domingo, 2 de diciembre de 2012

El viento que agita la cebada



Con esta controvertida película, Ken Loach obtuvo la Palma de oro en Cannes en 2006. Sin embargo, aún se pone en entredicho cuán partidista o no estuvo el jurado y si realmente la película lo merecía. Lejos de esas disputas que consideramos estériles, la película a nuestro juicio presenta interesantes muestras de cómo la ideología hace mella en la sociedad irlandesa en los albores del nacimiento del IRA, en un contexto de gran tensión política a todos los niveles. Loach fue criticado por mostrar una película sesgada de forma partidista hacia la izquierda, con un estilo maniqueo donde los británicos son los malos y los republicanos irlandeses, terroristas o no, los buenos. Ciertamente no se puede obviar ese factor que es evidente en toda la película, pero ayuda a entender otra cara de la ideología que es de sumo interés en nuestro recorrido: aún cuando el ideal es justo, en tanto que esté desvinculado de lo real y se imponga, como tantas veces, con violencia, deviene un mal absoluto. 

Además, desde nuestra visión, el hecho de que la película sea partidista no es un obstáculo, sino más bien una lente, como una especie de lupa, que permite adentrarse en los sentimientos más instintivos de los personajes, permitiendo que nos pongamos en la piel del otro. Hay que admitir que en todo suceso vivido, cualquier persona se conforma un juicio al respecto, que viene tamizado por su experiencia, la cual ha conformado la propia personalidad. Por ello, una visión particular siempre será parcial, pero no por ello de menor relevancia, pues lo que interesa es, precisamente, el abanico de posibilidades frente al que se puede vivir una ideología. La singular capacidad de la razón es abrirse a la realidad según la totalidad de los factores, contemplando tantos como sea posible, pero admitiendo siempre un punto de inabarcabilidad ligado al propio límite humano. 
La película cuenta la historia del nacimiento del IRA (Irish Republican Army) como respuesta a los desmanes y abusos del poder británico opresor, encarnado principalmente por los soldados del ejército de la corona y los mercenarios conocidos como “Black and Tans” (por el color de sus uniformes) cuyas atrocidades eran bien conocidas. Durante toda la película Loach presenta un dilema evidente que cobrará vida en sus personajes y los irá conformando: ¿el fin justifica los medios? ¿Hasta qué límite? Lo que empieza como una lucha armada en pos de la libertad y para el derroque de la tiranía del poder británico, acaba con el tiempo en una ideología que enaltece los valores del pueblo irlandés por encima de los ingleses y empieza a segregar maniqueamente a la sociedad. Acaban actuando del mismo modo en que han actuado los ingleses con ellos, interesante aspecto este, en el que uno acaba practicando el mismo mal que ha aborrecido. Así el ideal de una vida en paz y libertad dejará paso a la utopía de una Irlanda independiente y republicana. 


Decimos utopía, porque como la historia demostró y como la película muestra acertadamente, aún consiguiendo independencia fiscal, de cuerpos de seguridad y política; el tratado de paz no será ratificado por los secesionistas y de ello estallará una guerra civil (1922-1923). Se ve la forma en que gente que ha dado literalmente su vida al ideal, como el protagonista Damien (Cillian Murphy), no estará dispuesta a luego conformarse con un punto intermedio. Cuando la idea sustituye la realidad y en tanto que esa idea tiene un carácter absoluto, totalizante, no hay fórmula soluble, pues el ideal permanecerá eternamente inalcanzable y la realidad, por contraste, será siempre mala, siempre decepcionante y por tanto siempre susceptible de ser cambiada, modificada, sometida. Hechos tan evidentes como que en Irlanda había gente que era unionista, es decir, que preferían estar con los ingleses o que había ingleses viviendo en Irlanda, es algo que la ideología no puede aceptar. Por ello la batalla sería eterna.

La otra cara de la moneda, el pactismo político y la mera aplicación de la ley demuestra también su vacuidad en cuanto a su incapacidad para ordenar correctamente la sociedad y generar un gobierno estable. La mera política que sólo sabe de leyes, contrapartidas e intereses, aquélla que es incapaz de ahondar en las necesidades fundamentales de la vida de la gente, se demuestra coja y poco operante. El final de la película, con el enfrentamiento de ambos hermanos, muestra hasta qué punto el problema no es abordable desde sus posturas, pues al final, son dos extremos que se tocan. Es interesante notar otra vez los elementos característicos en el surgimiento de principios ideológicos: injusticia, violencia, precariedad económica, inestabilidad social, etc.

Hay dos puntos clave de la película, que permiten entender el cambio en los personajes. El primero se da cuando Damien decide matar a su amigo de la infancia Chris, quien delató a sus compañeros debido a su poca valentía frente a los poderosos. Damien lo dice explícitamente: “Espero que esta Irlanda por la que luchamos valga la pena”. Lo confesará más adelante a su amada también: “Le disparé al corazón. He cruzado la línea”. No deja de sorprender que Sinead (Orla Fitzgeral) ante tal aseveración no haga sino decirle “te amo”. Parece como que el ideal nubla el juicio e impide entender que eso es una atrocidad; sencillamente si se ha hecho por la libertad de Irlanda, está justificado. Se podría resumir todo aquí. Hay una frontera, delgada cual línea, que marca el no retorno, que determina aquello por lo que uno da la vida. Es esa franja que aún atendiendo a los deseos de bondad, justicia, bien y verdad del hombre, puede significar la perdición; pues los perturba, los corrompe. Esto se da cuando la idea pasa a ser el centro afectivo de la vida, es decir, uno ya no se somete a la realidad (Chris es amigo mío, he comido en su casa con su madre), sino que el ideal (la Irlanda libre que no admite traidores) pasa a someterlo todo. Así no hay lugar al perdón, a la misericordia, a la paz sin venganza. Tampoco está claro que haya, dentro de esta visión, posibilidad de redimirse por el mal causado, ya que Damien parece dar a entender que una vez cruzada la línea sólo queda una huida hacia delante.

Desde una lógica pragmática es correcto, pues ¿qué hay que pueda salvar la muerte? ¿Cómo perdonar a aquél que ha torturado a un ser querido? Sólo un absoluto, algo que esté más allá de la muerte, un infinito que sea cognoscible por el hombre terrenal permite dar respuesta a ello. De lo contrario todo queda en un ideal que está por llegar, en esa “Irlanda que valga la pena”. Desde este punto y espoleados por la bestialidad del enemigo inglés, el IRA tomará forma activa cometiendo distintos atentados y tendrá influencia política para hacer pactos o actos de protesta. No deja de ser curioso como el marco ideológico ocupa incluso los aspectos más técnicos o pragmáticos de la vida social. Se ve con claridad en el juicio, donde una facción del IRA se opone a una sentencia dictada por su propio tribunal republicano a un rico empresario. La excusa es que necesitan el dinero para comprar armas. Es decir, buscan una justicia social que queda en segundo plano mientras la idea lo justifique. La contradicción entre acto e ideal es constante. De hecho el propio medio es un paradójico bucle diabólico: ellos usan la violencia para acabar con ella. Este representa el arquetipo del ser diabólico, aquél que utiliza el mal para un bien aparente. No obstante, nuestra propia experiencia ya nos dice que el mal sólo acarrea mal. Los británicos quizás tirasen la primera piedra, pero una vez muerto el primer inglés –que tiene su familia, su mujer, sus amigos, su vida–; los demás ya tienen argumento para continuar la espiral de mal. La pregunta es recurrente: ¿qué permite hacer el bien incluso ante el mal?
El segundo momento clave se da en la última conversación de ambos hermanos. Cabe recabar en que, con acierto, el director hace que sus personajes sean incapaces de mirarse a los ojos en las situaciones moralmente más complicadas. En este caso, por el contrario, Damien mira fijamente a Teddy (Liam Cunnigham) y le dice que no se va a retractar, porque lo ha dado todo por la Irlanda en la que cree. Su trascendencia está ligada a un ideal vacío, en tanto que no lo ha podido experimentar, pues está por llegar. Luego lo retomará en la carta póstuma a su novia, en la que llega a afirmar que ha encontrado el absoluto en el que creer y dar la vida, así como que su hermano no tiene alma –pues no cree en el ideal–. Dice textualmente que: “a veces es fácil saber en contra de qué se está, pero es difícil saber qué es lo que se quiere”. Ello marca el recorrido vital del personaje, su cambio no empieza en la afirmación de un bien, sino en la oposición a un mal, es decir, no mirando lo que hay sino lo que falta. Ello clarifica cómo luego es mucho más difícil construir algo verdadero, pues el inicio está enraizado en la oposición, en el odio y el dolor y no en un bien que se afirma sin tregua.

El paso es prácticamente irreconciliable. Como no podía ser de otra manera, el elemento religioso está muy presente en toda la película. A veces politizado, a veces ideologizado y en la mayoría de ocasiones como un apósito a la vida de los personajes. Muchos se santiguan o encomiendan a Dios incluso antes de disparar sin piedad. Parece como el remanente de esa tradición buena heredada de sus padres, pero que ha quedado secularizada por esa realidad pueril que ha cercenado el vínculo originalmente amoroso, transmutándolo en espera agónica de un nuevo ideal, quizás más seductor, pero ante todo, menos real. Loach nos muestra una Iglesia que no sabe acompañar a un pueblo en el mal que inflige el poder británico, ni sabe dar respuesta a sus anhelos de justicia; vemos una Iglesia incapaz de mostrar una experiencia de vida que permita construir verdaderamente la ciudad terrena, una Iglesia que ha cedido a la ideología. Lo contrario de lo que podemos ver en películas como “Karol”, en la que la Iglesia no sólo sabe dar una respuesta al dolor sino que también se opone con su genuina forma de resistencia al mal, la única que puede vencerlo por completo. 

Especial interés tienen también aspectos típicos de la tradición irlandesa como el canto como elemento generador de un pueblo, aunque no sea siempre en un contexto de paz o de bien. Hay también momentos claros donde el discurso republicano asume tintes totalitarios relegando al individuo por debajo de la “tierra” y la “patria”, como en el discurso del maquinista. Esto es, lo humano queda en un segundo plano. Se ve cómo una idea es más peligrosa que una acción, pues aunque subyace a ésta, es su elemento motor. De hecho Damien abandona su carrera y sus estudios por luchar. Él lo dice, ha sido siempre la cabeza pensante, el intelectual que maneja las ideas, mientras que su hermano es un hombre de acción. Ello va en concordancia, sin duda, con su evolución en la historia y su final.

Estamos pues ante una película dura, que cuenta los pasajes más deprimentes que trágicamente se han repetido demasiadas veces en el pasado siglo y que aún están vigentes. Una película peligrosa también, pues sin una mirada más abierta, el espectador queda a merced de la instintividad del odio y la violencia. No se trata el perdón, no se habla de misericordia; parece que el mal sea algo que sencillamente hay que soportar o acometer con más mal. Uno queda con una sensación extraña, no se puede decir que sea mejor persona tras visionarla, aunque puede que entienda más el conflicto irlandés y por qué el IRA pudo surgir. Pero las preguntas que hemos apuntado siguen azuzando en la sombra: ¿qué permite el perdón, qué bien es mayor que el mal? ¿qué hay que dé respuesta al dolor y arroje esperanza a la vida humana? 

Y de la misma forma que la canción que da título a la película nos preguntamos si no pueden conjugarse todos los amores de un hombre, a su tierra, a su familia, a su mujer, o si debe elegirse entre uno de ellos. ¿Existe un amor capaz de hacer que la humillación y la opresión no me venzan? O bien, para liberarme de esas cadenas debo renunciar a un amigo de la infancia o a mi propio hermano. “I sat me with my true love.  My sad heart strove the two between.  The old love and the new love.  The old for her the new that made me think on Ireland dearly.  While soft the wind blew down the glade And shook the golden barley. T'was hard the woeful words to frame To break the ties that bound us. But harder still to bear the shame of foreign chains around us”.

Marc Massó

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