jueves, 24 de enero de 2013

Toy Story 3



La factoría Pixar vuelve a regalarnos otra joya con la tercera y conclusiva entrega de los conocidos juguetes. En esta parte se nos cuenta cómo Andy se ha ido haciendo mayor y llega el momento en que debe abandonar a sus antiguos juguetes. La historia habla sobretodo de la pertenencia y de la amistad. La pertenencia acontece con multitud de referencias, desde signos palpables como el nombre de Andy escrito en los pies de cada juguete, hasta la imposibilidad de éstos de ser ellos mismos sin la relación con su dueño que les conoce y les da significado (la película empieza con una escena de “acción” donde cada juguete desarrolla su papel). Son los mismos juguetes quienes ya de inicio lo reconocen: “nuestro cometido no es simplemente que jueguen con nosotros, sino estar siempre ahí para Andy”.



Por un lado, la película muestra cómo una verdadera amistad sólo es posible en el contexto de un amor previo, alguien que te ha amado a ti antes y que permite que tú ames a los demás generando una comunidad de amigos, que lo son en tanto que han pertenecido antes. Esto se muestra en cómo la comunidad de juguetes de Andy se mantiene unida y posibilita luego el “cambio” de los juguetes de la guardería. Tanto es así que mientras Woody anda solo, no es capaz de lograr nada e incluso “pierde” simbólicamente el sombrero, signo de su autoridad en tanto que juguete principal del grupo. De hecho no lo recupera hasta que no vuelve junto con sus amigos, pues aunque uno sea la autoridad, por sí mismo no puede hacer nada. Se ve ahí también cómo un seguimiento verdadero en la obediencia, en el ir todos a una, sólo es posible en esa misma pertenencia, es decir, constatando el vínculo de amistad que los une en tanto que son los juguetes de Andy.


Por otro lado, se enseña la alternativa a una vida en la cual ese vínculo original con un dueño bueno se rompe. Ello se encarna en la figura de Lotso, el osito que tras ser olvidado por su dueña, se siente rechazado y encarna una espiral de violencia y escepticismo que deviene en un régimen dictatorial que aplica con mano férrea en la guardería, sometiendo a los juguetes más débiles. Ciertamente, cuando la posición ante la vida es nihilista (“no somos más que plástico esperando a ser desechado”), sólo vale la lógica del poder político en donde el individuo es un mero objeto a ser manipulado y sometido, es decir, gobernado desde una lógica de imposición del más fuerte; pero no del bien común y de la valoración de cada uno en tanto que individuo único con valor incalculable.

Además, en la figura de Lotso se representa con sutil genialidad la figura posmoderna del hombre hecho a sí mismo y que está completamente perdido, desvinculado de todo origen bueno al que pertenecer y que renuncia a toda relación (“sin relación no hay dolor”, “soy dueño de mí mismo, nadie me dice lo que tengo que hacer”); que se afirma en última instancia a sí mismo y que al final sólo consigue su propia perdición al ser incapaz de aceptar la redención –que Woody le ofrece– de una realidad que se presenta más amplia y más buena que el propio plan.


La película en su transcurso muestra geniales guiños a películas como “La gran evasión” en la escapada de la guardería y deja escenas brillantes para el recuerdo, como el momento en que los juguetes se aproximan a su inminente y fatídico final en el horno del vertedero y deciden afrontar tan importante instante cogiéndose de las manos, juntos, ante lo que el destino les depara. Es ahí donde sólo un imprevisto da lugar a la esperanza, sólo lo impensable obra el milagro…

Lejos de hacer pasar el rato y acabar con un final feliz vacuo, la película cierra genialmente el círculo. Los juguetes consiguen volver a casa y reencontrarse con su dueño. Éste al descubrirlo, entiende el valor de éstos, y de forma análoga a como su madre le deja marchar a él para que sea más él mismo (que vaya a la universidad y conforme su persona lejos del hogar), decide regalar sus juguetes precisamente a la niña en cuya casa Woody había “aterrizado” durante la película. Aquí se ve tanto el paradigma del proceso educativo como del verdadero amor. 

Por un lado, Andy regala sus juguetes a alguien que sabe que los cuidará bien y no sólo eso, sino que introduce a la niña en la realidad, la educa, explicándole quién es cada uno de sus juguetes y jugando con ella antes de marcharse. Por otro lado, la decisión de aceptación de la voluntad del otro y por tanto de su persona, se da también en los juguetes, que mediante Woody “ayudan” a Andy a tomar la decisión y entienden que si bien le pertenecen a él en origen, ahora están llamados a abandonarle para un nuevo tipo de vida. Tanto es así, que incluso en la guardería las cosas cambian, pues la experiencia de pertenencia de Woody y los demás a Andy, ha generado en ellos un modo de tratarse y una comunidad que ha quedado como método para esos juguetes.

Aprendiendo de éstos, ya no se tratan con violencia según una lógica de poder, sino que más bien con una lógica de caridad, se entregan y ayudan unos a otros para que los niños puedan jugar con ellos así como posibilitando también que entre ellos mismos puedan convivir en paz. Se ve cómo sólo una dinámica amorosa de relaciones a las que uno pertenece en tanto que le permiten ser más él mismo (uno no podría explicarse a sí mismo sin la historia de sus padres, sus maestros, sus amigos, etc.), permite construir y valorar positivamente la realidad; hasta el punto de desapegarse de los planes propios que se muestran siempre como una reducción de la infinita amplitud de lo real.

Marc Massó

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