia o el rencor, a pesar de que sus vidas sean arrebatadas. Ello sólo es posible desde la perspectiva de un amor más potente, desde la posición de aquél que ya se siente salvado. Como en el brillante testimonio de Christoph Probst, uno sólo puede morir sereno al dejar esposa y tres hijos sabiendo que la muerte no es el fin, que hay algo más allá de las propias capacidades de uno que puede cumplir las vidas de los seres amados y la propia.



Frente a todo este sistema, encarnado en el agente de la Gestapo, encontramos a Sophie, que ha crecido amando todo lo bello y a la que constantemente vemos ensimismarse mirando el cielo y dejándose acariciar por los rayos de sol. Estamos ante una chica menuda, aparentemente débil y vulnerable, dubitativa en algún momento, pero es esta pequeña muchacha la que ha hecho temblar a todo un sistema ideológico aparentemente bien engranado. Es esta joven de mirada sencilla, la que pone nervioso a su interrogador, y con él a todo el poder nacionalsocialista que teme por encima de cualquier cosa a los hombres libres que se saben hijos predilectos de un amor más grande y no esclavos de un sistema o de una idea. Ella y sus amigos, representaron una amenaza tan real al poder de Hitler y a su perpetuación, como lo fue el poder militar de los aliados, porque su lucha se dirigió al lugar que el poder sólo podrá tratar de adormecer, pero que nunca podrá conquistar: el corazón del hombre, su deseo de plenitud. De hecho, no es casual que sus procesos penales y ejecución se llevasen a cabo en tan sólo 4 días.


Sophie y sus amigos, quisieron despertar al hombre adormecido, dar valor al cobarde, perdón al que hubiese errado y mostrar un camino de verdadera liberación. Como la misma Sophie asevera ante el interrogador, cualquier vida humana tiene un valor incalculable. Por ello, su testimonio es posiblemente lo más necesario en estos momentos, por su capacidad de abrazar cualquier atisbo de belleza y encontrar en él un motivo para vivir, por su valor para enfrentarse al mal sin ser vencidos por el mismo mal, por su forma de entender que el cumplimiento de su vida no estaba en el éxito de su resistencia sino en la lealtad con su humanidad.


Su vida no está sujeta al mero cálculo económico, pragmático, utilitarista o del mal menor. Su razón, su persona, su corazón están abiertos a la amplitud de lo real, su amor por lo verdadero les hace ser leales con su deseo y no reos de las soluciones reducidas de un ideal. Su vida es relación con aquello que trasciende la muerte y da sentido al vivir, son personas que tienen una certeza mayor que cualquier comodidad o supervivencia. Sólo así, en el último cigarrillo, podrán confesarse con una sonrisa los tres que van a morir: “Nada ha sido en vano”. Van a morir, pero lo hacen sabiendo a qué dan la vida, de otra forma ¿para qué se querría vivir si no se tiene un sentido? La realidad siendo como es atroz, no acaba con su humanidad, sino que la despierta aún más, los mueve, es el acicate, la prueba que les permite entender si lo que están viviendo vale la pena, si es real o no. Hay quien está dispuesto a dar la vida por algo y hay quien está dispuesto a quitarla.


Por ello, creemos con Romano Guardini que: “El honor que tributamos a estos hombres que han dado su vida por la libertad será un simple gesto si no intentamos entender dónde se juega para nosotros la exigencia de una libertad igual, y si no estamos dispuestos a realizarla”.  Si nos tomamos en serio  estas palabras, sabremos que no todo está perdido, que el mal y el dolor no tienen nunca la última palabra y podremos subir al patíbulo sabiendo, como Sophie Scholl, que todavía brilla el sol.

                                                                                                                                    Alberto Ribes

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