domingo, 3 de febrero de 2013

Mystic River


Clint Eastwood nos presenta aquí un drama con tintes de thriller policíaco que va mucho más allá del simple argumento de resolver un crimen, con algún giro argumental y un hilo conductor en las vidas de los personajes. Eastwood nos ofrece tres hipótesis de vida, tres formas de estar ante lo que acontece y que se ven determinadas y provocadas por un hecho concreto. La película comienza con tres chavales jugando en la calle que se ven interrumpidos por un par de individuos que, haciéndose pasar por policías, se llevan a uno de ellos; del cual abusarán sexualmente durante cuatro días. Este hecho marcará sus vidas y volverá años más tarde, como en una tragedia de la cual uno no puede escapar, cuando otro acontecimiento funesto, que es el asesinato de la hija de uno de ellos, les vuelva a reunir en la fatalidad.

Tenemos pues tres paradigmas de vida que el director desarrollará con maestría a través de muy buenas interpretaciones, las cuales les valieron a Tim Robins y Sean Penn sendos Oscar por Mejor actor de reparto y Mejor actor, respectivamente. Dave Boyle (Tim Robins) es el chaval que cae presa de los pederastas. Representa el arquetipo del enfermo, del personaje sobre el cual el mal se cierne y lo deja imperfecto, como si estuviera inacabado. Es un ser peculiar, taciturno, que vaga más que anda, de mirada perdida y nostálgica; un auténtico perturbado. No obstante ha conseguido salir adelante, se ha casado y tiene un hijo, pero parece que la huella del mal sea imborrable. Es otro que necesita una salvación, algo que lave el mal que se introdujo en él, que le permita mirarse a sí mismo con ternura, pero que parece que no llega.

Es singular aquí la simbología del maestro Eastwood en muchos aspectos. Cuando los falsos policías se acercan, el supuesto delito del que acusan a los chicos es de estar estropeando el cemento fresco en el cual están escribiendo sus nombres a fin de que “duren para siempre”. En efecto, el nombre de Dave queda incompleto, para siempre. Su personaje es un ser humano al cual se le ha robado la niñez, se le ha imposibilitado ser hombre y esa no compleción de su ser determinará su futuro. De hecho cuando los tres amigos se reencuentran los nombres siguen gravados en el suelo. Es también destacable que no vemos al padre de Dave, en cambio sí a los de Sean y Jimmy. Esa ausencia de su padre, su lejanía del hogar es lo que permite a los secuestradores llevárselo. Otro simbolismo claro es la identificación de Dave con los vampiros. En sus propias palabras son seres condenados, no muertos, viven en apariencia pero en realidad están muertos, están condenados; el mal ha entrado en ellos y ya no pueden escapar. 

Es lo que le sucede a Dave con sus captores, a los cuales él denomina lobos. Dave es un ser de cuerpo, pero su alma está corrompida, necesita ser sanada. Esto lo confiesa la noche en que su esposa vuelve a casa preocupada por la muerte de la hija de Jimmy que se dio en extrañas circunstancias, máxime cuando la noche del asesinato Dave llega a casa manchado de sangre arguyendo que le han intentado atracar y que puede que matara al maleante. La sombra de la sospecha se cernirá sobre Dave a partir de este momento, pues todos saben que es un ser turbado. Este juzgar en base a las propias intuiciones sin contrastarlas con la realidad dará pie al fatídico final. 
Por otro lado tenemos la figura de Jimmy Marcum (Sean Penn), un niño normal –mientras juegan en la calle ya se pueden adivinar ciertos rasgos de su personalidad como el liderazgo que muestra Sean y lo timorato que Dave es–, que como sus amigos queda profundamente tocado por el secuestro de Dave. De alguna forma, entre los tres hay la certeza de que ese malévolo azar les determinó, podría haberles pasado a cualquiera de ellos y albergan un extraño sentimiento de culpa que les corroe, como un grito de justicia, de purificación, que nace desde el alma y no encuentra eco en el pavimento de lo real.

Jimmy cogerá la postura del nihilista, quien desconfiando de esa realidad que se presenta a priori –y con razón– mala, se defiende, tomará las riendas y se hará uno de los tipos duros del barrio, un delincuente que dará con sus huesos en prisión por una temporada. Es durante ese tiempo que su esposa morirá y en cuanto salga no tendrá más que la vida de su hija Katie (Emmy Rossum) que le será arrebatada posteriormente. Jimmy encarna la continuación del personaje que representa Eastwood en “Sin perdón”, un hombre también dado a la bebida, que aplica su justicia ante la vida; pero que se ve redimido parcialmente por el amor de su esposa y su cándida hija. Siendo una dinámica natural en el hombre el darse a los demás, Jimmy hará por ellas lo que no haría por sí mismo y volverá a una vida ejemplar, siendo el responsable de una tienda del barrio, casándose de nuevo y viviendo en paz.

Esta paz se verá truncada por el asesinato de su hija. Otra vez una redención no completa, no total, vuelve a quedar cercenada en cuanto la realidad se muestra en su peor cara. Jimmy volverá a sus antiguos colaboradores y a sus investigaciones personales para dar con el asesino y ajusticiarlo. Creerá erróneamente que es su amigo Dave, y cegado por su inmisericorde ira lo matará, arrojándolo al río donde “enterramos nuestros pecados y lavamos nuestras culpas”. Otra vez aquí el simbolismo del río como la vida misma, como un curso que está permanentemente en movimiento y que es a la vez misterioso, pues es donde se juega la exigencia de justicia, de verdad y de bien del hombre, la búsqueda de un significado bueno al misterio de la vida y cuanto acontece. Si la muerte de la hija de Jimmy no tiene acogida en un horizonte de trascendencia bueno ¿por qué va a valer más la vida de un hombre perturbado? 

Al fin y al cabo, desde esta óptica, morimos solos tal como Jimmy proclama. Algo que está en relación directa con lo que confiesa Dave al aseverar que en realidad a quien mató era uno de esos lobos: “Cuando le haces daño a alguien te sientes sólo”. Exactamente el camino opuesto del que ama, que da su vida por otro. De hecho, incluso entre el público espectador, sucede una extraña sensación de catarsis en la muerte de Dave. Una mezcla de tristeza y rebeldía por la injusticia cometida a la vez que una sensación de desasosiego al intuir la paz para esa alma atormentada. Algo que sin embargo se antoja incompleto, por la violencia de la muerte y por la falta de un horizonte bueno, de una redención.

El tercer personaje viene de la mano de Sean Devine (Kevin Bacon), el arquetipo de persona apegada a lo real, con una confianza que a veces resulta difícil de entender, pero que espera sin tregua en la realidad. Podría decirse, aunque no de forma evidente, sino más bien por sus actos, que Sean tiene la postura del hombre que espera, que intuye el cumplimiento ante el cual está llamado y espera que la realidad se desvele. Ya de niño vemos que es el “listillo” del grupo, el que no se conforma, el que desafía la realidad y las reglas. De mayor será el único que habrá conseguido escapar del sitio donde nació y vuelve como agente de la ley para buscar la verdad. Será el punto de realismo frente a la instintividad de Jimmy y la patología de Dave. En sus conversaciones con su compañero Whitey Powers (Laurence Fishbourne) se entiende cómo está en constante tensión por la verdad de forma razonable: aplica tanto su afecto –el conocimiento que tiene de sus amigos– como su razón –al seguir lo que dicen las pruebas y no meramente las corazonadas–.

Así, será la postura del realista la que resuelva finalmente el crimen, aquél que busca la verdad es el que actúa de forma justa, porque en la justicia está el bien y en éste se ordena cuanto existe. Es además un tipo no exento de sufrimiento, pues su mujer le abandona con su hija recién nacida; pero que de forma extraña, lo llama periódicamente, aunque es incapaz de articular palabra. Podría decirse, aventurando la interpretación, que Sean para proseguir con su vocación paterna, deberá zanjar el drama de su niñez, aquél del que sus amigos no han conseguido sobreponerse y eso le hará más hombre; hasta el punto que será más libre de hablar con su mujer y dar razones de por qué la dejó escapar, volviendo con ella al final del film, siendo el perdón que se expresan lo único con entidad suficiente para unirles de nuevo. Es el papel de las mujeres también algo fundamental. De hecho Celeste (Marcia Gay Hander), la mujer de Dave, al estilo de su marido, es un ser pequeño, tímido y débil, que mantiene un matrimonio extraño, hasta el punto de llegar a dudar de la inocencia de su marido. Siendo esto comprensible dada la extrañeza de Dave, lo que no resulta tan razonable es el establecimiento del matrimonio en la mentira y el no conocimiento del otro. Es un ser temeroso y apocado que en nada ayuda al crecimiento de Dave.
Por su parte, Annabeth (Laura Linney) la segunda mujer de Jimmy, será la que consumará su perdición. Es increíble, por sorprendente, la última escena entre ambos, en la cual ella, conociendo que su marido ha errado matando a Dave, lo toma e inhibe su sentimiento de culpa. Cual agente diabólico convence a su razón con argumentos absolutamente nihilistas, basando el valor de la vida de Dave en su enfermedad, es decir, muerto el perro, muerta la rabia; y justificando que para preservar el bien propio uno debe hacer lo que sea necesario. En pos de la defensa de la propia familia, en tanto que es uno mismo –cual superhombre nietzscheano– el que decide lo que está bien o no, uno debe domeñar la realidad a su antojo; las vidas de los demás no valdrán, dado que no hay verdad, más de lo que uno mismo considere. Apelará también a su afecto, haciendo el amor con él acto seguido. Mirándolo fríamente ¿quién sería capaz de fornicar tras semejante drama? En otra línea, la mujer e hija de Sean será lo que le permitirá al policía seguir confiando en la realidad, seguir adelante.

Vemos así cómo el matrimonio, como la mayoría de cosas, sirve tanto para lo bueno como para lo malo. En otro plano están también las constantes referencias religiosas, algunas en forma de dura crítica, como el anillo y el crucifijo que lleva uno de los pederastas –hay quien siendo garante del bien acomete el peor de los males– y otras como crucifijos en las casas o la asistencia a misa, que se antojan más como vestigios de una cultura heredada, que ha caído bajo el influjo de la secularización y que en efecto, queda como un manual de tradición y buena praxis, pero que no incide verdaderamente en la vida de los personajes. Parece muchas veces, que el mal venza como dice Jimmy, que no puedan escapar de ese coche que se llevó a Dave, pero que parece que se les llevara a todos, que el Dios clemente y misericordioso se haya olvidado de sus hijos, que buscan matándose entre ellos, una salida a su dolor. 

Una vez resuelto el crimen la película podría ya acabar pero Eastwood nos ofrece aún unas escenas finales. Todo vuelve a la normalidad, se celebra una festividad y la polis parece estar otra vez tranquila y alegre. No obstante, un aire enrarecido lo envuelve todo. Parece como si Eastwood criticara esa sociedad donde lo público está alejado de lo propio, donde el escaparate de la normalidad esconde el drama interior de cada uno. Bajo esa falsa apariencia de normalidad está el cinismo de la familia de Jimmy, la desesperación de la viuda de Dave con su hijo –diríase que el mal comenzará a actuar  otra vez injustamente en ese chico de mirada triste y perdida que ya no tiene referencia paterna–, se muestra otra vez cómo el mal afecta tanto a los verdugos como a las víctimas, propagando la carcoma por el tejido social donde la justicia parece fenecer. 

Pero si de algo habla Eastwood es de la estatura humana, de la postura de uno frente al mal y de la búsqueda de significado. La última mirada entre Sean y Jimmy tiene múltiples interpretaciones, pero Sean, el realista, parece que le diga: “voy a por ti” a lo que Jimmy responde “haz lo que quieras, tanto da”. Mientras que para éste la verdad no importa, para aquél es la base de todo, no sólo hay que ir a por Jimmy porque ha hecho el mal, sino porque no hay moral sin verdad, no hay justicia sin perdón; porque la vida del hombre sólo se puede contemplar a la luz de la belleza, del bien y de lo infinito.

Marc Massó