domingo, 28 de octubre de 2012

La ola


De la mano del director Dennis Gansel nos llega aquí una interesante película del 2008 que cosechó un gran éxito en pantalla tras su estreno. La ola está inspirada en una historia real recogida en la novela The Third Wave de Morton Rhue, que narra los hechos acaecidos en un instituto de Palo Alto (California) donde el profesor Ron Jones, en 1967, consiguió crear un movimiento de tintes nazis durante un experimento sociológico con sus alumnos. La película adapta el contexto a la Alemania actual y recrea lo sucedido partiendo de una interesante pregunta: ¿sería posible que el nazismo volviera a acontecer? Con esta pregunta empieza la clase de autocracia el profesor Rainer Wenger (Jürgen Vogel) y la respuesta unánime de sus alumnos es clara: imposible, ya hemos aprendido la lección.




Esto da pie a una semana en la que el profesor utilizará los métodos basados en la disciplina, el respeto, el orden etc. que ya antes otros regímenes totalitarios usaron para el domeño de la población a sus fines políticos. La película, según nuestra óptica, ofrece un claro retrato de dos puntos fundamentales de todo totalitarismo de tipo fascista: primero, las condiciones socioeconómicas que se deben dar para que estos regímenes surjan, esto es la posición humana y las circunstancias de cada individuo; y segundo, ofrece una óptica didáctica y por puntos, de qué herramientas se ponen en juego para el sometimiento –aun voluntario– de la masa.

Sin entrar en detalle, pues ya hay abundante bibliografía y teoría experta sobre el tema, apuntamos algunas de las variables que favorecen la expansión de una ideología y que pueden verse en la película, dado el paralelismo existente con algunas de nuestras circunstancias actuales: injusticia social, precariedad laboral, dificultades económicas, nacionalismo –entendido como la exaltación de una raza o un pueblo según una génesis histórica y cultural–, enemigo común –odio hacia un culpable de la mala situación–, situación de agravio, etc. Asimismo, también a modo de apunte, la película muestra cristalinamente algunas de las características más conocidas de todo régimen autocrático: los símbolos, la propaganda, la lucha contra el oponente, la dimensión social del fenómeno, la vestimenta –que uniformiza, haciendo iguales, a todos–, la conciencia de pertenencia grupal, la violencia y hasta incluso el saludo.

La película comienza con música de “Los Ramones” introduciendo al espectador en un ambiente juvenil y en un contexto social donde el nihilismo impera con su consiguiente nada existencial en la vida de los personajes. No obstante, escenas como la preparación de la obra de teatro muestran como estos se mueven, están vivos, como muchos jóvenes que tienen la avidez de aquél que busca un significado para la conformación de las certezas que permitirán articular su vida. Sin embargo, desprovistos de toda referencia moral, de una propuesta a la altura del deseo humano –de bien, de justicia, de verdad,… –, de una autoridad; viven en un ambiente que se nos antoja incompleto. Bailan, cantan, van de fiesta pero están tristes, cada uno vive en una vacua soledad su existencia –repárese en la conversación entre dos chicos en la barra del bar–.

Por tanto, la primera emergencia es educativa, es de introducción de los jóvenes en la realidad. Otro dato que no pasa inadvertido es la fragmentación familiar en la que muchos viven, sin referencia –“tu hermano ha de experimentar sus propios límites” le espeta la madre a Karo (Jennifer Ulrich) cuando ésta se queja por lo que sucede en su casa–, sin un amor real en su propia casa –la mayoría de relaciones son frías o banales en el mejor de los casos, con una superficialidad sexual evidente, del mero goce–. La indigencia moral y vital que se muestra es fácilmente reconocible en nuestra sociedad actual, donde el relativismo hace mella huyendo siempre de cualquier afirmación que pretenda ser verdadera, precisamente -he aquí la paradoja-, por cierto estigma de los totalitarismos de nuestra historia reciente.

Wegner iba a dar de hecho la clase de anarquía. Aquí vemos el primer guiño del director como queriendo decir que los extremos se tocan. De hecho, autores como Luigi Giussani, afirman que la postura más verdadera del hombre, tras la religiosa, es la anárquica. Esto se explica por el hecho de que el hombre es exigencia de significado con todo lo que hace, cuando consigue algo quiere otra cosa, es una búsqueda permanentemente abierta a lo infinito, a lo inagotable. De ahí que sólo la relación vivida con algo que tenga pretensión totalitaria, es decir, que abrace todo en la vida, está a la altura real del deseo humano. Por ello en la película también se ve que la ideología infecta todos los ámbitos, hasta el deporte se convierte en herramienta de autoafirmación.

De ahí la consecuencia política, son sujetos que dan su vida por un ideal, por un todo. Por ello el totalitarismo no es sólo un problema político, sino que en la medida que afecta a individuos concretos que dan su vida al ideal, se torna problema religioso. Es aquí donde vemos por qué un totalitarismo puede volver a triunfar, porque el hombre siempre busca un significado para la vida y siempre habrán ideales que intentarán ocupar ese lugar, ídolos a los que idolatrar. Así, como siempre, el mal se sirve de un aparente bien como: el sentimiento de fraternidad entre los del mismo grupo, el incremento de la creatividad, el amor por uno mismo, el sentirse parte de un todo con un fin concreto, etc. para subyugar el ánimo humano para fines que a la postre se demuestran siempre parciales, incompletos y en este caso terriblemente dañinos.

El error está en que bajo una aparente justificación democrática, pues deciden por votación y todos van a una por “consenso”, acaban instaurando una mentalidad gregaria donde la dignidad y consistencia del individuo se le da en tanto que perteneciente al mismo grupo y no por sí misma, es decir por su misma condición de persona. Este clasismo acaba arrinconando a las minorías y volviéndose antidemocrático, pues bajo la legitimidad de la “mayoría” se suprime la libertad de cada individuo: unos por exclusión (Karo y Mona), y los que pertenecen por omisión, es decir, porque siguen sin razón, por consignas, de una forma sentimental cuyo único criterio es lo bien que se está juntos y las cosas tan “guays” que hacen, sin mayor trascendencia que el ocioso consumo del tiempo. A este respecto está increíblemente lograda la escena final donde Wegner ordena que traigan al “traidor” Marco para ajusticiarle. El mismo Marco jugador de waterpolo, amigo de los demás, es conducido al “paredón” por presentar disidencia a lo que el líder dice. Así cuando Wegner les pregunta a los “soldados” por qué lo han hecho, la única respuesta es: “Porque tú lo has ordenado”. Es la clara imagen del hombre que deserta del uso de la razón y de su protagonismo en la propia vida.

Así en la película se ven con claridad los diferentes “males” de los que aquejan cada uno de los alumnos: Lisa es insegura, Tim se ha visto siempre ninguneado, Karo carece de referente familiar, Marco ni tiene padre ni se le espera y su madre es un despropósito, etc. Todos tienen dramas que buscan solución y en la realidad no encuentran nada, salvo la propuesta del profesor, que los una y les dé una finalidad en sus acciones. Por otro lado la cinta destila simbolismos, apuntamos algunos. Es claro como el grafiti de “La ola” se propaga por toda la ciudad ya sea tomando lugares de nadie, substituyendo al “enemigo” –los anarquistas–, encima de símbolos religiosos –en clara presentación de la pretensión ideológica–, hasta incluso encima de personas –no importa el individuo sino la idea–, etc.

Por otro lado es interesante ver cómo el rubio que se va de clase luego se une a La ola sólo por intereses de poder. Éste posee una serpiente en casa, normalmente asociada con el Mal. A nuestro entender hay una diferencia moral no desdeñable entre quien se une al totalitarismo por ingenuidad, cegado por el ideal y el que se une con vocación explícita de dominación. Otra imagen simbólica bella sería aquélla en que Tim, habiendo subido al andamio, está siempre de espaldas a la estatua del ángel que apunta al cielo. Es como la alegoría de aquél que hace el mal sin darse cuenta, como autoafirmación ante el desconocimiento de otro significado para la vida. Bastaría con que se diese la vuelta, literalmente se convirtiera, para poder mirar el ideal verdadero, pues apunta al origen del deseo humano que es siempre religioso. No en vano Tim da literalmente la vida por la obra y se suicida cuando ve que es falsa, pues sin la ola ya no queda nada.

A nuestro juicio la película no ofrece una respuesta completa. De hecho el final es claro en esto, los alumnos desconcertados preguntan al profesor qué sucede con todo lo bueno que han vivido, qué significado tiene. Las miradas después de la tragedia son de desesperación y reproche, es como si le dijeran: ¿por qué nos has engañado, por qué has despertado un deseo que no podías cumplir? Parecería que la alternativa a ese totalitarismo es un buenismo no anclado en razones más que sentimentales. Así, Karo, que es la principal opositora, resulta ingenua y fútil, pues no propone nada mejor que La ola, por ello nadie le hace caso. De hecho su primer criterio, como le recuerda Marco, para no seguir con La ola es básicamente egoísta (estético): “el blanco no me sienta bien”.

Sin embargo hay un punto de luz, un lugar por donde se puede reempezar y es precisamente la figura de Marco. Él es el único que se da cuenta del mal que entraña La ola cuando usa el corazón. Al pegar a su novia se da cuenta que aquello a lo que está dando la vida no le  permite ser más él, tratar mejor las cosas, querer mejor, sino que más bien le aleja de todo lo que no está ya en La ola. Ello le permite hacer un recorrido humano, yendo a hablar con Wegner y renegando del grupo. Podría decirse que ante la nada y el mal, el criterio está ya en el hombre. Estamos hechos de tal forma que nos corresponde la verdad y no la mentira, el abrazo y no el rechazo, el amor y no la violencia, el bien y no el mal. Por tanto no cualquier idea vale ni cualquier cosa puede defenderse aunque sea una mayoría la que lo haga. La realidad es una y se trata de comprenderla, de encontrar en ella el significado que se anhela. Ése, creemos, es el primer punto y la principal enseñanza de la película para detectar y empezar a enfrentar la ideología, la mentira y el mal.

Marc Massó

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