miércoles, 22 de mayo de 2013

Profesor Lazhar

Con esta película de producción canadiense, Philippe Falardeau nos dejaba en 2011 una bonita pieza de buen cine e interesantes personajes. Siguiendo nuestro trazado educativo, tras observar algunas de las principales características de la aventura de la enseñanza, el fenómeno epistemológico como acontecimiento en lo humano y habiendo afrontado con crudeza el estado de la cuestión en cuanto a defectos se refiere; nos trasladamos ahora a un ambiente amable, corriente, contemporáneo a nuestra vida. La escuela a la que llega Bashir Lazhar (Mohamed Fellag) es una escuela adecuada, tranquila, con buenos docentes, en un barrio normal, que deja entrever una vida más o menos acomodada, de lo que llamaríamos clase media, fruto del estado de bienestar occidental. Un lugar fácilmente identificable por cualquiera. Sin embargo, ya al inicio la película golpea con ese imprevisto que entra de repente en nuestras vidas, con la misma dinámica inesperada del que recibe una fatal noticia o el que se enamora, las cosas más importantes parece ser que así suceden.

La profesora Martine ha decidido suicidarse colgándose en su clase. El testigo de la tragedia será Simon (Émilien Neron) uno de sus alumnos. El suceso conmociona por entero a la escuela que rápidamente pondrá en marcha los mecanismos modernos para lidiar con tales circunstancias: se pintará de nuevo la clase, se quitará todo lo que recuerde a la fallecida profesora, se buscará un profesor sustituto, se contratarán psicólogos para los alumnos y se establecerán pactos no escritos acerca de omitir el asunto en la medida en que se pueda para no generar más violencia y malestar del que ya pueda haber. Vemos aquí uno de los primeros rasgos de la postmodernidad: no se afronta el hecho, se intentan cambiar las circunstancias para pasar por su superficie. Tal es el pánico frente a las preguntas últimas que la realidad suscita que se omiten, muchas veces de una forma casi inconsciente e incluso con buenas intenciones. Las excusas del tipo “por el bien de los niños”, “para ahorrar sufrimiento”, “no molestar”, están siempre disponibles en el escaparate de la vacuidad de respuestas.

Ciertamente, vivimos unos tiempos donde lo humano, la pregunta por el significado de las cosas, la densidad de la existencia y la aventura cognoscitiva de lo real en su totalidad –no sólo a un nivel técnico o instrumental–, nos ha dejado absolutamente huérfanos de una integridad con la que poder vivir la vida en plenitud. Paradójicamente, una sobrestimación de lo racional y lo empírico, de todo lo mensurable y acotable por la ciencia –esa nueva deidad–, que lleva engrandeciéndose desde la Ilustración, ha acabado por cercenar de cuanto acontece todo lo que quede fuera de su ámbito. Así, en vez de profundizar en el sentido de una muerte injusta e incomprensible como ésta (la depresión a la que se hace referencia no es razón suficiente, siguen habiendo muchas incógnitas), se intenta paliar con apósitos variopintos como los mencionados. Sin embargo, como muestra la película y venimos viendo en este ciclo, la mera psicología, el cambio de un programa o una mejor condición ambiental o de recursos no borran la problemática. Sólo la adormecen, de una forma que se nos antoja perversa, pues una herida no sanada se encona y puede acabar afectando a todos los demás miembros. Piénsese tan sólo, cómo sería el desarrollo adolescente de Simon si nadie le permitiese mirar a la cara su drama como sucede al final del film, qué clase de persona podría llegar a ser sin resolver una herida de infancia como la que lleva.

La historia narra la vida durante medio curso de un profesor argelino que llega a Montreal huyendo del horror del terrorismo y la ausencia de libertad en su país. La película es bella por muchos aspectos, pero sobretodo por su falta de maniqueísmo y su absoluta naturalidad a la hora de tratar las vidas y contextos de los personajes. Sin entrar en una crítica categórica o exagerada, va resaltando factores de lo real y mostrando su validez frente a lo que implican para la vida humana. Se notan temas de actualidad como el choque cultural, pues las costumbres de Argelia son francamente distintas a las de Canadá, lo cual causa ciertas diferencias al inicio. Bashir es un hombre que llega de un país tradicional, con las limitaciones características del medio oriente, donde lamentablemente se siguen imponiendo lógicas de poder violentas, pero que por el contrario, se resiente menos del nihilismo y el relativismo moral del que aqueja occidente (aunque sea a costa de otros extremos), por decirlo de un modo sintético y simple si se me permite. De hecho, huye bajo las amenazas de grupos fieles al poder que asesinaron a su esposa e hijos por criticar a la élite gobernante. Se adivina aquí incluso una ligera crítica, si cabe más profunda. Desde el momento que su mujer es profesora, no sería descabellado trazar la analogía que lo que una lógica de poder quiere es aniquilar precisamente la educación, pues en tanto que es aquello que permite formar personas verdaderamente libres; es lo que impide que éstas sean dominadas.

Si bien el rasgo fundamental de la película es la humanidad y sencillez de los personajes, no dejamos de detectar los indicios que hemos venido comentando con anterioridad en las películas propuestas. El menor nivel exigido a los alumnos, el cambio constante del programa educativo, la falta de libertad de los profesores en materia docente (hay que ceñirse al programa), la importancia de la implicación de los padres en el colegio, la paranoia sobre el pederasta que lleva a normativas de “contacto cero” con los alumnos, etc. Pensamos que no es casual que la niña más despierta de la clase, que además hace gala de una madurez inusitada para su edad, Alice (Sophie Nélice), sea una voraz lectora. Sin duda, formarse no es una cuestión sólo de inteligencia, sino de pasión por lo real. También vemos una referencia a lo que ha venido en llamarse la comprehensive school, un tipo de pensamiento sobre la educación fundamentado en la creencia que el niño y sus necesidades deben prevalecer y direccionar el plan educativo (las mesas en semicírculo, las actividades fáciles y conjuntas…). Aquí hay un punto de debate interesante que intentaremos fomentar con la misma objetividad con que lo hace la película. Es un tipo de pensamiento que parte de una idea justa, que es la necesidad del niño, pero que corre un grave peligro interpretativo. Entre otras cosas, porque dicha filosofía educativa nace de una forma más o menos reaccionaria frente a los totalitarismos y fracasos sociales y morales del siglo XX. Así, como en un resorte, se corre el riesgo de pasarse al otro extremo.

Tras cierto estigma por los abusos cometidos en materia educativa en correccionales como los vistos en Les choristes y por la ya mentada debilidad de certezas morales de occidente al venirse abajo su esplendor, autofagocitado por dos grandes guerras; se instala un criterio de juicio basado muchas veces en lo simple o sentimental, siempre ligado al sentir del sujeto. Así, desde edades muy tempranas (donde las más de las veces el niño no puede ni escoger porque para ello, entre otras cosas, debe formarse), se instaura el criterio de que es el alumno el que deberá decidir qué le conviene o no. Ya sean créditos variables, asignaturas de libre elección o actividades que no supongan una desmotivación del alumno, asumiendo las repeticiones de exámenes que hagan falta y la mediocridad de resultados para no defraudar al discente. El otro extremo, donde sólo una norma estricta y la evaluación según meros resultados sería igualmente nociva, como ya vimos. De este modo, con naturalidad pasmosa, la película nos introduce al espectáculo de ver cómo Bashir exige más de los alumnos y éstos, en efecto, lo dan. No sólo eso, sino que están más contentos y motivados. A la par, se observa cómo Bashir reconoce la necesidad de interacción con el alumnado, tras presenciar la potencia de color y creatividad que muestra la clase de su compañera Claire (Brigitte Poupart).
En la misma línea se vislumbra aquí otro punto de interés, por su realismo. El conocimiento mayor de su compañera le hace entender mejor a Bashir cómo ésta conecta más con sus alumnos al hacerlos partícipes de sus múltiples experiencias (es una mujer que ha viajado mucho y lo comparte con sus pupilos). Sin embargo, se ve que la mera acumulación de experiencias pueden hacer más interesante a la profesora, pero no por ello más decisiva frente a los chavales. En el sentido que venimos indicando, no es más capaz de vivir bien quien ha vivido más (ha probado más cosas o ha experimentado más), sino aquél que ha entendido, es decir, que lo que ha vivido lo ha hecho hasta el fondo. Mientras que la profesora rehúsa hablar constantemente del “asunto” del suicidio, en Bashir la pregunta está abierta de par en par, sin duda, acuciada por el reciente fallecimiento de sus seres queridos. Ello será el catalizador que le conectará hasta lo más hondo con sus alumnos, generando unos vínculos en la clase que difícilmente éstos olvidarán. Ello recuerda mucho a Detachment, donde también sin poseer una respuesta o una solución, se ve que la diferencia del que se tiene delante viene marcada por su capacidad de afrontar las exigencias de significado del alma humana. De hecho, la imagen final de ambas películas es sorprendentemente parecida. El abrazo como muestra de fraternidad, de conciencia mutua de que el camino vital está ligado a aquel que tenemos al lado y lo comparte, pues sus exigencias son las mismas.

Creemos que otro de los méritos de esta película es alejarse de los tópicos trillados del profesor bueno que llega a la escuela mala y la cambia. La película caracteriza adecuadamente a la directora, preocupada por sus alumnos, pero muchas veces atada a las leyes y burocracias. Muestra a las profesoras comprometidas, con sus aciertos y sus errores (es impagable la sentencia del profesor de educación física hablando de cómo les tiene que obligar a dar vueltas como “gilipollas” porque no se le permite tocar a los niños). Vemos temas fundamentales que se muestran sin problema como la libertad del colegio en materia docente, la unicidad que debe existir en las materias que se imparten (cada año no pueden variar los tipos de pronombres o la historia que se estudia), etc. Incluimos aquí la sentencia que le espetan a Bashir los padres de una de sus alumnas, que frente a las nuevas formas del profesor, se les antoja demasiado inmiscuido en terrenos que no le pertocan. Afirmarán que no debe educar a su hija, sino sólo enseñarle. Como ya hemos visto a lo largo del ciclo eso es un imposible, sólo cabe imaginarlo en un escenario irreal so pena de quitar lo fundamental e intrínseco de la educación que es la transmisión de un significado.

Sin embargo, la pregunta no es baladí. Si nos situamos en un escenario, donde el profesor educase a nuestro hijo con conceptos no acordes a aquello que consideramos adecuado, también cualquiera protestaría. Hay aquí un problema de difícil solución, pues no hay una técnica ni fórmula para remediarlo, ya que se basa en la libertad de las personas. Para apuntar el debate y sin pretensión de resolverlo, creemos que es aquí donde entra la política, en el ordenamiento de lo común, de lo público. Una buena política educativa sería aquélla que primase tanto la libertad de los centros de gestión (para promover su oferta y generar una competencia que premie la excelencia), como la libertad de los padres de elección (para poder elegir la escuela cuyos valores más se adecuen a la visión propia). A ello iría ligado la ya mentada colaboración de los padres en la construcción de la escuela, participando de las actividades, haciendo un seguimiento de las tutorías, proponiendo mejoras o iniciativas a llevar a cabo, etc.

De este modo, Profesor Lazhar es una película que nos muestra con sencillez y esperanza cómo el reto educativo está al nivel de la vida. Sin ofrecer una respuesta al drama del sentido de la muerte, el mero hecho de dejar que en los niños esa exigencia se exprese y tenga cabida les permitirá ser más ellos mismos y madurar. Al fin y al cabo es la realidad la que ofrece las respuestas y si algo compartimos con los niños son esas exigencias inmutables imprimidas en el corazón de bien, justica, belleza y verdad. Una sobreprotección de los chavales y una educación rebajada y poco exigente, no sólo les lleva a tener una peor formación y por tanto a ser menos capaces de tratar adecuadamente lo real –puesto que no lo conocen–; sino que además se les enseña una forma mendaz de relación con las cosas: asumen que éstas no cuestan y que el criterio debe ser la apetencia más que el deseo que se despierta en contacto con cuanto acontece. Sólo un adulto, una autoridad, un profesor realmente apasionado por lo real, verdaderamente humano en el sentido que hemos apuntado, será capaz de estar delante de los chicos sin amedrentarse y éstos captarán con facilidad y rapidez (muchas veces mejor que los adultos) los rasgos de verdad que esa personalidad encierre y se apegarán, dando lo mejor de sí. La tarea y el compromiso que nos queda por delante frente a los chicos es ingente, pero el camino empieza por nosotros mismos. Como Bashir ejemplifica con su fábula al final, si el árbol que debe cuidar y nutrir a la crisálida se seca ¿quién podrá hacer salir a la mariposa?
 
Marc Massó

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