lunes, 26 de noviembre de 2012

La soga

Con esta película el maestro Hitchcock entra en la era del color en el séptimo arte. Estrenada en 1948, casi podría decirse que el director busca arrojar luz sobre la tragedia ocurrida en el mundo, pero especialmente en el continente europeo; proponiendo una película que ahonda en los conceptos de tipo filosófico que dieron vida a algunas de las épocas más deleznables de nuestra historia. Es una película peculiar y atrevida, un auténtico reto de dirección y prodigio escénico, pues está rodada aparentemente sin detenerse. El director graba planos-secuencia completos de una sola toma y sin cortes. La idea era grabar la película de forma continua, pero se ve limitado por cortes obligados cada 10 minutos –el máximo de duración de cada rollo de film– que consigue mediante cambios de plano “aparentes”, disimulándolos al pasar la cámara por lugares oscuros como chaquetas de personajes, muebles, etc.

La historia se desarrolla con pocos personajes, en un único escenario y de forma continuada, dando la sensación de una escena teatral. Si bien, los tiempos han de ser condensados para albergar un inicio, el desarrollo de un banquete y su finalización en apenas 80 minutos; lo cual dice mucho de la gran dirección artística y el montaje del mismo. Con ello se consigue centrar constantemente la atención del espectador en el desarrollo de la acción y casi hacerlo un extra más de la película.  El tema central se basa en el asesinato –inspirado en una historia real– cometido por dos estudiantes de éxito, Brandon (John Dall) y Phillip (Farley Granger), sobre un compañero suyo por considerarlo un ser inferior.

El argumento se desenvuelve en la fiesta que celebran tras consumar el hecho y en las discusiones filosóficas que tienen con los participantes, cuyo trasfondo es el sustento ideológico que les ha llevado a perpetrar tal atrocidad. Se basan en los principios del superhombre nietzscheano, un ser que es capaz de imponerse a los demás dados unos ciertos rasgos diferenciales que lo hacen superior al resto, pudiendo disponer de ellos según su criterio. Así, el asesinato de los débiles estaría justificado para aquéllos que están por encima de los demás, ya sea por su intelectualidad superior, su raza u otros factores objetivables según la ideología que los defiende. De esta forma, será sólo la voluntad de aquél que se considera superhombre aquello que rija los principios morales de bien y mal. Es decir, la realidad se domeña según el criterio del poderoso.

Se ven otra vez con claridad elementos ya detectados en otras películas de este ciclo. Se tiene por un lado el elemento teológico, pues el acto de quitar la vida da un poder, no análogo, por sí de alguna manera contrapuesto, a aquél que la puede dar, esto es Dios. Por tanto, el superhombre que ocupa el lugar de Dios dispondrá de la realidad eliminándola si es necesario. Así el acto de homicidio se reviste de una liturgia particular: en un ambiente festivo, preparan un altar de sacrificio que es el baúl que esconde el cadáver del amigo sobre el que compartirán la comida –nótese qué acentuado paralelismo hay con la eucaristía cristiana u otros ritos primitivos de sacrificios–, etc.

Por otro lado se ve también con claridad la dinámica del poder, aunque de una forma un tanto paradójica. Vemos como ambos compañeros ejecutan su plan, se sienten superiores y lo celebran, pero a la vez la culpa los carcome –especialmente a Phillip–, sienten miedo en varias ocasiones por si les descubren –por tanto no son tan “poderosos” como creen– y hay una especie de jerarquía establecida en cuanto a intelectualidad, que encontraría la cúspide en el profesor Rupert Cadell (James Stewart) por quien sienten admiración y con quien han aprendido y discutido esos ideales.

Vemos así cómo el asesinato se reviste del elemento artístico, es decir, de alguna manera trascendental; pues el arte pretende desvelar aquello que tras la mera apariencia de la realidad se intuye. Es significativa la dinámica del poder en tanto que ente que “permite la vida”, no la puede crear, pero decide quién puede disponer de ella o no, gestionando y objetivando las personas según su criterio. Además, se establece una distancia clara entre el individuo y la sociedad, la comunidad. Lo público se entiende como enemigo del individuo en tanto que capaz de oponerse a la voluntad propia. Así hay que encontrar la forma en que la gente no interfiera en el propio plan. El otro ya no es aquél con quien y por quien uno vive, sino que deviene en enemigo tras la quimera de autosuficiencia del superhombre. Recuérdese que ya decía Aristóteles que el hombre es un “animal social” en tanto que necesita de otro para ser engendrado y sólo en otro encuentra plenitud, esto es, en la vida comunitaria.

De esta manera, toda la acción transcurre en el apartamento, es decir, un lugar mensurable, controlable, a la merced de los poderosos estudiantes de élite. Se apartan de la gente, que sólo es visible al final, en forma de voces desde la calle cuando se descubre toda la trama. De hecho, al inicio de la película los asesinos lo confiesan abiertamente: “Deberíamos haberlo hecho a plena luz”. Estableciendo una analogía con los salmos bíblicos de la cultura hebrea, cabría afirmar que aquél que está alejado del bien debe actuar en la oscuridad, pero aquél que actúa en la luz, es porque está en la Luz (Dios, el bien supremo). Por tanto, vemos que la voluntad totalitaria es establecer un marco de “luz”, de realidad, cuyo fundamento moral sea lo preconcebido, no la realidad tal cual es. En el caso que nos ocupa, Hitler, como se menciona en la película, sería el ejemplo más claro: la nueva moral dirá que es lícito matar a seres inferiores, algo que también vimos en R.A.F.

Por último cabría resaltar la figura del profesor Cadell, alguien intelectualmente superior a ellos que consigue desentrañar la trama. Hay ahí un elemento interesante y es que Cadell se escandaliza al ver cómo sus propias teorías han sido llevadas a la práctica.  Recordando la frase de Goya cuando afirmaba que “los sueños de la razón generan monstruos”, se ve con claridad que la razón alejada de la experiencia concreta es inoperativa, está castrada, pues la singular capacidad del hombre de abrirse a la realidad y entenderla, está indefectiblemente ligada al hecho moral, o dicho con otras palabras, a la adecuación de la propia acción a la realidad. Por decirlo de otra manera, no sirve de nada conocer el fuego y sus propiedades si no nos podemos servir de él para calentarnos y vivir mejor o si por el contrario lo usamos para hacer el mal con voluntad de poder. De hecho, el profesor Cadell tendrá al final la posibilidad de acabar con la vida de sus alumnos al hacerse con un arma, pero no lo hará. Tras haber visto sus teorías llevadas a la práctica, ha entendido que no es él quien puede disponer de la vida de otros, aunque esos otros hayan cometido un acto atroz.

Así el profesor dirá que hay algo en él que le obliga a abominar de lo que sus alumnos han hecho y por tanto a renegar de todo aquello que había defendido. Vemos aquí una vez más la referencia a ese dato previo, aquél que ya señaló Kant y muchos otros antes con otros nombres, hablando del “orden y la belleza instaurada en su interior”, es lo que la Biblia llama corazón, donde está inserida la ley de Dios. Es eso que nos hace humanos, es ese deseo irreducible e inalienable de justicia, de belleza, de bien y de felicidad, infinito, que ha movido y mueve en la historia el ánimo humano. Sólo atendiendo a ese dato y a la realidad tal cual es, uno puede escapar del señuelo de la ideología, de la atracción del mal, de la tentación de creerse autosuficiente y dejar de esperar de la realidad una respuesta a esas exigencias para pasar a imponer la propia. Ninguna voluntad, ya sea de uno sólo o de un pueblo entero, está por encima de la verdad y del individuo. Pues sólo partiendo de que hay una verdad, una forma de conocer las cosas como son y tratarlas bien, así como reconociendo la dignidad y valor absoluto que tiene toda persona humana, se puede construir una sociedad libre en la que el hombre pueda encontrar respuesta a su vida.

Marc Massó

lunes, 19 de noviembre de 2012

La vida de los otros


La caída del muro de Berlín dejó al descubierto el verdadero rostro de la vida en el socialismo real, un estado omnipresente que buscaba conocerlo todo de sus ciudadanos para salvaguardar la utopía. A pesar de la abundante información y testimonios que han mostrado al mundo lo que significaba el día a día bajo un régimen comunista, es sorprendente que dicha ideología siga siendo admirada y defendida hoy en día.

En el año 2006, el director Florian Henckel von Donnersmarck regaló al mundo una verdadera obra de arte, “La vida de los otros”. Su película recibió el aplauso unánime de crítica y público, y de este modo cosechó multitud de premios alrededor del mundo, llegando a su momento álgido al alzarse con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Como ya hemos comentado, nos resulta gratamente sorprendente que el cine alemán haya sido capaz de aproximarse y mostrar hechos vergonzosos de su pasado sabiendo mantener una distancia adecuada para no caer en partidismo alguno y reflejar la verdad.

“La vida de los otros” nos lleva a la República Democrática Alemana (su nombre ya era un insulto a la verdad) durante el año 1984, fecha que no nos parece fortuita, ya que da título a la obra más conocida de George Orwell; la cual narra la vida en un estado totalitario. El capitán Gerd Wiesler (Ulrich Muhe) es un oficial de la Stasi (policía secreta de la RDA) con una hoja de servicios que refleja fielmente su grado de compromiso con la lucha por la salvaguarda del socialismo real. Es un hombre frío y metódico, que no da espacios al sentimiento ni a la duda cuando de defender la RDA se trata, es alguien que ha entregado su vida por completo a la defensa y preservación del comunismo.

Wiesler es un ser solitario, algo imprescindible para que cualquier sistema totalitario persista, sin amigos ni amores, su vida se construye por y para el Estado que es quien al mismo tiempo le otorga su dignidad. De hecho él es el encargado de formar a los jóvenes aspirantes a agentes de la Stasi, es el arquetipo del siervo del Estado. Vuelve a ser recurrente y claro aquí el cariz teológico de la estructura estatal totalitaria. Bajo una ideología con pretensión totalizante el Estado es el nuevo dios que lo verá, gobernará y dispondrá todo para que los hombres puedan vivir. La ciencia y el progreso serán sus brazos ejecutores mediante sus agentes y funcionarios.

Sin embargo, la vida del capitán Gerd Wiesler cambiará drásticamente cuando se le asigne espiar al escritor Georg Dreyman (Sebastien Koch) y a su novia, la popular actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedek). Georg como la mayoría de sus amigos intelectuales no cree en el régimen, pero está bajo el yugo de un poder omnipresente que es capaz de quitarle sus dos pasiones: la escritura de obras de teatro y a su mujer. Análogo miedo está enraizado en Christa-Maria, que se acuesta con el ministro coaccionada por el miedo a perder su carrera artística, su vocación.



Tal y como ha hecho siempre, Wiesler se dedica con ahínco a la misión que le ha sido encomendada. Para ello llena de micrófonos todo el apartamento de Dreyman y se instala en el piso superior para escuchar diariamente la vida de esta pareja en busca de pruebas que demuestren su traición al Estado. He aquí una de las características fundamentales de la ideología: no importa la persona, sino la idea, el poder; de modo que todo debe confeccionarse para el control, y así todo el mundo está bajo sospecha. El ciudadano ya no es persona, ya no es un individuo único e inigualable, es una cosa más, algo objetivado por el poder estatal con el fin de disponer de él, de ordenarlo, de coaccionarlo, para que nada salga del marco del ideal absoluto. La libertad no es la condición para la felicidad y cumplimiento del hombre en tanto que capacidad de adhesión a aquello que cumple su vida, sino que deviene una libertad negativa, de opción dentro del muestrario preconfeccionado por el poder: se puede elegir lo que el poder diga que se puede elegir, lo demás no existe, o no debe existir. Como ya dijo Orwell “todo lo que no es obligatorio está prohibido”.

Con todo, a medida que Wiesler se introduce más en la vida de Dreyman y su novia, su forma de ver y tratar todo lo que le rodea va cambiando. El contacto con la belleza y una vida verdadera despierta en Wiesler la nostalgia por algo que llene su vida, ya que se da cuenta que el comunismo no puede dar respuesta a lo que él es ni a lo que su corazón desea. Vemos un ejemplo claro en un momento de la película en el que tras escuchar cómo Dreyman y su novia mantienen relaciones sexuales, al volver a casa Wiesler solicita los servicios de una prostituta, en un intento torpe de tener un poco de aquella vida que ha visto. De hecho se da cuenta que sólo el sexo no le es suficiente y le pide a la prostituta que se quede un rato más con él. Su respuesta es que otro día reserve más tiempo ya que tiene que atender a otros clientes del estado. Es lo que tienen los sucedáneos, que nunca son como el original.



El contacto con la belleza se hace evidente en escenas como en la que Wiesler escucha ensimismado a Georg tocar una pieza para piano de la que el mismo Lenin dijo que si la seguía escuchando no podría continuar con la revolución. La belleza, como una gotera, va horadando la roca que tiene Weisler a modo de coraza frente a lo real. En la misma línea, uno de los momentos claves de la película es cuando Wiesler rompe su “código de conducta” y en el bar se atreve a acercarse a Christa para decirle que no debe irse con el ministro. Ella le responde que es un “buen hombre”, y son estas, probablemente, las palabras más amorosas, más gratuitas, más humanas, que ha tenido en lustros. Esta conmoción obra el cambio en este personaje, la experiencia le despierta otra vez.

De hecho, siguiendo con un desarrollo también muy actual del poder, el elemento sexual se encuentra presente en las “citas” que mantienen Christa-Maria y el ministro para la satisfacción del apetito sexual de éste. Bajo la coacción del poderoso, se doblega la voluntad personal al servicio de los instintos, diríase que más bajos. No obstante, no dejan de ser llamativos dos aspectos: el primero es que incluso detentando el poder uno no albergue relaciones humanas verdaderas, es decir, que ni perteneciendo a la élite que gobierna el supuesto ideal, uno logre saciar su propia existencia. La inercia del poder cuando no está al servicio de la realidad, esto es, al bien y a la comunidad, se pervierte con fines propios siempre erróneos en tanto que parciales.

La segunda es el objeto mismo del deseo, que es precisamente la relación sexuada con otro. Esto lleva a entender que la originalidad del ser humano reside en la apertura al otro, en la relación amorosa con lo otro, lo distinto a sí mismo –entiéndase la realidad entera y por consiguiente, los demás, distintos de mí–. Nótese pues la flagrante paradoja en el modo que tiene ese mismo poder de ordenar la polis: mediante el individualismo y la soledad, sustituyendo lo real por lo preconcebido. Destacamos también que la acción se desarrolla en medio de un entorno uniformado en todos los niveles, siendo el arquitectónico un ejemplo claro: bloques de viviendas iguales unos a otros, construidos no para albergar vida sino para cumplir las mínimas funciones fisiológicas que necesita un ser humano, dormir y comer.



La vida queda reducida así a lo pragmático, a la inmanencia de la acción, cercenando cualquier vínculo más alto, cualquier cosa que indique un “algo más” siguiendo la dinámica del propio deseo humano. El apartamento de Wiesler es un canto a la soledad más absoluta, paredes vacías, pocos muebles y un televisor frente al que nuestro personaje cena –una referencia constante a cómo la reducción del individuo a sí mismo se consigue mediante el poder y la tecnología, es decir, todo lo que evita y sustituye, mal que bien la alteridad, la relación con el otro–. Todo está pensado para que nada despierte en él sentimiento alguno; pero como dijo Dostoievski: “la belleza salvará al mundo”. Así, en medio de este paisaje donde lo humano ha intentado ser desterrado, gracias a su carácter irreductible, es decir infinito, la vida se abrirá camino igual que una planta que crece en un muro de piedra cuando encuentra la mínima posibilidad para existir.

De esta manera Wiesler dejará de reportar las acciones delictivas de Dreyman, siguiendo al inicio una intuición, diríase casi que una curiosidad, como la del niño que descubre algo correspondiente, que sin embargo le han dicho que está prohibido, pero que contempla y a lo que se acerca con cautela. Esa primera intuición evolucionará a certeza mediante la confrontación de su propia experiencia. El espectáculo de vida, de goce, de libertad del que es espectador le relanzará a la pregunta sobre su propia vida, le permitirá entrever la mentira y la reducción de sí mismo que había aceptado de antemano, casi sin concebirlo, bajo el ideal del poder y le hará renacer.


No deja de ser significativo cómo se rebela en primera instancia, arreglándoselas para que Dreyman vea lo que hace su novia, como aquel que se rebela en contra de la mentira, de lo falso, que espera de las cosas una consistencia y una profundidad. Es en este momento donde será testigo de algo más grande que su concepto de justicia, y es el perdón que Dreyman da a su novia tras darse cuenta de su infidelidad. Salvará al artista y a sus amigos, será repudiado y rebajado por ello, pero si bien su vida parece igual de monótona y aburrida, él ya es otro, su mirada es distinta, ya ha visto algo más a lo que no renunciará por cualquier ideal menor. Del mismo modo en que Christa-Maria ha sido perdonada, Wiesler desea poder recibir ese abrazo redentor que le haga recuperar la conciencia de que todo su mal puede ser sanado con un segundo de amor sincero y desinteresado.

No obstante, el trágico desenlace parece augurar lo peor. Dreyman y su novia son apresados, el poder vence, Christa-Maria renuncia al amor por su propio ideal, su carrera profesional, e incapaz de soportar la culpa se suicida –no hace falta pertenecer a un estado totalitario para reducir lo humano, evidentemente–. Wiesler salvará in extremis al dramaturgo, pero éste, incapaz de superar la muerte y traición de su amada permanecerá gris, incapaz de volver a escribir. Entonces acontece lo inesperado. Dreyman descubre que siempre fue espiado, pero que con una misericordia inmerecida –no conoce a Wiesler– y gratuita, no fue delatado. El bucle de lo imposible sigue su recorrido: Dreyman salvó a Wiesler y éste lo salvó a él. Dreyman volverá a escribir, dejando plasmado en el arte, un recuerdo eterno, más allá de lo mensurable: “Sonata para un hombre bueno”.

El final de la película la redondea, viéndose cómo sólo a partir de la gratuidad y la afectividad entre las personas, es posible entablar relaciones justas, vidas cumplidas, sociedades orientadas al bien común, donde cada cual pueda vivir y buscar la felicidad. Fueron renaceres como éstos, corazones que no se redujeron, ideales desenmascarados, los que tiraron abajo el muro. No sólo el que dividía la ciudad, sino ese muro, más peligroso aún por imperceptible, que es el que  separa  a las personas y las aleja de poder gustar la verdadera vida.

                                                                                                                                  Alberto Ribes

domingo, 4 de noviembre de 2012

R.A.F. Facción del Ejército Rojo




A finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado surgió en la República Federal Alemana un grupo terrorista llamado R.A.F (Rote Armee Fraktion) comúnmente conocido como Baader-Meinhof en referencia a sus dos principales miembros, Andreas Baader y Ulrike Meinhof. En el año 2008, el director alemán Uli Edel llevó su historia al cine.

La película es especialmente didáctica en su forma de mostrarnos a los principales personajes y sus motivaciones, así como la secuencia histórica de todos los hechos. Asimismo es muy sincera y transparente en su análisis, ya que muestra por igual tanto la brutalidad policial como la del grupo terrorista en un clima social violento. No creemos que se quiera poner en un mismo plano dos tipos de violencia (eso daría para otro debate), simplemente se quiere mostrar sin ser partidista unos hechos, su desarrollo y sus consecuencias.

El ambiente cultural y político en el que surgen las RAF está impregnado por la revolución o liberación sexual así como por las consecuencias del mayo del 68 francés: por una parte la pérdida del referente paterno como autoridad y por ende de cualquier tipo de autoridad o referencia en la vida; y por otra parte la voluntad de vivir sin ningún tipo de reglas o códigos morales (prohibido prohibir). También debe destacarse que algunos de los miembros originales y fundadores de las R.A.F eran personas de clase media o media-alta como en el caso de Meinhof.

Sin querer justificar ninguno de los actos que se llevaron a cabo, debe decirse que muchas de las cosas a las que se oponían los miembros de la R.A.F. y contra las que se luchaban eran realmente dignas de ser criticadas. Pero, aquí es donde la ideología transforma al hombre y se aprovecha del deseo de justicia que todo ser humano alberga en su interior para traicionarlo y malgastarlo en una lucha que acaba siendo autodestructiva para todos los que participan en ella. Es muy interesante ver en la película como la radicalidad y entrega de cada uno de los miembros de las Baader-Meinhof a su lucha, va a la par con un alejamiento cada vez mayor de la realidad; o dicho de otra forma, la idea que se tiene sobre lo que parece más justo hace perder de vista lo que la realidad es.


Como ya vimos en la primera película del ciclo sobre ideologías, La Ola, una de las necesidades más fervientes que tiene cualquier ideología es la de encontrar un enemigo que dé sentido a la lucha. En el caso que nos ocupa, el enemigo era el capitalismo o el imperialismo americano. Una vez determinado este enemigo debe verse de qué forma se le combate, y aquí la película nos muestra al inicio dos tipos de lucha. Por una parte la que lleva a cabo Andreas Baader con su novia y dos amigos, que consiste en incendiar unos almacenes. La otra forma de lucha la encarna Ulrike Meinhof, periodista y mujer culta con buena pluma, que denuncia las atrocidades del capitalismo a través de sus artículos en la revista Konkret.

La novia de Baader, Gudrun Ensslin, es una chica cuyo padre, un pastor protestante, ante la queja de su hija con la situación que vive el mundo la única respuesta que le da es que se case con su novio cuanto antes. Por su parte, Ulrike Meinhof, engañada por su marido y fascinada por la dialéctica revolucionaria de un carismático líder intelectual de las protestas estudiantiles (Rudi Dutschke), entra en contacto con Ensslin y juntas organizan y llevan a cabo la liberación de Baader, acto con el cual Meinhof da un paso más en su lucha y se involucra en la ejecución de acciones armadas. Pero este paso en la lucha no es gratuito, y Meinhof (al igual que Ensslin) abandona a sus hijas para poder dedicarse por entero a la R.A.F. Otra vez se ve el carácter totalizante de la ideología, es un ideal que ocupa toda la vida, debiendo uno renunciar a todo en pos de éste. Se caracteriza además por una falta de concreción en la realidad, pues uno abandona lo que hay por lo que debe haber, sentándose así una dialéctica constante inhumana que lleva, en efecto, a la deshumanización. Ya no importa lo que la realidad es, sino lo que la idea dice que debiera ser, estableciendo así un vínculo de relación con lo real transmutado: ya no es la realidad lo que lleva al cumplimiento de la vida, sino que la idea debe subyugar y substituir la propia realidad para dar paso a un cumplimiento siempre futuro y por su misma dinámica inalcanzable.


Como ejemplo de esto resulta sorprendente como se justifican todos los atentados terroristas. El asesinato de policías y militares tiene su razón de ser en el hecho de que los miembros de las Baader-Meinhof consideran al hombre de uniforme un cerdo, no un ser humano, y por ello su muerte está plenamente justificada. Se ve pues hasta qué punto la ideología aleja a la persona de la realidad, llegando a considerar que unas personas abandonan su condición de seres humanos por el hecho de llevar un uniforme. Otro hecho que la película muestra es la contradicción existente entre lo que defienden y lo que hacen. En un momento determinado le roban el coche a Baader, el cual se queja insistentemente por esa injusticia, la respuesta de sus compañeros es “ya robaremos otro”, dando a entender además que el coche que les han robado tampoco era suyo.

Una imagen especialmente interesante en la película es que en dos ocasiones nos muestra a miembros de las R.A.F utilizando un libro para pasarse información cifrada unos a otros, el libro que utilizan es Moby Dick, de Herman Melville, novela que narra la obsesiva y autodestructiva persecución de una ballena blanca por parte de un marinero. Es un paralelismo realmente acertado, ya que la persecución de la revolución que llevan a cabo los terroristas es realmente obsesiva y acaba siendo autodestructiva para todos ellos, ya que la respuesta a la existencia que les da a cada uno la ideología es absolutamente abstracta y desvinculada de la realidad. Se ve incluso en la forma pueril e infantil que tienen de comportarse, tanto entre ellos como en la cárcel: se mueven por el simple capricho, el instinto, la apetencia y la ausencia de cualquier referente moral. De hecho, al principio de la película, Ensslin le dice a Meinhof que necesitan una nueva moral, es decir, la revolución ha de ser completa, ni lo humano basta, por ello hay que redefinirlo para que pueda encajar en el esquema de esa revolución que ni ellos mismos saben justificar.


Ello queda patente en cómo las sucesivas generaciones de terroristas se desvinculan de los ideales de sus fundadores, llevando a cabo acciones equivocadas y alejadas de su origen. Es por tanto lo constatación de cómo al no haber un dato objetivo con el que uno pueda medirse, la transformación de la realidad queda totalmente desarticulada, es fútil y triste. En 1972 todos los principales miembros de las Baader-Meinhof fueron detenidos y encarcelados. Una parte importante de la película se dedica al juicio que se llevó a cabo contra ellos, durante el cual los principales ideólogos de las R.A.F. se suicidaron (aunque algunas versiones apunten a un asesinato por parte del Estado). Pero antes de ese desenlace, se nos muestra cómo la relación entre ellos es tensa y violenta, especialmente contra Ulrike Meinhof, que fue la primera en acabar con su vida. La paradoja reside en el hecho de que la base de la formación es profundamente anárquica, sólo direccionada por el carisma de Baader y los ideales de Meinhof; por ello cuando se intenta imponer un cierto orden, una modalidad en cómo las cosas deben ser, se encuentran ante el vacío, pues sencillamente no existe o es irreal. De ahí la alternativa es sólo la queja y el reproche, que finaliza trágicamente con la última huida hacia la nada: el suicidio.



R.A.F es una película interesantísima, ya que nos permite ver la evolución de unas personas que ante un deseo de justicia y bien, buscan una respuesta. Lamentablemente, aquello que creen afirmar no les libera, sino que les destruye y esclaviza, no les da la vida sino que se la quita. La ideología sólo sobrevive a base de mitos, y por ello, los seguidores y continuadores de las R.A.F. se ven huérfanos en su lucha al descubrir el verdadero final de sus ídolos encarcelados.

                                                                                                                                     Alberto Ribes