miércoles, 21 de marzo de 2012

La fortuna de vivir

El cine francés vuelve a hacer gala de su exquisitez a la hora de contar historias bellas con esta película sencilla y conmovedora. La película es un largo flashback contado por la hija pequeña de uno de los protagonistas, y se sitúa en el período de entreguerras. Su interés radica en la simplicidad y claridad con la que los personajes viven sus vidas; un auténtico espejo en el que de bien seguro a muchos de nosotros nos gustaría vernos reflejados. Lo interesante del relato es que le hace a uno mejor persona al contemplar la belleza de forma explícita. El quid está en lo que se cuenta, no en lo que se oculta o se deja entrever como tan acostumbrados estamos gracias al arte postmoderno. La narración es sencilla y provocadora.

La película parte con la llegada al pueblo de un soldado –Garris–, que encuentra a su paso por un pantano cercano, una cabaña con un viejo moribundo. Garris es acogido sin que su pasado le determine. Por piedad le ayuda y mantiene con él la que será para el anciano su última charla. En el diálogo el abuelo ya le dice lo que sucederá: “El pantano es un buen sitio para vivir, te dará todo lo que necesites”. Es ahí, tras la muerte del anciano donde Garris conocerá a su inseparable amigo Riton. Efectivamente, el paraje del pantano es lo que une y deriva las vidas de cada uno de sus personajes, adquiriendo con pleno derecho el denominativo de morada, pues será el lugar donde podrán ser ellos mismos y vivir sus vidas.

Se puede afirmar sin temor a error que la película es un canto a la belleza y la alegría no sólo por los diálogos y los paisajes, sino también por cómo se huye siempre de lo oscuro, la guerra, que no se explicita sino como recuerdo del protagonista. Lo primero que sorprende de la historia es la autenticidad de la amistad entre los cuatro amigos: Garris el joven buen hombre responsable pero desafortunado con la vida, Riton el pequeño regordete borracho que es un desastre, Amedée el aristócrata ilustrado que nunca ha trabajado y vive de renta, y Pépé el abuelo “ranita” que fue un hombre pobre del pantano y se hizo millonario con su trabajo. Los cuatro se tratan y aman exactamente por lo que son, sin pretender de los otros nada más que su compañía. Ello se explicita de forma sorprendente al inicio, cuando Garris y Riton van a cantar por la zona burguesa la canción de Mayo. Amedée no les quiere acompañar dado que es su zona de residencia y siente vergüenza por sus amigos, a lo que la respuesta de éstos, lejos de la indignación es: “Tranquilo no hay problema, eres un buen amigo, de verdad”.

El espectador puede ver con claridad lo humana que es la duda y el pudor de Amedée y lo correspondiente que resulta la respuesta de sus amigos: te queremos tal y como eres, porque nuestra amistad va más allá de nuestra clase social. Esta lucha de clases ideológica se ve retratada también en la relación con el abuelo “ranita”, pues lejos de adquirir los desmanes que han destruido el siglo XX y siguen haciéndolo, se resuelve en el realismo y la cotidianeidad de sus relaciones. Mientras que la familia del abuelo no quiere que vaya con la gente del pantano y sufre constantemente por las mentiras y falsas apariencias motivadas por la avaricia y la envidia que provoca el dinero; el abuelo recuerda con añoranza sus años en el pantano viendo reflejada la dicha de su vida en sus jóvenes amigos, llegando a afirmar que el hacerse rico ha sido su perdición. Es un concepto muy actual, el típico “el dinero no hace la felicidad” que todo el mundo repite pero que nadie se cree –pues todos seguimos poniendo nuestra esperanza, y más ahora, en la economía-, pero que la película evidencia de una forma cristalina.

Se podría decir que esta capacidad de vivir lo real en los personajes y de disfrutar verdaderamente de todo lo que acontece viene dada por una atención a lo concreto continua. Riton y Garris no tienen trabajo fijo, van ayudando a la gente en sus necesidades, ya sea arreglar un jardín, limpiar un escenario o vender caracoles o plantas cuando es época. Así surgen relaciones espontáneas que aligeran la vida, aunque sea sólo con la conversación, como en el caso de la anciana que se siente sola, amiga de Amedée. La intensidad de sus vidas se evidencia en lo concreto, en el gusto por la buena comida, la buena música o el buen vino. Más aún, se muestra de forma magistral la confluencia de lo intelectual y lo práctico en el diálogo con Amedée cuando van a buscar caracoles. El literato conoce la realidad especialmente a través de sus libros, mientras que los compañeros de fatigas la conocen “con las manos y el sudor”, con su experiencia, y es el viejo quien tras leerles un texto sobre la libertad entiende junto con ellos que efectivamente, su forma de vida es la de hombres libres.

Hay un quinto personaje significativo, Jo Sardi –Eric Cantoná- un famoso boxeador que tras un desafortunado accidente con el pobre Riton, que está ebrio como de costumbre, acaba en la cárcel, perdiendo todo su honor y su prestigio (maravilloso el detalle del pneumático que marca el fin y la resurrección de Sardi). La vida de éste se deriva entonces, aún más si cabe, por el odio, queriendo salir libre con el único fin de matar a Riton. El desenlace es más paradójico aún, pues tras la marcha de Garris que decide seguir la intuición de su corazón e ir a por el amor de su vida, Riton y Sardi devienen amigos. Al temer por su vida, Sardi, por primera vez se da cuenta de que él no la controla y que ésta adquiere mayor significado si es compartida con alguien.

Podría seguirse con innumerables comparaciones, símiles y momentos del film que lo hacen enternecedor, pero sólo a modo de conclusión y un poco de contraste. El camino opuesto, es decir, el entender la realidad como mero útil al propósito propio o la hipótesis de que ésta siempre es negativa e insuficiente se encarna, principalmente, en dos personajes. Por un lado, en el yerno del abuelo ranita, que sólo se preocupa en dejar bien encarada la herencia y la empresa olvidándose de la atención de su hijo y del mismo abuelo; algo de lo que es partícipe también su esposa e hija del abuelo. Por otro lado está la segunda mujer de Riton, que está permanentemente sumida en la nostalgia y el malhumor, todo le asquea y a todo afea, pues no se contenta con nada. Quizás sea por su soledad –como antítesis de la amistad- o porque Riton sigue permanentemente enamorado de su primera esposa que lo abandonó. Sea como sea, es un personaje que nunca afronta lo que sucede como un bien, lo cual aclara lo disonante que resulta para la vida una postura así, dado que llega a importarle más la adquisición de un sombrero que la salud de su hija. En cualquier caso, estos personajes, lejos de oscurecer a los principales los resaltan, más aún, hacen evidente cuál es la postura más interesante ante la vida.

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