jueves, 3 de enero de 2013

¡Qué bello es vivir!



En 1946 Frank Capra era ya un director consagrado. Tres de sus largometrajes habían sido premiados con el Oscar a la mejor película, y una de ellas, “Sucedió una noche”, fue la primera película en ganar los cinco Óscar más importantes (a la mejor película, director, actor, actriz y guión adaptado). A sus órdenes se pusieron actores de la talla de Clark Gable, Barbara Stanwyck, James Stewart, Dona Reed, Claudette Colbert o Gary Cooper. Sin embargo, la película que Capra consideró su obra maestra, de la que dijo: “I thought it was the greatest film I had ever made. Better yet, I thought it was greatest film anybody ever made … my kind of film for my kind of people”, no fue bien recibida en un primer momento. Con el tiempo, público y crítica han tenido que rendirse a las afirmaciones de Capra, y reconocer que ¡Qué bello es vivir! es probablemente una de las mejores películas que se hayan hecho nunca.

Un primer elemento de prejuicio contra la película de Capra es su religiosidad. Vemos a Dios, un ángel y gente que reza. Sin embargo quedarse en eso para despreciar la película sería tan absurdo o injusto como alabarla únicamente por esos mismos motivos, ya que la grandeza de la obra de Capra sobrepasa cualquier cliché y es perfectamente reconocible para cualquier alma despierta.

Y todo esto nos lleva ya a la película, que no es más que la vida del hombre corriente, es decir, la historia más apasionante que pueda ser contada. La idea le vino a Capra de una felicitación navideña, al contemplarla dijo que esa era la historia que había estado buscando durante mucho tiempo. Bedford Falls es una pequeña localidad de gente sencilla y trabajadora, un lugar en el que cada rostro es una historia y una vida logradas gracias a una compañía concreta, excepto la de un hombre, el señor Potter, que encarna el individualismo extremo aunque paradójicamente necesite de otro que empuje su silla de ruedas para poder desplazarse. Con este guiño, Capra ya nos muestra que el hombre que se presenta como el más autosuficiente, aquel que aparentemente se construye a sí mismo, es en realidad el más dependiente y necesitado de todos. De esta forma la película se nos presenta como una lucha entre dos concepciones del hombre y la vida, la de George Bailey (James Stewart) y la del señor Potter (Lionel Barrymore).


La mañana de nochebuena el tío de George pierde accidentalmente una suma muy importante de dinero que debe asegurar la continuidad de la pequeña empresa de empréstitos de la familia. Precisamente ese día, un inspector de Hacienda se presenta en la oficina para revisar sus cuentas. La desesperación se apodera de George al conocer la noticia del dinero extraviado y ante la imposibilidad de encontrar una solución decide que la mejor opción es suicidarse, ya que según cree y en palabras de Potter, vale más muerto que vivo, dado que posee un seguro de empresa que pagaría las deudas.

La película se inicia con diversas personas rezando a Dios para que ayude a George a solucionar su problema. Luego, en una imagen a caballo entre lo cómico y lo metafísico, vemos dos luces que se nos presentan como Dios y San José hablando preocupados de George. Deciden enviar un ángel para ayudarle, pero tal y como le dice San José a Clarence (un ángel de segunda clase que quiere ganarse sus alas) “para poder ayudar a un hombre primero debes conocer su pasado”. De esta forma, la película es un largo flash back mediante el cual revisamos la vida de George. Descubrimos a un niño y posteriormente a un hombre que desea más que nada descubrir el mundo, y a pesar de que nunca conseguirá salir de su pueblo, toda la grandeza del universo y de la creación encuentran una morada adecuada en un corazón como el de George, que nunca renuncia a hacer de su vida algo extraordinario.



Siendo un niño, George perdió la capacidad auditiva de su oído izquierdo al salvar a su hermano de morir ahogado en un lago helado. Varios años después, cuando ya está a punto de irse a la universidad su padre muere repentinamente y George debe encargarse de la empresa familiar para que no caiga en manos del señor Potter. El día de su boda, cuando por fin parece que podrá salir de Bedford Falls y visitar el mundo estalla el famoso crack del 29 y pone todo el dinero de su luna de miel para que de nuevo la empresa familiar no deba cerrar, pudiendo ayudar así a los desesperados habitantes del pueblo, que eran presa fácil para la avaricia de Potter. Mientras, su hermano va a la universidad, se casa con la hija de un importante hombre de negocios que le da un trabajo, se hace piloto de las fuerzas aéreas durante la Segunda Guerra Mundial, salva a cientos de soldados de morir y regresa como un héroe nacional al que el propio presidente de los Estados Unidos condecora. Seguramente el mundo diría que fue el hermano de George quién triunfó, pero nosotros decimos que ambos lo hicieron si amaron lo que en cada momento se les puso delante.

La vida de George ha sido un constante plegarse a la realidad que se le imponía y que aparentemente pisoteaba sus sueños, sus deseos de otra vida y por ello su expectativa de felicidad. Pero, como dijo Luigi Giussani, en la sencillez de su corazón lo ha dado todo con alegría; y una sencillez así es la que puede transformar las vidas que le rodean tal y como sucede con los habitantes de Bedford Falls. George es un hombre que da su vida a lo que acontece, que está abierto, según su deseo de bien a no imponer su criterio, sino a reconocer lo que le viene dado. Así, es capaz de descubrir, de la forma menos pensada, cómo la realidad, en tanto que contiene ya el significado de la propia vida, es adecuada y por tanto a la altura del deseo de felicidad.


Uno puede pensar que George ya es bueno por naturaleza y que por ello puede soportar todo lo que la vida le pone delante, pero en realidad lo que le hace bueno es precisamente acoger todo aquello que la realidad le plantea, no con un buenismo ni una ascética puritana o con una resignación estoica, sino entendiendo que su vida se cumple en la respuesta a aquello que le está sucediendo. Cuando George va a saltar de un puente para acabar con su vida, aparece Clarence (su ángel de la guarda) y después de que el primero le diga que vale más muerto que vivo y que su vida ha sido un fracaso, éste decide ofrecerle una visión de lo que habría sido el mundo sin George Bailey. Así, vemos como Bedford Falls en realidad se llama Pottersville, la mirada de sus habitantes ha cambiado, ya no acoge sino que desvincula, ya no comprende sino que cuestiona, ya no perdona sino que juzga. Lo que antes era una comunidad cuyos lazos se asentaban bajo la callada obra de un amor sincero y gratuito, una preocupación verdadera por la vida y el futuro de cada individuo; ha mutado por obra del selfmade man: el individualismo exacerbado y el consumismo han destruido Bedford Falls hasta el punto que ya no conserva ni su nombre. Sus habitantes son los mismos, pero no son ellos.

La película tiene algunas de las escenas mejor conseguidas de la historia del cine, como el baile de James Stewart y Dona Reed sobre la pista que se va abriendo para descubrir la piscina sin que ellos se den cuenta; o su paseo posterior vestidos con ropa prestada porque la suya está empapada tras caer a la piscina; o la grandísima escena en la que ambos hablan por teléfono a la vez con un amigo, el momento en el que sus silencios y sus miradas confirman lo que ya sabíamos y son el prólogo a su afirmación ante el mundo. Sencillamente, una escena perfecta.


Además, la película contiene cierta simbología interesante de resaltar. Clarence lleva consigo un libro, “Las aventuras de Tom Sawyer” de Mark Twain, de lo que podemos entender dos cosas: por un lado George es Tom Sawyer, un niño que quiere dejar su hogar en busca de aventuras, así, leer a Tom Sawyer ayuda a Clarence a conocer mejor a George. Por otro lado, Tom Sawyer es un niño, y mira el mundo como sólo un niño lo puede hacer, esa es la característica fundamental de Clarence, que tiene la fe y sencillez de un niño y por eso es el apropiado para el trabajo. Existe otro guiño a Twain en la película, cuando el inspector de Hacienda dice que quiere terminar pronto para irse a pasar la Navidad con su familia a Elmira, lugar en el que está enterrado el famoso escritor americano.

Toda la película presenta una amalgama de significación y humanidad que la hacen una obra maestra, de ahí que cuando uno la acaba de ver, auqnue ya la haya visto decenas de veces, es mejor persona; sale con ánimos renovados. El director consigue de la forma más sutil y por eso mismo, magistral, engarzar una historia y unos personajes completamente humanos en su acción y el bien que buscan. Son impagables las escenas de familia, las miradas de George y su amada Mary Hatch (Dona Reed), cómo se acompañan frente a las vicisitudes de la vida, etc.


Como muestra de la mentada cantidad de signos cabría citar aunque sea sólo un ejemplo: cuando George se encuentra a su amiga Violeta (Gloria Grahame) en presencia de sus amigos el taxista y el policía. Violeta es una de las chicas más guapas del pueblo, por lo cual los tres amigos se quedarán mirándola embelesados en su partir que está casi a punto de provocar un cómico accidente de tráfico. Acto seguido el policía proclama: “Me voy a casa a ver a mi mujer”. Conmovedoramente, la belleza de la mujer, fácilmente reducible y autosugestionable, es signo aquí de una belleza mucho mayor, de un amor mucho más verdadero, que es el de la propia mujer y no cualquier imaginación propia que uno pudiese ofrecer. Creemos que podemos decir sin miedo al error que Capra ofrece aquí una de las más bellas y singulares contribuciones a la positividad y el valor incalculable de la vida de cada persona. Una película imprescindible y que no en vano se ha convertido en uno de los mejores clásicos de todos los tiempos.

                                                                                                                                    Alberto Ribes

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