Con este auténtico blockbuster, que fue un éxito a escala mundial, Christopher Nolan volvía a cautivar al público en 2010. Tras su impactante Memento y habiendo conseguido amplio reconocimiento con su adaptación de Batman en El Caballero Oscuro, Nolan vuelve a hacer gala de una brillante dirección presentando una original idea que otra vez consigue interpelar al espectador a la vez que le hace partícipe de una magnífica historia. Origen es el nombre con el que se conoce un procedimiento mediante el cual un grupo de especialistas son capaces de incoar (Inception en inglés, del título original) una idea en el subconsciente de una persona para que ésta se desarrolle y acabe cambiando algún aspecto de su pensamiento y personalidad. Dom Cobb (Leonardo di Caprio) es un experto manipulador de sueños que se gana la vida mediante el espionaje industrial para grandes corporaciones descubriendo secretos fundamentales que alberga la gente en su interior. Gracias a una peculiar máquina, consigue administrar un sedante a su víctima llevándole al estado onírico, en el cual él, a su vez durmiéndose, podrá entrar y formar parte del mismo.
Así Dom creará y modificará los sueños de las personas introduciéndose en los mismos llegando a zonas de su subconsciente que albergan la información que él requiere. Ello a su vez permite que mediante ingeniosos engaños a la mente de las personas durante sus sueños Cobb sea capaz no sólo de saber qué piensan sino de conseguir algo que parece imposible: cambiar la mentalidad de uno sin que éste se dé cuenta. Como viene siendo habitual, Nolan introduce al espectador en la trama con un comienzo complejo en el que se empieza por el final, al que se volverá posteriormente para cerrar la película. Ello hace que se centre la atención desde el primer minuto. La línea entre lo real y lo ficticio es casi inapreciable desde el inicio, pues ciertamente, mientras soñamos, el cerebro crea la realidad y la percibe a la vez, como el mismo Cobb explica, de manera que no somos capaces de discernir si lo que ocurre es cierto o no. Ya vemos aquí un primer punto que nacía como pregunta también en A beautiful mind: ¿es realmente valiosa la realidad, tiene un hecho diferencial o depende de nuestra percepción? Es decir, si en esa película al profesor Nash nadie le hubiera logrado explicar su esquizofrenia, ¿su no-realidad tendría el mismo valor que si fuera real en tanto que así sería percibida por él? O tal como lo presenta Origen: ¿vale lo mismo la realidad soñada que la vivida?
Somos introducidos en la trama y la explicación de todo el proceso al estilo de las películas de ladrones, donde a la vez que se va fichando a los especialistas en cada materia se va desvelando el plan y su ejecución, así como la lógica del proceso. De este modo tendremos a una magnífica Ellen Page que ejecuta con solvencia su personaje de Ariadne, la arquitecta de los escenarios soñados, a Arthur (Joseph Gordon-Lewit) que destaca en su papel de compañero de Cobb como ladrón de sueños, Eames (Tom Hardy) que hará las veces de falsificador para engañar al subconsciente de Robert Fischer (Cillian Murphy) que será el heredero de la multinacional al que tendrán que hacer cambiar de parecer, Saito (Ken Watanabe) que será el cliente del trabajo a llevar a cabo y Yusuf (Dileep Rao) cuyo rol es el de alquimista, creador de un sedante que multiplica la actividad cerebral –a fin de ganar tiempo en el sueño, donde la línea temporal se dilata respecto a la real– a la vez que ofrece un estado de sueño profundo que permite alcanzar hasta tres niveles, es decir, un sueño dentro de otro sueño que a la vez forma parte de un sueño más. Ello permite engañar a la mente y completar Origen, pero entraña a su vez un gran peligro: mientras que la muerte en un sueño habitual implicaría despertarse, en ese nivel de sedación llevaría al limbo, es decir, un punto del subconsciente tan profundo que el sujeto perdería la capacidad de raciocinio, pues su mente quedaría atrapada en un espacio no real acabando en la locura.
Empezamos a entrever lo que propone Nolan: por muy verdadero que parezca un sueño, hay una realidad que se impone, aún cuando nosotros no la percibamos. Podríamos vivir del sueño, pero en realidad estaríamos locos. Es lo que le pasa a la mujer de Cobb, Mal (Marion Cotillard). A través de la historia vamos descubriendo que Cobb y Mal pasaron muchos años de su vida soñando y creando su propio mundo en sueños. Prolongaron tanto su estancia en el mundo onírico que Mal acabó apreciando más la realidad soñada que la vivida, en tanto que la primera era confeccionada y domeñada por ellos (como le pasa a los soñadores del subterráneo, su vida es el sueño). En una suerte de semidioses prometeicos, Cobb y Mal se erigen como constructores de su nuevo mundo y su nueva vida. No obstante, Cobb acabará acusando la insuficiencia del mundo soñado, pues en tanto que es confeccionado por uno mismo ha perdido el carácter imprevisible del cual el ser humano es espera. Esperamos que algo nos satisfaga el deseo del corazón, y es en la realidad donde descubrimos aquello que nos cumple sin haberlo previsto antes. Como dicen en su suicidio en el sueño: “Estás esperando un tren, un tren que te llevará lejos. Sabes dónde quieres que ese tren te lleve, pero no dónde te va a llevar”. Uno se enamora de su mujer sorprendiéndola en lo real sin haberla preconfeccionado antes, pero con una inusitada e impensable correspondencia al propio deseo que, bien mirado, no hace sino radicalizar el presentimiento de don del cual ella es signo. Igual que con la belleza ¿cómo es posible que algo que está fuera de mí me corresponda de tal modo?
Así, Cobb tratará de persuadir a su mujer de que deben volver al mundo real, de que no pueden soñar eternamente, pero ella ha caído presa ya de la ilusión. Es por ello que Cobb dará el paso que lo marcará durante toda su vida y que es el leitmotiv de la película: introducirá una idea en el subconsciente de su mujer para cambiar su mente. Usando Origen, Cobb inoculará, como si de un virus se tratase, la duda en la mente de su mujer (esto tiene unas consecuencias filosóficas que no son tratables aquí, pero sólo cabe reparar en la crisis de pensamiento de Occidente donde todo está en duda y cómo los llamados maestros de la sospecha, Marx, Nietszche y Freud han contribuido al relativismo en el que nos encontramos). Querrá que ella ponga en entredicho que la realidad sea en efecto real, pudiendo así entender que está soñando y que desee salir del sueño. Lo que no imagina es que esta idea se desarrollará y acabará marcando el pensamiento de su mujer, de tal modo que cuando despierten seguirá dudando de lo real, creyendo que es un sueño y que la única forma de escapar de él es el suicidio (morir para despertarse). Se suicidará implicando a su marido (para que él se suicide también), de modo que ella estará muerta y él deberá huir de los EEUU porque nadie cree que ella estuviera loca, pues todo parece indicar que es Cobb quien la asesinó.
Veamos aquí otros dos puntos de interés. Por un lado el amor romántico que determina la vida. Si tras ver A beautiful mind afirmábamos que sólo en la alteridad uno recupera su propia identidad, que somos hechos para amar y ser amados, Nolan nos presenta aquí, ciencia-ficción mediante, un bucle más del rizo: una realidad ficticia, pero compartida por esa presencia amorosa. Como todo lo bueno se puede corromper, Cobb y Mal corrompen su amor al alejarlo de lo real, al autoconfeccionarlo encerrándolo en sus estrechos seres. Si el ser humano es relación con el infinito –pues tal es el deseo que tiene sobre las cosas–, la relación amorosa debe ser una apertura a ello, no un encerrarse en el propio yo narcisista y el tú que no es sino un reclamo a uno mismo. Por ello, igual que Nash es salvado por un amor que le acoge sacándole de sí mismo, Cobb y su mujer se condenan al hacer lo contrario. De hecho, veremos como Cobb es un personaje sufriente, perturbado, es incapaz de discernir bien qué es real y qué no, por lo que está usando su tótem constantemente (Nota: el tótem es un objeto personal e intransferible que sirve a los creadores de sueños para saber si están o no soñando o bien en el sueño de otro, pues el objeto tiene una característica particular que sólo su portador conoce y que por tanto un ladrón de sueños no podría imaginar e introducir en el sueño, tal como un dado trucado o una peonza que no cae).
Así la película podría decirse que consiste no sólo en la introducción de la idea en la mente de Fischer (ésa es la excusa) sino también en la sanación de Cobb y su reconciliación con su pasado, que le permita volver a casa con sus hijos. Cobb deberá afrontar su sentimiento de culpa y el dolor por la pérdida de su mujer, debe dejarla ir, dejar de proyectarla en sus sueños y dejar de usar sus recuerdos en los mismos a fin de adherirse a una realidad que no lo es. Cobb conseguirá bajar al limbo donde reside el recuerdo de su mujer y entenderá que la proyección que él mismo se hace de ella en su mente es falsa, no es sino una apariencia, un reflejo incapaz de presentar la misma intensidad y verdad que su mujer era. Entiende que por muy bueno que sea lo imaginado nada puede sustituir ese factor misterioso que lo real entraña. Igual que Nash, acaba pudiendo valorar lo real por encima de lo que no lo es. No deja de ser interesante también el hecho de que es Cobb, al saltarse la libertad de su mujer introduciéndole Origen, quien la vuelve loca. Es decir, ese componente misterioso de lo real apenas mentado es aquello inapresable, inenarrable, que percibimos pero que no conseguimos abarcar, que es lo que nos hace ser quienes somos y que hace de lo real algo siempre más valioso que cualquier proyección. Sólo respetando la libertad de su mujer y facilitando que ella misma, usando el criterio de su corazón entendiera por qué la realidad es más veraz que el sueño, Cobb habría podido salvarla. Al saltarse eso, incluso con buena intención la matará.
La película es una obra maestra en efectos especiales (se llevó 4 Oscar) además de un prodigio de montaje y entretenimiento sin renunciar a una buena historia que permite cuando menos pensar, algo escaso demasiadas veces en nuestras carteleras. Algunos de sus críticos, objetan la ambigüedad de Nolan por el final y lo que ellos llaman trampas en el montaje para confundir al espectador. Creemos que tal visión es parcial y profundamente injusta, pues Nolan en nuestra opinión, lo que consigue es interpelar al espectador y ofrece sobradas pistas durante toda la película para que un correcto visionado lleve a una sola verdad. Así, el gran debate se generó alrededor de si la peonza cae o no al final, es decir, si Cobb sigue inmerso en un sueño en el que ahora ha asumido a sus hijos o ha vuelto a la realidad. La película no lo soluciona no porque sea ambigua, sino porque es suficientemente clara como para que el espectador no sea sólo un observador, sino que siendo protagonista entienda qué ha sucedido y se pueda posicionar sobre el final.
Nuestro pensamiento coincide con el que expresaba el director en una entrevista: “La cuestión no es si la peonza cae o no cae, sino que la clave está en por qué Cobb no la mira”. Hay ciertos detalles que ayudan a comprender ese final para los escépticos que quieren no sólo lo mostrable sino lo demostrable (Nolan no es tramposo) como que los niños no llevan exactamente la misma ropa o que ciertas circunstancias han cambiado respecto al sueño, como la presencia del mentor y abuelo (Michael Caine) o el anillo de casado, además de que la historia sigue siendo profundamente coherente con las anteriores escenas. Sin embargo la lección magistral de Nolan es que Cobb no necesita mirar el tótem porque ha dado un paso, ha entendido cuál es ese factor que hace que lo verdadero y lo real coincidan, ha aprendido a usar bien el criterio del corazón, entendiendo que lo ficticio nunca podrá ser tan atractivo como lo real, porque sólo el carácter misterioso de la realidad nos mantiene en nuestra verdadera estatura de hombres, es decir, sujetos en busca de significado y plenitud infinita. La realidad siempre es positiva y otra vez si Cobb se mueve es porque hay algo real a lo que se pega y no renuncia, que es el amor y la presencia irreductible de sus hijos. Cobb ya no necesita mirar la peonza para saber que lo que ve es real.
Marc Massó
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