lunes, 17 de diciembre de 2012

Sophie Scholl


Y la piadosa Rosa Blanca/Con su cascada de rizos dorados/Quiere pagar toda la culpa/ Lo que te queda, Rosa Blanca/Dalo a los pobres o sacrifícalo/¡Ve en nombre de Dios!” Estos versos del poeta alemán Clemens Brentano inspiraron el nombre del movimiento de resistencia y oposición al nacionalsocialismo conocido como “La Rosa Blanca”. Como podremos ver, fueron una premonición de lo que acabaron siendo sus vidas.

Hemos querido que fuese esta película la que cerrase nuestro particular ciclo cinematográfico sobre ideologías, ya que en nuestra opinión, muestra cuál es la verdadera postura humana que permite al hombre mantenerse frente a un poder ideológico sin sucumbir a él. A pesar de ello, la película no es, para nosotros, una cinta del todo bien realizada. Aspectos como la música o el montaje no están a la altura de una historia como esta, pero es precisamente la intensidad de lo que se cuenta y algunas interpretaciones muy dignas, lo que permite que uno se enganche a la película y llegue a emocionarse con ella.

El 18 de febrero de 1943 los hermanos Hans y Sophie Scholl son detenidos en la universidad de Munich tras haber arrojado octavillas que contienen un texto crítico con Hitler y el nacionalsocialismo, en él se podía leer: “El nombre alemán permanecerá para siempre mancillado si la juventud alemana no se alza para vengar y expiar, al mismo tiempo; para aniquilar a sus opresores y construir una nueva Europa espiritual”. Esta es la sexta octavilla que los jóvenes de la Rosa Blanca han distribuido y será también la última. La película de Marc Rothemund se inicia con la noche previa a la detención de los hermanos Scholl y se centra en mostrar el interrogatorio a Sophie, el juicio y su ejecución.



Nos parece importante hacer una breve semblanza de quiénes eran los principales miembros de la Rosa Blanca, así como de qué tipo de vida pudo nacer un movimiento de resistencia al nacionalsocialismo tan singular. Los hermanos Scholl crecen en Ulm, en el seno de una familia protestante. Su padre se opuso al nacionalsocialismo desde su triunfo en 1933, pero sus hijos, y en concreto Hans, en un principio se sintieron atraídos. En 1936, Hans fue el encargado de llevar la bandera de su ciudad en el congreso del Partido celebrado en Nuremberg, y fue allí donde entendió que no era aquél el ideal que él deseaba seguir. Al respecto comentó su hermana Inge que: “cuando volvió, apenas dábamos crédito a nuestros ojos y en su rostro se apreciaba una gran decepción. Paulatinamente supimos que la juventud que allí se presentaba como ideal era completamente distinta de la imagen que él se había formado”. Con este hecho, unido a la prohibición de leer a determinados autores, en especial a su favorito Stefan Zweig –por ser judío–, se fue afianzando el rechazo de Hans al nacionalsocialismo. Más que una rebeldía es una constatación: el nacionalsocialismo, como ideología, impide ciertos aspectos bellos de lo real, es reductivo.


Los hermanos Scholl junto con su amigo Otl Aicher dedican tiempo a reunirse para hablar de arte, literatura y música. Su pasión por la belleza, en todas sus manifestaciones, será el punto fundamental sobre el que se asienta toda su lucha contra Hitler. Gracias a la mediación de Otl, entrarán en contacto con dos hombres de una gran talla intelectual, Carl Ruth y Theodor Haecker, que serán a la vez maestros y amigos. La educación y el estudio serán dos pilares fundamentales en sus vidas, pues en tanto que la realidad se les abre como lugar de cumplimiento, su conocimiento se convierte en la postura más razonable para afrontar sus anhelos. El punto que marcará el paso de una resistencia pasiva a la acción es el encuentro en la universidad entre Hans Scholl y Alexander Schmorell, un joven nacido en Rusia que nunca renunció a sus orígenes y fue educado en la fe ruso-ortodoxa.



Poco después se les unirá Willi Graf, un joven que en 1933 es el abanderado de un movimiento de jóvenes católicos, que les conoce a través del encuentro en una reunión con amigos. Esta forma de conocerse la resaltó Reginna Renner, miembro de la Rosa Blanca, con estas palabras: “a través de uno conocíamos a otro. Era una red de relaciones”. Christl Probst, un joven de 23 años casado y padre de tres hijos, se une a ellos ya que es amigo de Alexander Schmorell. Probst será juzgado y condenado a muerte junto a Hans y Sophie Scholl, recibiendo horas antes de su ejecución el bautismo y la comunión de manos de un sacerdote católico. Serán ellos los que redactarán las primeras octavillas y las distribuirán. Sophie se unirá a ellos cuando se traslade a vivir a Munich para realizar sus estudios universitarios, por ello no participó en la redacción y distribución de las primeras octavillas.


En la película, como ya hemos dicho, todo empieza con la impresión de la sexta y última octavilla en un estudio, Hans, Sophie, Alexander y Willi dedican horas a hacer copias y preparar sobres para enviarlas por correo, que era su forma habitual de distribución. Esa vez, les sobró un gran número de hojas y es entonces cuando Hans decide que las dejará en la universidad. A la mañana siguiente Hans y Sophie Scholl son detenidos después de haber distribuido cientos de octavillas en la universidad de Munich. A partir de este momento la película se centra en Sophie, es el suyo, el único interrogatorio al que asistimos. En un primer momento, niega cualquier participación en la preparación o distribución de las octavillas, pero con el fin de que su hermano no cargue con la culpa y para poder proteger al resto de amigos, decide confesarse culpable.

El interrogatorio es la confrontación entre dos formas de entender la vida y al hombre. Por una parte, vemos al oficial de la Gestapo, profundamente ideologizado, frío y convencido de que es el Estado, encarnado en la persona de Adolf Hitler, el que le da al hombre su dignidad y su razón de ser. Por ello, la vida del hombre no puede ser otra cosa que el servir dócil y fielmente al Führer y al nacionalsocialismo. Fuera de ese cometido, la vida del hombre no tiene sentido y por ello todo aquél que se aleje de esta misión o incite a otros a hacerlo debe ser apartado y eliminado. El hombre, en el nacionalsocialismo, debe ser útil para el Estado, de no ser así deviene un inútil, una carga que nadie tiene por qué soportar; naciendo de este razonamiento la práctica de la eugenesia con discapacitados y enfermos mentales. Son constantes las alusiones que hace el oficial de la Gestapo durante el interrogatorio a lo agradecidos que deberían estar los jóvenes alemanes porque el Führer les permite estudiar, y por ello deberían mostrarle absoluta lealtad, de lo contrario serán sólo unos parásitos que se aprovechan de la buena voluntad del Estado.


Mientras unos acotan y delimitan lo real según el propio ideal, la Rosa Blanca concibe la realidad como don, es decir, como dato gratuito positivo que hay que acoger, en la medida que ahí ya está todo. Su oposición es pacífica precisamente porque no van contra algo –eso es la consecuencia-, sino que afirman una realidad que les está siendo arrebatada. Entienden que el mal nunca puede vencer, ni como fin ni como medio. No triunfa en ellos la rabia o el rencor, a pesar de que sus vidas sean arrebatadas. Ello sólo es posible desde la perspectiva de un amor más potente, desde la posición de aquél que ya se siente salvado. Como en el brillante testimonio de Christoph Probst, uno sólo puede morir sereno al dejar esposa y tres hijos sabiendo que la muerte no es el fin, que hay algo más allá de las propias capacidades de uno que puede cumplir las vidas de los seres amados y la propia.



Frente a todo este sistema, encarnado en el agente de la Gestapo, encontramos a Sophie, que ha crecido amando todo lo bello y a la que constantemente vemos ensimismarse mirando el cielo y dejándose acariciar por los rayos de sol. Estamos ante una chica menuda, aparentemente débil y vulnerable, dubitativa en algún momento, pero es esta pequeña muchacha la que ha hecho temblar a todo un sistema ideológico aparentemente bien engranado. Es esta joven de mirada sencilla, la que pone nervioso a su interrogador, y con él a todo el poder nacionalsocialista que teme por encima de cualquier cosa a los hombres libres que se saben hijos predilectos de un amor más grande y no esclavos de un sistema o de una idea. Ella y sus amigos, representaron una amenaza tan real al poder de Hitler y a su perpetuación, como lo fue el poder militar de los aliados, porque su lucha se dirigió al lugar que el poder sólo podrá tratar de adormecer, pero que nunca podrá conquistar: el corazón del hombre, su deseo de plenitud. De hecho, no es casual que sus procesos penales y ejecución se llevasen a cabo en tan sólo 4 días.


Sophie y sus amigos, quisieron despertar al hombre adormecido, dar valor al cobarde, perdón al que hubiese errado y mostrar un camino de verdadera liberación. Como la misma Sophie asevera ante el interrogador, cualquier vida humana tiene un valor incalculable. Por ello, su testimonio es posiblemente lo más necesario en estos momentos, por su capacidad de abrazar cualquier atisbo de belleza y encontrar en él un motivo para vivir, por su valor para enfrentarse al mal sin ser vencidos por el mismo mal, por su forma de entender que el cumplimiento de su vida no estaba en el éxito de su resistencia sino en la lealtad con su humanidad.


Su vida no está sujeta al mero cálculo económico, pragmático, utilitarista o del mal menor. Su razón, su persona, su corazón están abiertos a la amplitud de lo real, su amor por lo verdadero les hace ser leales con su deseo y no reos de las soluciones reducidas de un ideal. Su vida es relación con aquello que trasciende la muerte y da sentido al vivir, son personas que tienen una certeza mayor que cualquier comodidad o supervivencia. Sólo así, en el último cigarrillo, podrán confesarse con una sonrisa los tres que van a morir: “Nada ha sido en vano”. Van a morir, pero lo hacen sabiendo a qué dan la vida, de otra forma ¿para qué se querría vivir si no se tiene un sentido? La realidad siendo como es atroz, no acaba con su humanidad, sino que la despierta aún más, los mueve, es el acicate, la prueba que les permite entender si lo que están viviendo vale la pena, si es real o no. Hay quien está dispuesto a dar la vida por algo y hay quien está dispuesto a quitarla.


Por ello, creemos con Romano Guardini que: “El honor que tributamos a estos hombres que han dado su vida por la libertad será un simple gesto si no intentamos entender dónde se juega para nosotros la exigencia de una libertad igual, y si no estamos dispuestos a realizarla”.  Si nos tomamos en serio  estas palabras, sabremos que no todo está perdido, que el mal y el dolor no tienen nunca la última palabra y podremos subir al patíbulo sabiendo, como Sophie Scholl, que todavía brilla el sol.

                                                                                                                                    Alberto Ribes

domingo, 2 de diciembre de 2012

El viento que agita la cebada



Con esta controvertida película, Ken Loach obtuvo la Palma de oro en Cannes en 2006. Sin embargo, aún se pone en entredicho cuán partidista o no estuvo el jurado y si realmente la película lo merecía. Lejos de esas disputas que consideramos estériles, la película a nuestro juicio presenta interesantes muestras de cómo la ideología hace mella en la sociedad irlandesa en los albores del nacimiento del IRA, en un contexto de gran tensión política a todos los niveles. Loach fue criticado por mostrar una película sesgada de forma partidista hacia la izquierda, con un estilo maniqueo donde los británicos son los malos y los republicanos irlandeses, terroristas o no, los buenos. Ciertamente no se puede obviar ese factor que es evidente en toda la película, pero ayuda a entender otra cara de la ideología que es de sumo interés en nuestro recorrido: aún cuando el ideal es justo, en tanto que esté desvinculado de lo real y se imponga, como tantas veces, con violencia, deviene un mal absoluto. 

Además, desde nuestra visión, el hecho de que la película sea partidista no es un obstáculo, sino más bien una lente, como una especie de lupa, que permite adentrarse en los sentimientos más instintivos de los personajes, permitiendo que nos pongamos en la piel del otro. Hay que admitir que en todo suceso vivido, cualquier persona se conforma un juicio al respecto, que viene tamizado por su experiencia, la cual ha conformado la propia personalidad. Por ello, una visión particular siempre será parcial, pero no por ello de menor relevancia, pues lo que interesa es, precisamente, el abanico de posibilidades frente al que se puede vivir una ideología. La singular capacidad de la razón es abrirse a la realidad según la totalidad de los factores, contemplando tantos como sea posible, pero admitiendo siempre un punto de inabarcabilidad ligado al propio límite humano. 
La película cuenta la historia del nacimiento del IRA (Irish Republican Army) como respuesta a los desmanes y abusos del poder británico opresor, encarnado principalmente por los soldados del ejército de la corona y los mercenarios conocidos como “Black and Tans” (por el color de sus uniformes) cuyas atrocidades eran bien conocidas. Durante toda la película Loach presenta un dilema evidente que cobrará vida en sus personajes y los irá conformando: ¿el fin justifica los medios? ¿Hasta qué límite? Lo que empieza como una lucha armada en pos de la libertad y para el derroque de la tiranía del poder británico, acaba con el tiempo en una ideología que enaltece los valores del pueblo irlandés por encima de los ingleses y empieza a segregar maniqueamente a la sociedad. Acaban actuando del mismo modo en que han actuado los ingleses con ellos, interesante aspecto este, en el que uno acaba practicando el mismo mal que ha aborrecido. Así el ideal de una vida en paz y libertad dejará paso a la utopía de una Irlanda independiente y republicana. 


Decimos utopía, porque como la historia demostró y como la película muestra acertadamente, aún consiguiendo independencia fiscal, de cuerpos de seguridad y política; el tratado de paz no será ratificado por los secesionistas y de ello estallará una guerra civil (1922-1923). Se ve la forma en que gente que ha dado literalmente su vida al ideal, como el protagonista Damien (Cillian Murphy), no estará dispuesta a luego conformarse con un punto intermedio. Cuando la idea sustituye la realidad y en tanto que esa idea tiene un carácter absoluto, totalizante, no hay fórmula soluble, pues el ideal permanecerá eternamente inalcanzable y la realidad, por contraste, será siempre mala, siempre decepcionante y por tanto siempre susceptible de ser cambiada, modificada, sometida. Hechos tan evidentes como que en Irlanda había gente que era unionista, es decir, que preferían estar con los ingleses o que había ingleses viviendo en Irlanda, es algo que la ideología no puede aceptar. Por ello la batalla sería eterna.

La otra cara de la moneda, el pactismo político y la mera aplicación de la ley demuestra también su vacuidad en cuanto a su incapacidad para ordenar correctamente la sociedad y generar un gobierno estable. La mera política que sólo sabe de leyes, contrapartidas e intereses, aquélla que es incapaz de ahondar en las necesidades fundamentales de la vida de la gente, se demuestra coja y poco operante. El final de la película, con el enfrentamiento de ambos hermanos, muestra hasta qué punto el problema no es abordable desde sus posturas, pues al final, son dos extremos que se tocan. Es interesante notar otra vez los elementos característicos en el surgimiento de principios ideológicos: injusticia, violencia, precariedad económica, inestabilidad social, etc.

Hay dos puntos clave de la película, que permiten entender el cambio en los personajes. El primero se da cuando Damien decide matar a su amigo de la infancia Chris, quien delató a sus compañeros debido a su poca valentía frente a los poderosos. Damien lo dice explícitamente: “Espero que esta Irlanda por la que luchamos valga la pena”. Lo confesará más adelante a su amada también: “Le disparé al corazón. He cruzado la línea”. No deja de sorprender que Sinead (Orla Fitzgeral) ante tal aseveración no haga sino decirle “te amo”. Parece como que el ideal nubla el juicio e impide entender que eso es una atrocidad; sencillamente si se ha hecho por la libertad de Irlanda, está justificado. Se podría resumir todo aquí. Hay una frontera, delgada cual línea, que marca el no retorno, que determina aquello por lo que uno da la vida. Es esa franja que aún atendiendo a los deseos de bondad, justicia, bien y verdad del hombre, puede significar la perdición; pues los perturba, los corrompe. Esto se da cuando la idea pasa a ser el centro afectivo de la vida, es decir, uno ya no se somete a la realidad (Chris es amigo mío, he comido en su casa con su madre), sino que el ideal (la Irlanda libre que no admite traidores) pasa a someterlo todo. Así no hay lugar al perdón, a la misericordia, a la paz sin venganza. Tampoco está claro que haya, dentro de esta visión, posibilidad de redimirse por el mal causado, ya que Damien parece dar a entender que una vez cruzada la línea sólo queda una huida hacia delante.

Desde una lógica pragmática es correcto, pues ¿qué hay que pueda salvar la muerte? ¿Cómo perdonar a aquél que ha torturado a un ser querido? Sólo un absoluto, algo que esté más allá de la muerte, un infinito que sea cognoscible por el hombre terrenal permite dar respuesta a ello. De lo contrario todo queda en un ideal que está por llegar, en esa “Irlanda que valga la pena”. Desde este punto y espoleados por la bestialidad del enemigo inglés, el IRA tomará forma activa cometiendo distintos atentados y tendrá influencia política para hacer pactos o actos de protesta. No deja de ser curioso como el marco ideológico ocupa incluso los aspectos más técnicos o pragmáticos de la vida social. Se ve con claridad en el juicio, donde una facción del IRA se opone a una sentencia dictada por su propio tribunal republicano a un rico empresario. La excusa es que necesitan el dinero para comprar armas. Es decir, buscan una justicia social que queda en segundo plano mientras la idea lo justifique. La contradicción entre acto e ideal es constante. De hecho el propio medio es un paradójico bucle diabólico: ellos usan la violencia para acabar con ella. Este representa el arquetipo del ser diabólico, aquél que utiliza el mal para un bien aparente. No obstante, nuestra propia experiencia ya nos dice que el mal sólo acarrea mal. Los británicos quizás tirasen la primera piedra, pero una vez muerto el primer inglés –que tiene su familia, su mujer, sus amigos, su vida–; los demás ya tienen argumento para continuar la espiral de mal. La pregunta es recurrente: ¿qué permite hacer el bien incluso ante el mal?
El segundo momento clave se da en la última conversación de ambos hermanos. Cabe recabar en que, con acierto, el director hace que sus personajes sean incapaces de mirarse a los ojos en las situaciones moralmente más complicadas. En este caso, por el contrario, Damien mira fijamente a Teddy (Liam Cunnigham) y le dice que no se va a retractar, porque lo ha dado todo por la Irlanda en la que cree. Su trascendencia está ligada a un ideal vacío, en tanto que no lo ha podido experimentar, pues está por llegar. Luego lo retomará en la carta póstuma a su novia, en la que llega a afirmar que ha encontrado el absoluto en el que creer y dar la vida, así como que su hermano no tiene alma –pues no cree en el ideal–. Dice textualmente que: “a veces es fácil saber en contra de qué se está, pero es difícil saber qué es lo que se quiere”. Ello marca el recorrido vital del personaje, su cambio no empieza en la afirmación de un bien, sino en la oposición a un mal, es decir, no mirando lo que hay sino lo que falta. Ello clarifica cómo luego es mucho más difícil construir algo verdadero, pues el inicio está enraizado en la oposición, en el odio y el dolor y no en un bien que se afirma sin tregua.

El paso es prácticamente irreconciliable. Como no podía ser de otra manera, el elemento religioso está muy presente en toda la película. A veces politizado, a veces ideologizado y en la mayoría de ocasiones como un apósito a la vida de los personajes. Muchos se santiguan o encomiendan a Dios incluso antes de disparar sin piedad. Parece como el remanente de esa tradición buena heredada de sus padres, pero que ha quedado secularizada por esa realidad pueril que ha cercenado el vínculo originalmente amoroso, transmutándolo en espera agónica de un nuevo ideal, quizás más seductor, pero ante todo, menos real. Loach nos muestra una Iglesia que no sabe acompañar a un pueblo en el mal que inflige el poder británico, ni sabe dar respuesta a sus anhelos de justicia; vemos una Iglesia incapaz de mostrar una experiencia de vida que permita construir verdaderamente la ciudad terrena, una Iglesia que ha cedido a la ideología. Lo contrario de lo que podemos ver en películas como “Karol”, en la que la Iglesia no sólo sabe dar una respuesta al dolor sino que también se opone con su genuina forma de resistencia al mal, la única que puede vencerlo por completo. 

Especial interés tienen también aspectos típicos de la tradición irlandesa como el canto como elemento generador de un pueblo, aunque no sea siempre en un contexto de paz o de bien. Hay también momentos claros donde el discurso republicano asume tintes totalitarios relegando al individuo por debajo de la “tierra” y la “patria”, como en el discurso del maquinista. Esto es, lo humano queda en un segundo plano. Se ve cómo una idea es más peligrosa que una acción, pues aunque subyace a ésta, es su elemento motor. De hecho Damien abandona su carrera y sus estudios por luchar. Él lo dice, ha sido siempre la cabeza pensante, el intelectual que maneja las ideas, mientras que su hermano es un hombre de acción. Ello va en concordancia, sin duda, con su evolución en la historia y su final.

Estamos pues ante una película dura, que cuenta los pasajes más deprimentes que trágicamente se han repetido demasiadas veces en el pasado siglo y que aún están vigentes. Una película peligrosa también, pues sin una mirada más abierta, el espectador queda a merced de la instintividad del odio y la violencia. No se trata el perdón, no se habla de misericordia; parece que el mal sea algo que sencillamente hay que soportar o acometer con más mal. Uno queda con una sensación extraña, no se puede decir que sea mejor persona tras visionarla, aunque puede que entienda más el conflicto irlandés y por qué el IRA pudo surgir. Pero las preguntas que hemos apuntado siguen azuzando en la sombra: ¿qué permite el perdón, qué bien es mayor que el mal? ¿qué hay que dé respuesta al dolor y arroje esperanza a la vida humana? 

Y de la misma forma que la canción que da título a la película nos preguntamos si no pueden conjugarse todos los amores de un hombre, a su tierra, a su familia, a su mujer, o si debe elegirse entre uno de ellos. ¿Existe un amor capaz de hacer que la humillación y la opresión no me venzan? O bien, para liberarme de esas cadenas debo renunciar a un amigo de la infancia o a mi propio hermano. “I sat me with my true love.  My sad heart strove the two between.  The old love and the new love.  The old for her the new that made me think on Ireland dearly.  While soft the wind blew down the glade And shook the golden barley. T'was hard the woeful words to frame To break the ties that bound us. But harder still to bear the shame of foreign chains around us”.

Marc Massó

lunes, 26 de noviembre de 2012

La soga

Con esta película el maestro Hitchcock entra en la era del color en el séptimo arte. Estrenada en 1948, casi podría decirse que el director busca arrojar luz sobre la tragedia ocurrida en el mundo, pero especialmente en el continente europeo; proponiendo una película que ahonda en los conceptos de tipo filosófico que dieron vida a algunas de las épocas más deleznables de nuestra historia. Es una película peculiar y atrevida, un auténtico reto de dirección y prodigio escénico, pues está rodada aparentemente sin detenerse. El director graba planos-secuencia completos de una sola toma y sin cortes. La idea era grabar la película de forma continua, pero se ve limitado por cortes obligados cada 10 minutos –el máximo de duración de cada rollo de film– que consigue mediante cambios de plano “aparentes”, disimulándolos al pasar la cámara por lugares oscuros como chaquetas de personajes, muebles, etc.

La historia se desarrolla con pocos personajes, en un único escenario y de forma continuada, dando la sensación de una escena teatral. Si bien, los tiempos han de ser condensados para albergar un inicio, el desarrollo de un banquete y su finalización en apenas 80 minutos; lo cual dice mucho de la gran dirección artística y el montaje del mismo. Con ello se consigue centrar constantemente la atención del espectador en el desarrollo de la acción y casi hacerlo un extra más de la película.  El tema central se basa en el asesinato –inspirado en una historia real– cometido por dos estudiantes de éxito, Brandon (John Dall) y Phillip (Farley Granger), sobre un compañero suyo por considerarlo un ser inferior.

El argumento se desenvuelve en la fiesta que celebran tras consumar el hecho y en las discusiones filosóficas que tienen con los participantes, cuyo trasfondo es el sustento ideológico que les ha llevado a perpetrar tal atrocidad. Se basan en los principios del superhombre nietzscheano, un ser que es capaz de imponerse a los demás dados unos ciertos rasgos diferenciales que lo hacen superior al resto, pudiendo disponer de ellos según su criterio. Así, el asesinato de los débiles estaría justificado para aquéllos que están por encima de los demás, ya sea por su intelectualidad superior, su raza u otros factores objetivables según la ideología que los defiende. De esta forma, será sólo la voluntad de aquél que se considera superhombre aquello que rija los principios morales de bien y mal. Es decir, la realidad se domeña según el criterio del poderoso.

Se ven otra vez con claridad elementos ya detectados en otras películas de este ciclo. Se tiene por un lado el elemento teológico, pues el acto de quitar la vida da un poder, no análogo, por sí de alguna manera contrapuesto, a aquél que la puede dar, esto es Dios. Por tanto, el superhombre que ocupa el lugar de Dios dispondrá de la realidad eliminándola si es necesario. Así el acto de homicidio se reviste de una liturgia particular: en un ambiente festivo, preparan un altar de sacrificio que es el baúl que esconde el cadáver del amigo sobre el que compartirán la comida –nótese qué acentuado paralelismo hay con la eucaristía cristiana u otros ritos primitivos de sacrificios–, etc.

Por otro lado se ve también con claridad la dinámica del poder, aunque de una forma un tanto paradójica. Vemos como ambos compañeros ejecutan su plan, se sienten superiores y lo celebran, pero a la vez la culpa los carcome –especialmente a Phillip–, sienten miedo en varias ocasiones por si les descubren –por tanto no son tan “poderosos” como creen– y hay una especie de jerarquía establecida en cuanto a intelectualidad, que encontraría la cúspide en el profesor Rupert Cadell (James Stewart) por quien sienten admiración y con quien han aprendido y discutido esos ideales.

Vemos así cómo el asesinato se reviste del elemento artístico, es decir, de alguna manera trascendental; pues el arte pretende desvelar aquello que tras la mera apariencia de la realidad se intuye. Es significativa la dinámica del poder en tanto que ente que “permite la vida”, no la puede crear, pero decide quién puede disponer de ella o no, gestionando y objetivando las personas según su criterio. Además, se establece una distancia clara entre el individuo y la sociedad, la comunidad. Lo público se entiende como enemigo del individuo en tanto que capaz de oponerse a la voluntad propia. Así hay que encontrar la forma en que la gente no interfiera en el propio plan. El otro ya no es aquél con quien y por quien uno vive, sino que deviene en enemigo tras la quimera de autosuficiencia del superhombre. Recuérdese que ya decía Aristóteles que el hombre es un “animal social” en tanto que necesita de otro para ser engendrado y sólo en otro encuentra plenitud, esto es, en la vida comunitaria.

De esta manera, toda la acción transcurre en el apartamento, es decir, un lugar mensurable, controlable, a la merced de los poderosos estudiantes de élite. Se apartan de la gente, que sólo es visible al final, en forma de voces desde la calle cuando se descubre toda la trama. De hecho, al inicio de la película los asesinos lo confiesan abiertamente: “Deberíamos haberlo hecho a plena luz”. Estableciendo una analogía con los salmos bíblicos de la cultura hebrea, cabría afirmar que aquél que está alejado del bien debe actuar en la oscuridad, pero aquél que actúa en la luz, es porque está en la Luz (Dios, el bien supremo). Por tanto, vemos que la voluntad totalitaria es establecer un marco de “luz”, de realidad, cuyo fundamento moral sea lo preconcebido, no la realidad tal cual es. En el caso que nos ocupa, Hitler, como se menciona en la película, sería el ejemplo más claro: la nueva moral dirá que es lícito matar a seres inferiores, algo que también vimos en R.A.F.

Por último cabría resaltar la figura del profesor Cadell, alguien intelectualmente superior a ellos que consigue desentrañar la trama. Hay ahí un elemento interesante y es que Cadell se escandaliza al ver cómo sus propias teorías han sido llevadas a la práctica.  Recordando la frase de Goya cuando afirmaba que “los sueños de la razón generan monstruos”, se ve con claridad que la razón alejada de la experiencia concreta es inoperativa, está castrada, pues la singular capacidad del hombre de abrirse a la realidad y entenderla, está indefectiblemente ligada al hecho moral, o dicho con otras palabras, a la adecuación de la propia acción a la realidad. Por decirlo de otra manera, no sirve de nada conocer el fuego y sus propiedades si no nos podemos servir de él para calentarnos y vivir mejor o si por el contrario lo usamos para hacer el mal con voluntad de poder. De hecho, el profesor Cadell tendrá al final la posibilidad de acabar con la vida de sus alumnos al hacerse con un arma, pero no lo hará. Tras haber visto sus teorías llevadas a la práctica, ha entendido que no es él quien puede disponer de la vida de otros, aunque esos otros hayan cometido un acto atroz.

Así el profesor dirá que hay algo en él que le obliga a abominar de lo que sus alumnos han hecho y por tanto a renegar de todo aquello que había defendido. Vemos aquí una vez más la referencia a ese dato previo, aquél que ya señaló Kant y muchos otros antes con otros nombres, hablando del “orden y la belleza instaurada en su interior”, es lo que la Biblia llama corazón, donde está inserida la ley de Dios. Es eso que nos hace humanos, es ese deseo irreducible e inalienable de justicia, de belleza, de bien y de felicidad, infinito, que ha movido y mueve en la historia el ánimo humano. Sólo atendiendo a ese dato y a la realidad tal cual es, uno puede escapar del señuelo de la ideología, de la atracción del mal, de la tentación de creerse autosuficiente y dejar de esperar de la realidad una respuesta a esas exigencias para pasar a imponer la propia. Ninguna voluntad, ya sea de uno sólo o de un pueblo entero, está por encima de la verdad y del individuo. Pues sólo partiendo de que hay una verdad, una forma de conocer las cosas como son y tratarlas bien, así como reconociendo la dignidad y valor absoluto que tiene toda persona humana, se puede construir una sociedad libre en la que el hombre pueda encontrar respuesta a su vida.

Marc Massó