Brian de Palma sale con esta película de una serie de
fracasos cinematográficos y alcanza, lo que en opinión de muchos es, uno de sus
hitos de madurez con una buena obra del género. La historia destila realismo
por un lado, pues no en vano está basada en un guión inspirado en la novela del
juez puertorriqueño de la corte suprema de los Estados Unidos Edwin Torres; y
profundidad de personajes por otro, algo nada despreciable teniendo en cuenta
la superficialidad en esta materia de otros films, como por ejemplo El precio
del poder (Scarface, 1983) de mismo actor y director. Sin embargo la
profundidad del protagonista es mucho mayor aquí que en la primera. Por un lado
se ve claramente cómo en ésta, obra con la coherencia de un ideal bueno. Por otro
mientras en Scarface el personaje de Michelle Pfeiffer es un mero objeto de
deseo, en ésta Gail (Penelope Ann Miller) es la que posibilita que Carlito siga
en pie, lo más verdadero que tiene.
Si bien esta vez la traducción es bastante acertada, dado que
la cinta narra la historia de un hombre que intenta cambiar de vida pero
siempre bajo el peso de su pasado, el título original “Carlito’s way”, creemos
que transmite mejor la propuesta fundamental de la película: se nos muestra un
hombre que hace las cosas a su manera. Carlito Brigante (Al Pacino) es un
conocido narco que sale de la cárcel de forma inesperada debido a un error en
el proceso judicial que lo deja en libertad. La estancia en la cárcel le ha
permitido valorar su vida, lo conseguido y lo que desea; haciéndole tomar la
decisión de escapar de la delincuencia, no sólo por lo peligroso de ese tipo de
vida, sino tras la constatación de que nada de lo que ha conseguido le basta.
Ha llegado a la cúspide, todo el mundo le respeta, pero eso no llena su ánimo.
La película empieza por el final, conociendo ya la suerte de
Carlito, donde se intuye que su sueño se le ha escapado, pero creemos, que con
una frase decisiva: “mi corazón no se detendrá”. Ahí ya está todo. Lo relevante
de la figura de Carlito es que encarna una posición vital del hombre de nuestra
era. En un mundo donde el nihilismo triunfa, donde no hay gratuidad, donde “un
favor puede matarte más rápido que una bala” tal como el propio Carlito
sentencia, la única salida posible parece ser imponerse, devenir el superhombre
nietzscheano que es capaz de dominar una realidad ya de entrada negativa, a la
que sólo cabe someter para triunfar.
Carlito es ese hombre, pero con una salvedad: su corazón está
intacto. Es capaz de reconocer el vacío que genera el no significado en la
vida, la futilidad de la violencia, el fraude que implica no tener verdaderos
amigos. Sólo así emprenderá su huida pero siempre bajo el ideal, que es un
motivo persistente en toda la película: escapa al Paraíso –homónimo del club
que regenta–. Ya como una promesa ahora, el escape a islas Paraíso con su amada
es el leit motiv del protagonista.
Inteligentemente, esto no es un mero ideal abstracto, sino que toma cuerpo en
la figura de Gail, la mujer a la que ama, y un lugar en el mundo, lejos de
donde se ha criado. Carlito sabedor de su incapacidad, pero capaz de darse
cuenta de la verdad que encierra su amor por Gail, direcciona toda su vida en
pos de ese significado.
Ello le permite ser un hombre entero, íntegro; no en un
sentido moral, pues evidentemente es un delincuente, sino en el sentido de que
no renuncia a su deseo, a su humanidad, a aquello que considera como verdadero:
ya sea la mirada de su chica o el código de honor entre narcos. Hay un claro
contraste entre los nuevos matones que desconocen por completo la legitimidad o
el honor, frente a la vieja escuela a
la que Carlito pertenece. Cambiando de óptica despunta también la escena del
bar de streptease donde Carlito encuentra a su novia. El diálogo es de sumo
interés, pues frente a la tristeza patente que Carlito muestra por el hecho de
ver a su amada comportarse indecorosamente al bailar desnuda, ella le dice:
“Pero tú ¿a cuántos hombres has matado?”. Es decir, ¿cuál es el daño moral
mayor, de qué nos escandalizamos?
Creemos que es una muestra inteligente de cómo una relación
puede forjarse: si a partir de normas o de recriminaciones frente al propio mal
o a partir de la persona, del deseo de su corazón, de su conocimiento profundo.
Gail no se da a otros hombres como lo hace con Carlito –véase la escena del
apartamento– al igual que Carlito no mata sólo para sí, sino para sí en tanto
que para ella, para un bien mayor que es precisa y paradójicamente escapar de
eso. Por este motivo la acción de Carlito no es loable en sí misma, pues
normalmente usa el mal a su manera,
sino por la verdad que hay en su deseo y en lo que hace. En la misma línea,
sería irreal pedirle a alguien que se ha formado en la delincuencia y la
violencia una acción perfectamente recta, no porque no la pueda hacer, sino
porque nadie da lo que no ha recibido.
Así las cosas, la historia de desarrolla según Carlito
intenta reunir el suficiente dinero para escapar con su amor, pero todo lo que
hace se lo complica cada vez más. Parece como si la losa de su vida anterior
hubiera caído sobre él y no consiguiera escapar de ella. Ello destila cierto
aire escéptico o cínico. Parece que nuestra acción pasada nos determine, que no
se pueda escapar a lo que ya se ha hecho, como si la redención no fuese
posible. No obstante, creemos que hay suficiente datos en la película que
permiten rebatir esa afirmación.
El primero es la forma en cómo se encara el momento final,
con la silueta de la amada, con la mirada fija en el “Paraíso”, como dejando
claro que el camino de la vida no significa llegar a la meta que uno se
propone, sino tender continuamente al ideal que se anhela y que se justifica
siempre a través de lo real (la carnalidad de Gail y el deseo de Carlito). En
el mismo sentido, se le hace un favor al espectador al no ofrecer el clásico
final feliz para dejar las conciencias tranquilas. Realismo no quiere decir
buenismo. Lo normal con la vida de Carlito es que acabe precisamente como
acaba. Sin embargo, lo trascendental es la hipótesis de significado que pueda
traslucir aún en ese tipo de vida. El mismo Carlito lo afirma: Tumbado en esa
camilla sentía la misma sensación de libertad que al salir de la cárcel. La
muerte parece ser aquí más que un trágico final, un dramático cumplimiento.
La segunda sería que Carlito llega a engendrar, es decir,
tendrá un hijo, va a ser padre, esto es –él mismo lo dice–, su vida no ha
acabado, sino que recomienza a través de su hijo; no es el último Carlito Brigante.
Su vida la ha dado por amor, por ser fiel al ideal que marca su corazón, y la
vida continua y es buena. Continúa con ese mismo amor, con esa misma esperanza
de que no acabe, de que el paraíso llegue, de que todo tenga sentido aun cuando
toda la vida que ha conocido se lo ha negado, y la hipótesis de esa resurrección,
está en la nueva vida que llega. Así pues, con sumo realismo, la historia de
Carlito da un último toque a nuestra conciencia, y es que aun siendo el dueño
del barrio, el más temerario y el más listo, la propia vida no se puede
construir a solas. Allí donde faltan la amistad y el amor, la vida se demuestra
incompleta, mientras que el faro guía es el irreductible y siempre presente
deseo del corazón.
Marc Massó
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